06/07/2024
Una querida amiga, al conocer mi preocupación por la salud de mi hija, me habló de Carlo Acutis, el santo milenial. Nunca había oído su nombre, pero la curiosidad y la necesidad de encontrar una ayuda más allá de lo tangible, me llevaron a investigar. Fue así como, el pasado miércoles por la tarde, tras regresar de la clínica, me sumergí en la búsqueda en internet. Y con asombroso surgió el primer descubrimiento: en Chile, en la Casa de Jóvenes Franciscanos San Felipe de Jesús, reposaba una reliquia de Carlo.
La mañana siguiente, partimos temprano en busca de esta reliquia, un mechón de cabello del beato, que pronto sería declarado santo. Llegamos a una casona franciscana, adyacente a una iglesia situada en la intersección de Victoria con Chiloé. No pude evitar que mi mente viajara al pasado, evocando recuerdos de mi padre, quien desde los siete años había estado vinculado a la congregación franciscana. Él estuvo a punto de consagrarse, hasta que el destino lo llevó por otros caminos y, años más tarde, se convirtió en mi padre.
El ambiente dentro de la pequeña habitación donde se encontraba la reliquia era de profundo recogimiento y humildad. En el centro, bajo la suave luz que se filtraba por las ventanas y acompañada de una pequeña vela, reposaba la reliquia de Carlo. Pocas personas estaban presentes; algunas oraban en silencio, otras hacían peticiones con fervor, y unas cuantas se habían acercado movidas por la curiosidad que había despertado la nota en un matinal emitida la mañana anterior.
Con el corazón abierto, oré por la intercesión de Carlo. Agradecí a Dios y deposité mis preocupaciones en manos de la voluntad divina.
Aclaro qe este no es un relato de milagros, sino un testimonio muy personal de la importancia de conectarse con lo divino, con la espiritualidad y la fe, en un mundo dominado por el materialismo y la búsqueda constante del éxito superficial. Conectarse con lo esencial.
Solo puedo dar fe que desde ese momento, sentí un cambio profundo en mi interior. Las prioridades se reordenaron; la preocupación se transformó en confianza, el miedo en esperanza y fe. Hubo más sonrisas y gratitud, más amor y menos máscaras.
Y para sellar estas maravillosas coincidencias, mi madre me reveló que en esa misma iglesia, ella y mi padre se casaron hace más de seis décadas.
Lo que venga en adelante estará tejido por un sendero de fe y entrega, intentando recordar que estamos conectados con algo mucho mucho más importante, hacia un plano que desconocemos pero no por ello es menos real. Un asunto de fe. Y eso ya es un primer milagro.