
21/04/2024
Quiero dedicar este posteo a Ricardo Rodulfo, a celebrarlo. Ricardo, en sus escritos, en conversaciones, en su ir siendo nos ha compartido, contagiado sobre esto que hoy comparto: la alegría. Alegría experienciada. Generosidad de alegría, grandeza y potencialidad. Interactuar con él se convertía en descubrimientos, en experiencias. Tomo estas citas del capítulo “Alegría y angustia, angustia y alegría. Rondó de un descuido”, de su libro: Futuro porvenir. Ensayos sobre la actitud psicoanalítica en la clínica de la niñez y la adolescencia.
Hoy, más que nunca, hablar de alegría es un acto político. Una invitación a pensar-nos. La alegría, parecería arrancarnos del terreno pasivo-expectante, en el que muchas veces nos encontramos participando de un tiempo que se vuelve otro, que nos halla en puro presentismo.
Hablar de la alegría como una experiencia cuyo tejido está hecho de la pareja sintonía-sincronía, es trabajarla como a una danza cuyos ritmos nos llevan a perdernos para encontrarnos haciendo-un- tiempo, un tiempo que se vuelve propio al no intentar predecirlo ni adivinarlo. Ir siendo en una apertura del cuerpo y de la mente a sus sentires (psiquesoma).
Ricardo se pregunta y nos pregunta “¿mediante qué operaciones-acontecimientos-experiencias una disposición originaria a la alegría llega a nublarse y volverse predisposición a la ansiedad?” (p.74); “¿de dónde brota ese temor de fondo que a veces pareciera inherente a la plenitud del entusiasmo y de la alegría?” (p.77)
Preguntas de importancia clínica radical, que también conllevan a cuestionamientos políticos al interior del campo psicoanalítico: “¿qué ha determinado que la reflexión -filosófica, psicoanalítica, poética- se sienta más cómoda y en terreno más seguro en los confines de la ansiedad-angustia que en los de una alegría que no habría como detener?” (p.77) “¿Por qué el psicoanálisis se ha “resignado” a no pensar nunca la alegría, a dejarla siempre para después? (p.79)”.
Ricardo reafirma algo que muchas veces corre riesgo de olvido, nos dice, unx niñx no juega para evitar la angustia, juega porque le gusta. Y aunque rápidamente esto pueda pecar de simplicidad, es a esa simplicidad a la que hay que atender: la posición afectiva más antigua, si hablamos de salud, no es la angustia, sino el par asombro-alegría. Jugamos para relacionarnos con el mundo y lxs otrxs, no hay otro modo sano de aprender y relacionarse que no sea jugando.
Es solo desde la predisposición asombro-alegría que descubrimos-encontramos el mundo, la realidad. Es solo desde una actitud relajada, no atada a la amenaza del qué puede pasar, en la que nuestro psiquismo se constituye integrando el cuerpo. Es solo desde el entusiasmo-vehemencia que el cuerpo asume su psiquismo, su júbilo al sentirse un yo que reconoce la alteridad.
Experienciar es hacernos-un-presente en el que los acontecimientos tienen todo de nuestra creatividad. De nuestra espontaneidad. En el cual, aparece eso que Winnicott tanto se preguntaba: ¿cómo llega alguien a sentirse vivo?
Por ello, es absolutamente necesario no descuidar esto que Rodulfo ha interrogado con tanta sagacidad: “¿de dónde ese prestigio de la angustia como cosa de mayor profundidad?; ¿qué se teme de ferocidad en la alegría al rebajarla de esa manera?; ¿qué tipo de resistencia al orden social y a su imperativo de mediocridad opone una actitud de alegría consistente, no fácilmente doblegable?” (p.81)