17/11/2025
El trauma, cuando el alma se defiende rompiéndose 😢
El trauma no pide permiso. Entra, sacude, y deja astillas en cada rincón del ser. Ante ese impacto, la mente, esa artesana silenciosa de nuestra identidad, a veces elige una estrategia tan antigua como el instinto de supervivencia, FRAGMENTARSE PARA NO MORIR DE DOLOR. Pierre Janet, aquel psicólogo francés de barba grave y mirada precisa, lo vio con claridad en un tiempo en que muchos preferían juzgar antes que comprender. Su obra lo llevó a estudiar cómo ciertos eventos desgarradores pueden escindir la conciencia, separarla, dividirla, y esconder lo insoportable en los sótanos más profundos de la memoria.
No se trata de debilidad, se trata de defensa. Cuando el sufrimiento es demasiado grande, la mente crea compartimentos, cajas cerradas, cuartos oscuros donde encierra lo vivido para que el resto del ser pueda seguir respirando. Janet llamó a este proceso disociación psicológica, un mecanismo mediante el cual UNA PARTE DEL YO QUEDA ATRAPADA EN EL PASADO, CONGELADA EN EL INSTANTE DEL GOLPE, mientras otra parte sigue adelante, funcionando como si nada hubiera pasado. Es una solución imperfecta, pero profundamente humana.
El trauma es traicionero, no siempre grita, a veces susurra, a veces se manifiesta en sueños rotos, en olvidos que pesan, en reacciones desmedidas frente a estímulos mínimos. Otras veces toma la forma de una “ausencia presente”, el cuerpo está ahí, pero la persona se ha ido, aunque sea por un instante. Ese mecanismo, por duro que parezca, es la mente diciendo: “Esto no puedo sentirlo ahora; lo guardo para después”.
El problema es que ese “después” puede no llegar nunca si no se abre el cajón adecuado.
Janet entendió que la cura no es aplastar la disociación, sino integrar. Traer de regreso esas partes dispersas, hablar con los fragmentos, unirlos, como quien recompone un vitral caído. El objetivo no es revivir el dolor, sino darle nombre, permitir que la emoción, antes expulsada, encuentre un cauce seguro. Sólo así el yo deja de pelear contra sí mismo. Sólo así puede volver a ser uno.
Ciertamente las heridas ocultas existen, aunque el mundo no las vea. Llevamos dentro de nosotros cámaras selladas que guardan escenas que nadie más conoce. Pero toda herida anhela luz. Toda grieta es también un camino. El trauma nos marca, sí, pero no determina nuestro final. La fragmentación no es el destino, es una etapa, un refugio, una pausa que la psique toma para salvarse. Y cuando llega el tiempo de sanar, esas mismas partes que se escondieron vuelven a emerger, reclamando un lugar en el gran tejido del alma.
Integrar es volver al hogar. Y ese regreso, aunque lento, vuelve a unir lo que estuvo roto. Y sí, la mente puede quebrarse, pero el espíritu —cuando se lo acompaña con verdad, con amor y con comprensión— siempre encuentra la forma de reconstruirse.