21/01/2024
Por Carlos Bazua.
Un error muy común que podemos cometer como terapeutas es no identificar cuando un cuadro clínico es consecuencia de otro. Supongamos que nos llega un consultante que nos comenta que requiere de nuestro apoyo para tratar su depresión, seguramente lo más común sería que elijamos la Terapia de Activación Conductual, puesto que es la que mayor eficiencia ha demostrado para la remisión de cuadros depresivos. El no hacer un correcto análisis funcional nos puede llevar a este error. Si indagamos sobre la historia del desarrollo del cuadro depresivo, nos encontraremos muy frecuentemente con que antes de este hubo un cuadro de ansiedad (llámese TAG, pánico, ansiedad social, entre otros). Tomemos como ejemplo la ansiedad social: el usuario, al no contar con las mínimas habilidades sociales necesarias para relacionarse de manera asertiva con su medio, comienza a percibir su contexto como altamente aversivo, siendo la evitación/escape la estrategia que 'decide' utilizar para involucrarse lo menos posible con dicho contexto aversivo. Ahora, como bien sabemos, la evitación suele irse generalizando a todas las áreas de interés del usuario, y cuando esto ocurre, se van conjuntando todos los elementos necesarios para el desarrollo de un cuadro clínico. ¿Qué pasaría si en lugar de enfocarnos en la depresión, nos enfocamos en la ansiedad social? Bueno, muy probablemente ocurriría que una vez remitido el cuadro de ansiedad, con el usuario ya capacitado en habilidades sociales, la activación conductual muy probablemente sería innecesaria; la persona se activaría por sí sola puesto que ha aprendido a relacionarse de distinta manera con su medio, y la percepción del contexto como algo aversivo iría -en el mejor de los casos- desapareciendo. De ahí la importancia de entender la función y no solo la etiqueta de las conductas en cuadros clínicos, de ahí que las etiquetas del DSM sirvan solo como una pequeña referencia y no como un verdadero manual diagnóstico.