09/02/2025
Luego del combate Horacio Pagani lo acompañó para realizar la entrevista del nuevo campeón y compartir los festejos. De su maravillosa pluma extraemos este segmento:
-En el vestuario lloró. Mucho. Porque no creía lo que estaba viviendo. Porque vio la emoción de su madre. Y estaban sus hermanos, su hijo. El doctor Paladino le revisó la herida de la ceja. Sólo le puso un coagulante sin aplicarle puntos de sutura. Pero, ¡qué importaba a Víctor Galíndez esa herida! Ni el dolor del pie. Ni el traumatismo de las dos manos. ¡Qué podría importarle!
- Soy campeón mundial, viejo…
-…Lo repitió como un autómata durante su viaje hasta el hotel (Sheraton). Llegó con el buzo abierto. Los desprevenidos le preguntaron por el resultado de la pelea: “Soy campeón mundial”. “Bien, Negro”.
“Bien, Víctor”. Se mezcló entre los vestidos largos y los trajes de etiqueta. Sonreía y agradecía cada palmada. En el ascensor se miró en el espejo. Se estudió la herida y las manos hinchadas.
Hizo un silencio de cuatro pisos, se dio vuelta y volvió a repetir:
“Soy campeón mundial”. Quería empezar a creerlo…
Llegó a la habitación y se tiró en la cama con las manos cruzadas por detrás de la nuca. Parecía extenuado. Alguien le sugirió que se quedara a dormir… “Estás loco. Soy campeón mundial. Tengo que festejarlo…” Se puso una camisa y un vaquero moderno, hinchó el pecho y salió a la cabeza del pequeño grupo. “Vamos a la cantina de David”.-
Pobre criatura fue Galíndez. Tan feroz y tan frágil. Su vida estuvo signada por la sangre: sangre para ganar, sangre para morir. La tragedia era su sino…
Fuente: "Diectoalmenton"