25/08/2024
En el asentimiento hay rendición. Hay un acatamiento y una renuncia a nuestras posiciones egoicas. Hablamos de asentimiento y no de aceptación porque en la aceptación hay todavía demasiado yo tratando de enseñorearse. No es lo mismo decir «yo acepto» que asentir. En la aceptación el yo es el protagonista que se arroga la decisión de incluir o excluir. En la rendición, la realidad es la actriz principal. Y el sufrimiento lo crea el ego, que dispone de un rico arsenal de estratagemas mentales y posiciones de defensa para tratar de burlar la realidad o incluso agredirla: desde la burda negación («no puedo hacer frente a una muerte o un abandono, es demasiado para mí, así que hago como que no ha ocurrido»), la violencia hacia el otro («ocurrió por su culpa y nunca se lo voy a perdonar») o la culpa, pasando por la autoagresión o la vergüenza («ocurrió por mi culpa y nunca me lo voy a perdonar»), hasta la respuesta «duelística» («estoy tan enojado con la muerte por llevarse a mi querido hermano que ahora la reto poniéndome en peligro constantemente» o «estoy tan ensombrecido por los abusos sexuales que sufrí que ahora me daño como castigo»), en una especie de patológica tanatofilia que oscurece la existencia. ¡Cuánto cuesta mirar claramente los hechos, permitir que duelan o nos iluminen, elaborarlos en nuestro cuerpo y en nuestras sensaciones, en nuestra mente y en nuestro corazón, y mantenernos unidos por dentro, congruentes y no divididos, impulsados por la verdad esencial que nos posee a cada momento, cuerdos, en suma! El desafío consiste en no caer en la tentación de retar a la vida, de echarle un pulso para ver quién es más fuerte. El reto reside en amar lo que es. ¿Por qué? Porque nos va peor si no lo hacemos.
Joan Garriga
Del libro Decir sí a la vida