08/09/2025
Dicen que lo prohibido sabe más intenso, y yo lo confirmé en carne propia.
No éramos casualidad, tampoco un capricho inocente… fuimos la travesura más cruel del destino. Nos encontramos justo en el lugar donde nunca debimos mirarnos, pero una sola mirada bastó para saber que habíamos cruzado una línea sin retorno.
No fue simple atracción. Fue fuego. Fue conexión. Fue esa certeza silenciosa de que aunque el mundo gritara “no”, nuestros cuerpos ya se habían dicho “sí”.
Y ahí entendí lo complicado que puede ser el amor: no siempre llega cuando debe, no siempre toca a la puerta correcta, pero siempre sacude hasta lo más profundo.
Cada encuentro era un delito, pero también un refugio. Un choque entre la moral y el deseo, una guerra perdida desde antes de empezar. Y aunque nos juramos silencio, aunque sabíamos que no había final feliz, seguimos. Porque dejar de vernos era morir en vida, y amarnos —aunque breve, aunque maldito— era la única forma de sentirnos vivos.
Con los años llegaron las decisiones, el peso de la realidad, la separación inevitable… pero el recuerdo quedó tatuado.
Hoy no hay culpables ni absoluciones: solo una pregunta que sigue ardiendo en lo más hondo de mi ser…
Si no podíamos quedarnos, ¿para qué el destino nos cruzó?
Quizá fuimos eso: un amor a destiempo, una locura clandestina, el suspiro eterno de dos almas que se encontraron demasiado pronto o demasiado tarde.
Y aunque ya no estemos… aún te pienso. Porque hay historias que no se pueden contar, pero tampoco olvidar.