30/11/2020
Modularidad cognitiva y especialización cerebral — Paola Hernández Chávez
«En filosofía de la mente y ciencias cognitivas se postula que la mente humana tiene una arquitectura y que ésta es modular. Es decir, que la mente está compuesta en mayor o menor medida por “módulos”. Se ha propuesto (Fodor 1983), con fines introductorios únicamente, la analogía entre un módulo y un sistema de sonido, en el sentido de que éste puede dividirse en módulos separables: bocinas, reproductor de discos compactos, reproductor de cintas, etcétera. Evidentemente, esto nos hace pensar que los módulos son algo así como entidades relativamente independientes que llevan a cabo funciones específicas, y que es posible que algún componente (módulo) se dañe sin comprometer a todo el sistema. Esto encuentra evidencia en las disfunciones cognitivas selectivas, por ejemplo, una persona puede quedarse ciega y sorda sin que eso descomponga toda la mente o todo el cerebro. Las teorías modulares de la cognición pueden clasificarse en dos grandes rubros: la modularidad periférica o fodoriana (mp) y la modularidad masiva (mm). Un rasgo notorio es que ambos rubros son hipótesis empíricas. No obstante, las teorías de la arquitectura mental modular tienen peculiaridades y distintas formulaciones que requieren un análisis minucioso. Cabe recalcar que las teorías de la modularidad son tesis de la arquitectura de la mente humana adulta, no aplican al desarrollo cognitivo y tampoco a condiciones de desarrollo que difieren de la media.
*Por ejemplo, la sinestesia es un fenómeno sensorial en el cual hay un traslape en la percepción conjunta, o bien una yuxtaposición de dos o más tipos sensoriales. En los sujetos sinestésicos los sentidos —tacto, gusto, oído, vista y olfato— no permanecen separados, sino mezclados. Estos individuos reportan que involuntariamente oyen colores, ven sonidos o tienen sensaciones gustativas al presentárseles un insumo táctil. Por ejemplo, asocian un número con un color, ven un color cuando escuchan música o dicen poder sentir el sabor de las palabras. Es importante destacar que esta yuxtaposición sensorial no se debe a problemas en la descripción del fenómeno, a problemas de memoria o algo similar, sino a un problema sensorial real. La percepción sinestésica puede también ser resultado del uso de psicotrópicos alucinógenos. Los datos neurofisiológicos sugieren que durante la sinestesia hay una activación cruzada de áreas sensoriales que procesan distinta información sensorial. Podríamos dividir las explicaciones sobre las causas de la sinestesia en dos: la del neurodesarrollo y la genética. La explicación genética de la sinestesia se basa en la incidencia familiar, lo cual se ha asociado a su transmisión hereditaria por vía materna del cromosoma x. Una segunda explicación aduce que las fallas en las conexiones nerviosas del cerebro se originaron, en su mayor parte, durante la gestación. Es muy posible que estos problemas hayan iniciado con un deterioro sensorial, por ejemplo, una anormalidad en el desarrollo de un sentido —como cuando un sujeto tiene problemas en la visión pero puede aún percibir colores— generando así aberraciones sensoriales. De modo que las percepciones sinestésicas, que frecuentemente ocurren en sujetos daltónicos, autistas, epilépticos, etcétera, se deben a distorsiones sensoriales en las etapas tempranas de conformación sensorial. Posiblemente la sinestesia sea consecuencia de una falta de especialización o maduración ante el insumo sensorial, tal como se aprecia en los bebés, pues en los primeros meses de vida nuestros sentidos aún están fusionados. La sinestesia nos permite diferenciar que la modularidad fodoriana no podría dar cuenta de por qué ocurren ese tipo de traslapes sensoriales ya que tal modularidad trabaja con el supuesto de que la cognición humana típica cumple con las características de especificidad de dominio, encapsulamiento, pauta y ontogenia características, etcétera.
Hay dos posturas predominantes respecto a la modularidad: La modularidad masiva (en adelante mm) y la modularidad fodoriana o periférica (referida como mp), misma que revisamos en el capítulo anterior. Según esta última, la mente está constituida por: sistemas centrales no modulares (la mayor parte de la mente); transductores (cables físicos que transportan la información sensorial), y pocos módulos (sistemas de insumo), los cuales son: específicos de dominio, involuntarios o automáticos, tienen acceso limitado a las operaciones que computan, son rápidos, están encapsulados informacionalmente, emiten respuestas superficiales (realizan operaciones simples), están asociados a una arquitectura neural, exhiben patrones de disfunción típicos y su ontogenia tiene una pauta característica (posiblemente sean innatos). Cabe recordar que la modularidad es una cuestión de grados, es decir, qué tan satisfactoriamente representa las características antes mencionadas, pues un sistema modular no necesita satisfacerlas todas. Asimismo, la modularidad es una teoría de la mente humana adulta con un proceso de desarrollo típico. En contraste con la mp, donde sólo una pequeña porción de la mente es modular, para la hipótesis de la mm casi toda la mente está dividida y especializada en módulos. En ese sentido la mm tiene una similitud con la psicología de las facultades verticales. Entre los defensores más conocidos de la mm se encuentran: Leda Cosmides & John Tooby (1992), Dan Sperber (1994), Peter Carruthers (2006), Edouard Machery (2007), entre otros. La imagen de la mente, según esta teoría, solía ilustrarse con una navaja suiza, si bien ya no es así actualmente, gracias a que se comenta (Mithen 1996, cap. 3) que Leda Cosmides comenzaba sus intervenciones con una navaja suiza en la mano declarando que así era la mente: un ensamblado de herramientas especializadas donde cada una ha sido diseñada por la evolución para satisfacer un propósito particular.
A grandes rasgos, los propósitos de la mm —que surgen precisamente de las dos debilidades de la mp de Fodor— son:
1. Dar cuenta de lo mental sin excluir procesos centrales complejos como la fijación de creencias y el razonamiento. Para los defensores de la mm los distintos sistemas centrales también serían modulares.
2. Explicar que la mente (casi toda) está masivamente compuesta por módulos, y que muchos de ellos los conservamos actualmente porque deben haber sido cruciales para la supervivencia.
3. Ofrecer una teoría de la estructura de la mente que se apoye en la evolución.
Para los defensores de la mm hay módulos de muy distintos tipos, algunos tienen sus transductores propios (los módulos perceptuales) mientras que otros no; algunos no emiten respuestas superficiales, pues pueden dar como resultado creencias o pensamientos conceptuales. Respecto a la rapidez, algunos son más lentos. La operación automática sí la conservan. En lo que concierne al innatismo, éste es controversial. Cosmides y Tooby aducen que la selección natural favoreció el desarrollo de múltiples sistemas cognitivos innatos que son específicos de dominio, especializados funcional y genéticamente. Por su parte, para Sperber (1994, p. 48) las condiciones necesarias para la modularidad es la especificidad de dominio, el encapsulamiento y la especificación genética. Para otros, aunque creen que la estructura y contenido de la mente humana están canalizados innatamente, prefieren dejar a un lado este requisito (Carruthers 2006c) para permitir la posibilidad de que facultades como el lenguaje adulto sea una capacidad modular —si bien no completamente innata— explicándolo en parte como resultado del ejercicio repetitivo del aprendizaje. Por lo que toca a la especificidad de dominio, los defensores de la mm contemplan la posibilidad de que muchos módulos, aunque no todos, sean de dominio específico. Cosmides y Tooby (1994) pretenden fusionar la modularidad masiva con el evolucionismo darwinista, y por ello se enfocan en la especificidad de dominio en asociación a un componente genético. Dan Sperber (1994) estaría de acuerdo con la mayor parte de la propuesta de Cosmides y Tooby (1992), añadiendo la cultura como un elemento fundamental en la teoría de la modularidad (como se verá en la sección respectiva). En concreto, la caracterización particular de módulo dependerá de lo que cada uno de ellos entienda por: innato, específico de dominio, encapsulado, especialización funcional, disfunción selectiva, independencia funcional, rapidez, superficialidad, etcétera.
Uno de los módulos que ha sido ampliamente citado y criticado por muy diversas razones es el supuesto módulo de detección de tramposos (cheater detection module o cdm). Sus autores, Cosmides y Tooby (1989), afirman que lo que define al cdm como modular es que normalmente opera sólo en contextos de intercambio social. Esto es, su operación involucra capacidades inferenciales que no están disponibles cuando el sujeto no está pensando en situaciones de intercambio social. Se dice también (Gigerenzer & Hug, 1992) que se puede activar y desactivar el cdm en tareas experimentales, dependiendo de si el sujeto percibe o no la situación como un intercambio social. Entonces, el cdm opera sólo cuando un individuo detecta que está ocurriendo una trampa por parte de algún sujeto de la comunidad. Entre una innumerable cantidad de críticos a este supuesto módulo, autores como Fodor han anotado (2000, p. 75) que el cdm requiere postular un mecanismo a priori que pueda mapear tanto representaciones de intercambio social como representaciones donde no hay intercambio social —que quizá sería un mecanismo menos específico de dominio que el cdm. Por ello, Fodor plantea la pregunta de: ¿cómo decide un módulo si lo que está viendo es un intercambio social? Es decir, indagar si algo es un intercambio social y, si lo es, de qué tipo, involucra el uso de un mecanismo que permitiera detectar “pistas muy sutiles”. De ahí que el cdm no podría ser un módulo a menos que hubiera un meta-módulo capaz de detectar las pistas sutiles y relevantes para, a partir de ello, inferir que está ocurriendo un intercambio social. Afirma que calcular si una escena representa un intercambio social, y si lo es, de qué tipo, involucra pensar. Es decir, involucra el tipo de razonamiento abductivo que por definición una mente masivamente modular no puede llevar a cabo (Fodor, 2000, p.77).
Recordemos que para Fodor los procesos abductivos se dan en los procesadores centrales, donde se conjugan estímulos, creencias, deseos, etcétera, de distintos dominios de información; y entonces estos procesos de composición e integración de la información no podrían ser modulares porque no cumplen las características de la modularidad, comenzando porque no pueden ser específicos de dominio. Más allá de que la crítica de Fodor, sea o no acertada, el punto medular es que la evidencia a favor del módulo de detección de tramposos es debatible: su localización en el cerebro, la especificidad de procesamiento, el que sea una capacidad transmitida genéticamente, etcétera. Hay muchas otras críticas a este y otros módulos específicos propuestos por la mm. Sin embargo, dado que criticar los casos concretos de módulos no pone en duda la viabilidad general de los proyectos de la mente masivamente modular, no nos detendremos en ellos. Revisemos ahora lo que más nos interesa: las críticas generales a la mm y su viabilidad en general.
García (2007) argumenta que para determinar legítimamente la evolucionabilidad de un mecanismo cognitivo se necesita primero hacer el estudio de la modularidad de dicho mecanismo. Ahora bien, para determinar si un mecanismo cognitivo m es modular y en qué medida, los científicos tendrían que estudiar no sólo las disfunciones cognitivas del desarrollo de m en los adultos en una población relevante, y el grado en el cual éstas son variacionalmente independientes (en sentido cognitivo y no cognitivo), sino también el grado de independencia variacional de las capacidades cognitivas que se desempeñan de modo excelente (excelencias) con respecto a m y que aparecieron en adultos de la población correspondiente durante la ontogenia. García (2007) muestra que la noción de modularidad cognitiva que se necesita para hacer plausible el argumento anterior, es decir, que los mecanismos cognitivos modulares son más evolucionables que los mecanismos que no son cognitivamente modulares (dado que los primeros son biológicamente modulares), tiene que entenderse, por lo menos en parte, en términos de la noción biológica de independencia variacional. De esta forma, un mecanismo cognitivo m de los miembros de una población p es muy cognitivamente modular sólo si pocos o ningunos otros cambios morfológicos (cognitivos o no) están significativamente correlacionados con variaciones de m que surgen en miembros de p como resultado de la ontogenia. Lo anterior baste sólo para apuntar lo complicado que sería demostrar la evolucionabilidad de un mecanismo cognitivo para con ello apoyar la tesis de la mm; en particular, es difícil especular sobre la variación de los cambios morfológicos para, a partir de ahí, hacer suposiciones sobre su mayor o menor evolucionabilidad.
Para empezar, caracterizar el innatismo de una manera aceptable es un problema para la modularidad en general, si bien los defensores de la mm no sostienen que todos los módulos son producto de la evolución por selección natural, ni que todos sean innatos. Aun cuando muchos defensores de la mm negarían que todo módulo es innato, parecen indicar que algunos de ellos sí tienen un fuerte componente innato y con éstos sigue habiendo problemas.
Como nos explica García (2005), en sus inicios la idea de lo innato provenía de dividir los rasgos o características de los individuos en internos y externos. Los primeros son resultado de recursos “internos” del sujeto, y los segundos son el resultado del medio ambiente o recursos “externos”. En dicho artículo muestra por qué, a la luz de algunos descubrimientos empíricos relativamente recientes en biología del desarrollo, es improbable que existan rasgos, caracteres y capacidades en los organismos biológicos cuya historia causal incluya exclusivamente factores “internos” a esos organismos. Esto es lo que denomina el concepto internalista de lo innato. Por el contrario, García plantea14 una distinción (2005, p. 178) entre rasgos de los organismos que se desarrollan en situaciones que incluyen factores causales que son típicos, y aquellos que no lo son. Entendiéndose como factores típicos lo siguiente: todos los factores causales (internos y externos) responsables de la aparición de un rasgo ‘T’, en los miembros de una población ‘P’, en un tiempo ‘t’, en un ambiente ‘e’, son típicos de la población ‘P’ con respecto al rasgo ‘T’ en ‘t’. Es decir, un factor causal típico de una población sería aquel conjunto de factores ambientales externos e internos (genéticos y ambientales) que explican la aparición del rasgo en cuestión en la mayoría de los sujetos de la población particular. A partir de ello, propone la siguiente caracterización externalista de lo innato: Un rasgo ‘T’ de un organismo perteneciente a una población determinada de una especie es innato en ese organismo en un tiempo ‘t’ cuando: a) El organismo en cuestión posee ‘T’ en ‘t’, y b) ‘T’ apareció en ese organismo como resultado de su desarrollo ontogenético que se dio en una situación que incluyó todos los factores causales típicos de esa población con respecto al rasgo ‘T’ en ‘t’, entre los cuales se encuentran ciertos factores genéticos. Esta salida es apropiada para el innatismo porque en la formulación de García (2005), son innatos aquellos rasgos que han tenido un valor evolutivo específico en la historia evolutiva de una población y que tienen un componente genético. Entonces, lo innato es relativo a una población, es decir, a la historia evolutiva de la población a la cual el organismo pertenece.
Hay, sin embargo, otras propuestas respecto al innatismo como la de André Ariew (1996), quien aplica la idea de canalización para definir el innatismo. Contrario a aquellos que argumentan que ni el concepto biológico de “alta heredabilidad” (high heredability), ni el concepto de norma de reacción estable (flat norm of reaction) definen el innatismo y que por ello tal concepto debe ser desechado no sólo de la biología, sino de las ciencias cognitivas, Ariew sostiene que el innatismo es un concepto legítimo en biología. Propone, a partir de la biología del desarrollo, que el innatismo se debe definir en términos del concepto de canalización de C. H. Waddington. La idea general es que la medida en que un rasgo es innato depende del grado en el que su desarrollo esté canalizado. Es decir, si el rasgo está presente en el estado final del individuo de cierta especie en un amplio rango de condiciones medioambientales iniciales, y que persiste a pesar de las fluctuaciones medioambientales en el curso del desarrollo de la especie. Para Ariew (1996, S20), el innatismo no debe definirse en términos de una rígida dicotomía gen/medio ambiente.
Si bien hay propuestas más elaboradas de la noción de innato como son la de García (2005) y Ariew (1996), los modularistas masivos —o los defensores de la modularidad que consideran que los módulos tienen un origen innato— no toman en cuenta una concepción como las que mencioné. Para la mm lo innato equivale a rasgos heredados genéticamente, lo cual, como acabamos de ver, es erróneo. En cualquier caso, parece más apropiada la propuesta de los modularistas masivos como Carruthers, quien considera que es más certero no comprometerse con ningún tipo de innatismo y que, en su lugar, deberíamos concentrarnos en el estudio de cómo se va especializando la cognición.»