10/07/2023
MI CARIÑO SE ME VA. Muchas canciones de amor hablan de cómo conquistar o reconquistar el cariño de ser amado. Pero ¿qué pasa cuando es nuestra propia fuente de amor la que esta en peligro? ¿Quién cuida de ella? ¿A quién le corresponde cuidar el amor que sentimos por el otro?
Generalmente pensamos que amar es un acto pasivo que deriva de lo hermoso que es el otro, o de las cosas buenas que trae a nuestras vidas. Enamorarse y desenamorarse parecen fenómenos espontáneos, tan naturales e involuntarios, como inevitables. El amor siempre es efecto de lo que el otro es o lo que el otro hace. Tanto si me enamoro, como si me desenamoro, el otro es “culpable”. De manera que si el amor por el otro, por desgracia, se esta debilitando, lo máximo que puedo hacer es pedirle al otro que cambie. Yo no tengo poder sobre mi propio amor.
Sin embargo, cuando el amor se va definitivamente, nos sirve de muy poco responsabilizar al otro de esta desgracia. El hecho duro e irreversible es ya no lo amamos, aunque queramos que así sea. Hay hijos de por medio, el futuro que soñamos juntos cerró sus puertas y tenemos miedo de volver a fracasar. Pero ya es muy tarde.
¿Qué pasó? no es la pregunta que nos pueda servir, porque ya pasó. La pregunta que nos puede servir es: ¿Queremos dejar que siga pasando? ¿Queremos dejar que nuestro amor, el amor que sentimos por el otro se nos vaya?
Ahí murieron ya los momentos
Un amigo me conto desconsolado un día que pensaba separarse. Ella- según él- era muy celosa, lo iba a buscar después de su trabajo y no lo dejaba estar con sus amigos. Ante la pregunta si le había dicho que no lo hiciera más, me respondió: ¡estás loco, se enojaría mucho, eso sería una pelea segura! Mi amigo prefería dejar de amarla a soportar que ella se enojara y tener una buena pelea. Tenía miedo que las peleas los separaran. Finalmente se separo por miedo a separarse.
Es increíble la cantidad de parejas que se separan con tal de evitar esos pequeños disgustos que implican decirle al otro que nos está molestando o pedirle que deje de hacer aquello que nos duele. No retroalimentamos a nuestra pareja pero si esperamos que cambie.
Al hablar de retroalimentación no me refiero a esas discusiones eternas que tenemos- por ejemplo- despues de una reunion de amigos, donde una frase o una reacciòn nos molesto y no quisimos conversar el tema delante de los demás para “no echar a perder la buena onda”. Me refiero a la reacción inmediata que le deja muy claro al otro que por ese camino no debe seguir. No hablo de “reflexiones” si no de “reacciones” claras y oportunas. No son verbalizaciones, son gestos, acciones efectivas que no permitan que lo que nos disgusta o nos duele siga ocurriendo. Me refiero por ejemplo a un comentario simple e inmediato como “ese tono me está molestando”, o “eso que dijiste me dolió”. No hablo de enjuiciar al otro, sólo de informarle claramente nuestro sentimiento. Y si el otro sigue en lo mismo y no entiende el mensaje, la retirada es la acción más oportuna para evitar que el daño continúe y se agrande. Si el otro sigue tirando dardos sin darse cuenta, es el “blanco” el que tiene que moverse, es decir, nosotros. Seguir expuestos a sus flechas nos convertiría en su complice.
El propósito- no hay que perderlo de vista- no es cambiar al otro, hacerlo entrar en razón ni convencerlo, si no tan sólo evitar que siga ocurriendo lo que nos quita energía y felicidad.
Hazlo de nuevo
Debemos tener presente que siempre estamos dándole retroalimentación a los demás con nuestra conducta. Cada vez que preferimos disimular una incomodidad para evitar una “discusión”, en realidad le estamos comunicandole al otro que todo esta bien. Si nos quedamos “soportando”, esperando un momento “más adecuado” para evitar una discusión pública o un “mal rato, lo que estamos haciendo en realidad es darle permiso al otro para que siga haciendo eso que nos molesta o nos ofende. Estamos dándole una retroalimentación positiva. Es decir, le estamos enseñando a que repita su conducta.
Tradicionalmente se nos aconseja no conversar “en caliente”, que es mejor esperar un momento a solas, cuando los ánimos estén más calmados, para poder tener una reflexión más equilibrada. Sin embargo, lo que ocurre es que después – de la fiesta en este ejemplo- después de haber soportado calladamente, disimuladamente lo que nos molesta, llegamos a casa muy cargados negativamente contra el otro. Lo más probable es que el estado emocional sea tan malo que el único propósito de la conversación-discusión, sea descargarse. Entonces salen los juicios, las generalizaciones, el pasado, el “tu siempre”, el “tú nunca”. Nada bueno saldrá de allí.
Si no damos una retroalimentación oportuna perdemos ya los momentos. Perdemos la oportunidad de mostrarle al otro la acción específica que nos está alterando en mismo momento que nos altera, perdemos también la oportunidad de evitar que siga curriendo. Y lo más importante, perdemos la oportunidad de hacernos responsables de lo que nos ocurre. Y esa conversación que tratamos de evitar, la tenemos igual, y se repite incansablemente, pero dentro de nuestra cabeza; la palabra que no dijimos y que después mascullamos y rumiamos solos sin podernos dormir. Al día siguiente nos levantamos, sorprendidos de lo cansados que estamos.
Somos los principales y primeros responsables de cuidarnos. Nadie mejor que nosotros sabe donde nos “aprieta el zapato”. La responsabilidad de mostrarle claramente al otro que acto suyo está provocando en ese momento nuestra incomodidad, es sólo nuestra. El otro no puede adivinar cuando te esta “pisando los callos”, menos lo puede predecir (más aun cuando la vez anterior nos quedamos callados). Por otra parte, las conversaciones posteriores del tipo “con eso que hiciste me faltaste el respeto” no sirven de mucho y se vivencian como injustas, porque el otro no tiene como saber necesariamente con qué actos te sientes irrespetado, menos si no se los has mostrado anteriormente.
Cuidarse y ponerle límites a los demás en un ambiente amoroso, requiere estar conectados con lo que nos pasa y saber comunicarlo a tiempo. Tambien requiere tener compasión y comprender que el otro no puede adivinar que sentimos, ni saber cuando nos puede estar pasando a llevar. Por lo tanto, nuestra comunicación debe ser firme pero amorosa. Es decir, asumir que el sentimiento es nuestro, pero que el otro debe respetarlo.
No se trata de hacerle “una lista” de lo que no se debe hacer con nosotros. No podemos delegar en el otro nuestro propio cuidado, es una responsabilidad propia y permanente. Esto incluye estar comunicados con otro en forma constante, retroalimentarlo, en lo positivo y en lo negativo. Y sobre todo de forma oportuna. Ninguna “conversación posterior” puede reemplazar el efecto poderoso de poner el límite en momento preciso que esta siendo traspasado. Porque cuidarnos es no permitir que continue aquello que nos quita la energía, aquello que nos desgasta, aquello que va matando nuestro amor. En ese instante, cuidarnos y cuidar nuestro amor es lo mismo.