Psicología científica a martillazos

Psicología científica a martillazos Divulgación de Psicología científica

11/11/2021
08/11/2021
1era Jornada Venezolana para el Avance de la Psicología Científica orgazado por la Red Venezolana Para el Avance de la P...
14/05/2021

1era Jornada Venezolana para el Avance de la Psicología Científica orgazado por la Red Venezolana Para el Avance de la Psicología Científica y el Colegio de Psicólogos del estado Barinas

25/03/2021

Hemos tenido algunas dificultades para publicar a raíz del covid-19. En próximos días estaré publicando con más material y coordinando con más personas para que se sumen.

Cuidado, les deseo un feliz 2021!

-Jhonny.

The Flynn effect is the substantial and long-sustained increase in both fluid and crystallized intelligence test scores ...
13/12/2020

The Flynn effect is the substantial and long-sustained increase in both fluid and crystallized intelligence test scores that were measured in many parts of the world over the 20th century.[1] When intelligence quotient (IQ) tests are initially standardized using a sample of test-takers, by convention the average of the test results is set to 100 and their standard deviation is set to 15 or 16 IQ points. When IQ tests are revised, they are again standardized using a new sample of test-takers, usually born more recently than the first. Again, the average result is set to 100. However, when the new test subjects take the older tests, in almost every case their average scores are significantly above 100.

A 2017 survey of 75 experts in the field of intelligence research suggested four key causes of the Flynn effect: Better health, better nutrition, more and better education, and rising standards of living. Genetic changes were seen as not important. Source: https://linkinghub.elsevier.com/retrieve/pii/S0191886916310984

The experts' views agreed with an independently performed meta-analysis on published Flynn effect data, except that the latter found life history speed to be the most important factor. Source: https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/1745691615577701

30/11/2020

Modularidad cognitiva y especialización cerebral — Paola Hernández Chávez

«En filosofía de la mente y ciencias cognitivas se postula que la mente humana tiene una arquitectura y que ésta es modular. Es decir, que la mente está compuesta en mayor o menor medida por “módulos”. Se ha propuesto (Fodor 1983), con fines introductorios únicamente, la analogía entre un módulo y un sistema de sonido, en el sentido de que éste puede dividirse en módulos separables: bocinas, reproductor de discos compactos, reproductor de cintas, etcétera. Evidentemente, esto nos hace pensar que los módulos son algo así como entidades relativamente independientes que llevan a cabo funciones específicas, y que es posible que algún componente (módulo) se dañe sin comprometer a todo el sistema. Esto encuentra evidencia en las disfunciones cognitivas selectivas, por ejemplo, una persona puede quedarse ciega y sorda sin que eso descomponga toda la mente o todo el cerebro. Las teorías modulares de la cognición pueden clasificarse en dos grandes rubros: la modularidad periférica o fodoriana (mp) y la modularidad masiva (mm). Un rasgo notorio es que ambos rubros son hipótesis empíricas. No obstante, las teorías de la arquitectura mental modular tienen peculiaridades y distintas formulaciones que requieren un análisis minucioso. Cabe recalcar que las teorías de la modularidad son tesis de la arquitectura de la mente humana adulta, no aplican al desarrollo cognitivo y tampoco a condiciones de desarrollo que difieren de la media.

*Por ejemplo, la sinestesia es un fenómeno sensorial en el cual hay un traslape en la percepción conjunta, o bien una yuxtaposición de dos o más tipos sensoriales. En los sujetos sinestésicos los sentidos —tacto, gusto, oído, vista y olfato— no permanecen separados, sino mezclados. Estos individuos reportan que involuntariamente oyen colores, ven sonidos o tienen sensaciones gustativas al presentárseles un insumo táctil. Por ejemplo, asocian un número con un color, ven un color cuando escuchan música o dicen poder sentir el sabor de las palabras. Es importante destacar que esta yuxtaposición sensorial no se debe a problemas en la descripción del fenómeno, a problemas de memoria o algo similar, sino a un problema sensorial real. La percepción sinestésica puede también ser resultado del uso de psicotrópicos alucinógenos. Los datos neurofisiológicos sugieren que durante la sinestesia hay una activación cruzada de áreas sensoriales que procesan distinta información sensorial. Podríamos dividir las explicaciones sobre las causas de la sinestesia en dos: la del neurodesarrollo y la genética. La explicación genética de la sinestesia se basa en la incidencia familiar, lo cual se ha asociado a su transmisión hereditaria por vía materna del cromosoma x. Una segunda explicación aduce que las fallas en las conexiones nerviosas del cerebro se originaron, en su mayor parte, durante la gestación. Es muy posible que estos problemas hayan iniciado con un deterioro sensorial, por ejemplo, una anormalidad en el desarrollo de un sentido —como cuando un sujeto tiene problemas en la visión pero puede aún percibir colores— generando así aberraciones sensoriales. De modo que las percepciones sinestésicas, que frecuentemente ocurren en sujetos daltónicos, autistas, epilépticos, etcétera, se deben a distorsiones sensoriales en las etapas tempranas de conformación sensorial. Posiblemente la sinestesia sea consecuencia de una falta de especialización o maduración ante el insumo sensorial, tal como se aprecia en los bebés, pues en los primeros meses de vida nuestros sentidos aún están fusionados. La sinestesia nos permite diferenciar que la modularidad fodoriana no podría dar cuenta de por qué ocurren ese tipo de traslapes sensoriales ya que tal modularidad trabaja con el supuesto de que la cognición humana típica cumple con las características de especificidad de dominio, encapsulamiento, pauta y ontogenia características, etcétera.

Hay dos posturas predominantes respecto a la modularidad: La modularidad masiva (en adelante mm) y la modularidad fodoriana o periférica (referida como mp), misma que revisamos en el capítulo anterior. Según esta última, la mente está constituida por: sistemas centrales no modulares (la mayor parte de la mente); transductores (cables físicos que transportan la información sensorial), y pocos módulos (sistemas de insumo), los cuales son: específicos de dominio, involuntarios o automáticos, tienen acceso limitado a las operaciones que computan, son rápidos, están encapsulados informacionalmente, emiten respuestas superficiales (realizan operaciones simples), están asociados a una arquitectura neural, exhiben patrones de disfunción típicos y su ontogenia tiene una pauta característica (posiblemente sean innatos). Cabe recordar que la modularidad es una cuestión de grados, es decir, qué tan satisfactoriamente representa las características antes mencionadas, pues un sistema modular no necesita satisfacerlas todas. Asimismo, la modularidad es una teoría de la mente humana adulta con un proceso de desarrollo típico. En contraste con la mp, donde sólo una pequeña porción de la mente es modular, para la hipótesis de la mm casi toda la mente está dividida y especializada en módulos. En ese sentido la mm tiene una similitud con la psicología de las facultades verticales. Entre los defensores más conocidos de la mm se encuentran: Leda Cosmides & John Tooby (1992), Dan Sperber (1994), Peter Carruthers (2006), Edouard Machery (2007), entre otros. La imagen de la mente, según esta teoría, solía ilustrarse con una navaja suiza, si bien ya no es así actualmente, gracias a que se comenta (Mithen 1996, cap. 3) que Leda Cosmides comenzaba sus intervenciones con una navaja suiza en la mano declarando que así era la mente: un ensamblado de herramientas especializadas donde cada una ha sido diseñada por la evolución para satisfacer un propósito particular.

A grandes rasgos, los propósitos de la mm —que surgen precisamente de las dos debilidades de la mp de Fodor— son:

1. Dar cuenta de lo mental sin excluir procesos centrales complejos como la fijación de creencias y el razonamiento. Para los defensores de la mm los distintos sistemas centrales también serían modulares.

2. Explicar que la mente (casi toda) está masivamente compuesta por módulos, y que muchos de ellos los conservamos actualmente porque deben haber sido cruciales para la supervivencia.

3. Ofrecer una teoría de la estructura de la mente que se apoye en la evolución.

Para los defensores de la mm hay módulos de muy distintos tipos, algunos tienen sus transductores propios (los módulos perceptuales) mientras que otros no; algunos no emiten respuestas superficiales, pues pueden dar como resultado creencias o pensamientos conceptuales. Respecto a la rapidez, algunos son más lentos. La operación automática sí la conservan. En lo que concierne al innatismo, éste es controversial. Cosmides y Tooby aducen que la selección natural favoreció el desarrollo de múltiples sistemas cognitivos innatos que son específicos de dominio, especializados funcional y genéticamente. Por su parte, para Sperber (1994, p. 48) las condiciones necesarias para la modularidad es la especificidad de dominio, el encapsulamiento y la especificación genética. Para otros, aunque creen que la estructura y contenido de la mente humana están canalizados innatamente, prefieren dejar a un lado este requisito (Carruthers 2006c) para permitir la posibilidad de que facultades como el lenguaje adulto sea una capacidad modular —si bien no completamente innata— explicándolo en parte como resultado del ejercicio repetitivo del aprendizaje. Por lo que toca a la especificidad de dominio, los defensores de la mm contemplan la posibilidad de que muchos módulos, aunque no todos, sean de dominio específico. Cosmides y Tooby (1994) pretenden fusionar la modularidad masiva con el evolucionismo darwinista, y por ello se enfocan en la especificidad de dominio en asociación a un componente genético. Dan Sperber (1994) estaría de acuerdo con la mayor parte de la propuesta de Cosmides y Tooby (1992), añadiendo la cultura como un elemento fundamental en la teoría de la modularidad (como se verá en la sección respectiva). En concreto, la caracterización particular de módulo dependerá de lo que cada uno de ellos entienda por: innato, específico de dominio, encapsulado, especialización funcional, disfunción selectiva, independencia funcional, rapidez, superficialidad, etcétera.

Uno de los módulos que ha sido ampliamente citado y criticado por muy diversas razones es el supuesto módulo de detección de tramposos (cheater detection module o cdm). Sus autores, Cosmides y Tooby (1989), afirman que lo que define al cdm como modular es que normalmente opera sólo en contextos de intercambio social. Esto es, su operación involucra capacidades inferenciales que no están disponibles cuando el sujeto no está pensando en situaciones de intercambio social. Se dice también (Gigerenzer & Hug, 1992) que se puede activar y desactivar el cdm en tareas experimentales, dependiendo de si el sujeto percibe o no la situación como un intercambio social. Entonces, el cdm opera sólo cuando un individuo detecta que está ocurriendo una trampa por parte de algún sujeto de la comunidad. Entre una innumerable cantidad de críticos a este supuesto módulo, autores como Fodor han anotado (2000, p. 75) que el cdm requiere postular un mecanismo a priori que pueda mapear tanto representaciones de intercambio social como representaciones donde no hay intercambio social —que quizá sería un mecanismo menos específico de dominio que el cdm. Por ello, Fodor plantea la pregunta de: ¿cómo decide un módulo si lo que está viendo es un intercambio social? Es decir, indagar si algo es un intercambio social y, si lo es, de qué tipo, involucra el uso de un mecanismo que permitiera detectar “pistas muy sutiles”. De ahí que el cdm no podría ser un módulo a menos que hubiera un meta-módulo capaz de detectar las pistas sutiles y relevantes para, a partir de ello, inferir que está ocurriendo un intercambio social. Afirma que calcular si una escena representa un intercambio social, y si lo es, de qué tipo, involucra pensar. Es decir, involucra el tipo de razonamiento abductivo que por definición una mente masivamente modular no puede llevar a cabo (Fodor, 2000, p.77).

Recordemos que para Fodor los procesos abductivos se dan en los procesadores centrales, donde se conjugan estímulos, creencias, deseos, etcétera, de distintos dominios de información; y entonces estos procesos de composición e integración de la información no podrían ser modulares porque no cumplen las características de la modularidad, comenzando porque no pueden ser específicos de dominio. Más allá de que la crítica de Fodor, sea o no acertada, el punto medular es que la evidencia a favor del módulo de detección de tramposos es debatible: su localización en el cerebro, la especificidad de procesamiento, el que sea una capacidad transmitida genéticamente, etcétera. Hay muchas otras críticas a este y otros módulos específicos propuestos por la mm. Sin embargo, dado que criticar los casos concretos de módulos no pone en duda la viabilidad general de los proyectos de la mente masivamente modular, no nos detendremos en ellos. Revisemos ahora lo que más nos interesa: las críticas generales a la mm y su viabilidad en general.

García (2007) argumenta que para determinar legítimamente la evolucionabilidad de un mecanismo cognitivo se necesita primero hacer el estudio de la modularidad de dicho mecanismo. Ahora bien, para determinar si un mecanismo cognitivo m es modular y en qué medida, los científicos tendrían que estudiar no sólo las disfunciones cognitivas del desarrollo de m en los adultos en una población relevante, y el grado en el cual éstas son variacionalmente independientes (en sentido cognitivo y no cognitivo), sino también el grado de independencia variacional de las capacidades cognitivas que se desempeñan de modo excelente (excelencias) con respecto a m y que aparecieron en adultos de la población correspondiente durante la ontogenia. García (2007) muestra que la noción de modularidad cognitiva que se necesita para hacer plausible el argumento anterior, es decir, que los mecanismos cognitivos modulares son más evolucionables que los mecanismos que no son cognitivamente modulares (dado que los primeros son biológicamente modulares), tiene que entenderse, por lo menos en parte, en términos de la noción biológica de independencia variacional. De esta forma, un mecanismo cognitivo m de los miembros de una población p es muy cognitivamente modular sólo si pocos o ningunos otros cambios morfológicos (cognitivos o no) están significativamente correlacionados con variaciones de m que surgen en miembros de p como resultado de la ontogenia. Lo anterior baste sólo para apuntar lo complicado que sería demostrar la evolucionabilidad de un mecanismo cognitivo para con ello apoyar la tesis de la mm; en particular, es difícil especular sobre la variación de los cambios morfológicos para, a partir de ahí, hacer suposiciones sobre su mayor o menor evolucionabilidad.

Para empezar, caracterizar el innatismo de una manera aceptable es un problema para la modularidad en general, si bien los defensores de la mm no sostienen que todos los módulos son producto de la evolución por selección natural, ni que todos sean innatos. Aun cuando muchos defensores de la mm negarían que todo módulo es innato, parecen indicar que algunos de ellos sí tienen un fuerte componente innato y con éstos sigue habiendo problemas.

Como nos explica García (2005), en sus inicios la idea de lo innato provenía de dividir los rasgos o características de los individuos en internos y externos. Los primeros son resultado de recursos “internos” del sujeto, y los segundos son el resultado del medio ambiente o recursos “externos”. En dicho artículo muestra por qué, a la luz de algunos descubrimientos empíricos relativamente recientes en biología del desarrollo, es improbable que existan rasgos, caracteres y capacidades en los organismos biológicos cuya historia causal incluya exclusivamente factores “internos” a esos organismos. Esto es lo que denomina el concepto internalista de lo innato. Por el contrario, García plantea14 una distinción (2005, p. 178) entre rasgos de los organismos que se desarrollan en situaciones que incluyen factores causales que son típicos, y aquellos que no lo son. Entendiéndose como factores típicos lo siguiente: todos los factores causales (internos y externos) responsables de la aparición de un rasgo ‘T’, en los miembros de una población ‘P’, en un tiempo ‘t’, en un ambiente ‘e’, son típicos de la población ‘P’ con respecto al rasgo ‘T’ en ‘t’. Es decir, un factor causal típico de una población sería aquel conjunto de factores ambientales externos e internos (genéticos y ambientales) que explican la aparición del rasgo en cuestión en la mayoría de los sujetos de la población particular. A partir de ello, propone la siguiente caracterización externalista de lo innato: Un rasgo ‘T’ de un organismo perteneciente a una población determinada de una especie es innato en ese organismo en un tiempo ‘t’ cuando: a) El organismo en cuestión posee ‘T’ en ‘t’, y b) ‘T’ apareció en ese organismo como resultado de su desarrollo ontogenético que se dio en una situación que incluyó todos los factores causales típicos de esa población con respecto al rasgo ‘T’ en ‘t’, entre los cuales se encuentran ciertos factores genéticos. Esta salida es apropiada para el innatismo porque en la formulación de García (2005), son innatos aquellos rasgos que han tenido un valor evolutivo específico en la historia evolutiva de una población y que tienen un componente genético. Entonces, lo innato es relativo a una población, es decir, a la historia evolutiva de la población a la cual el organismo pertenece.

Hay, sin embargo, otras propuestas respecto al innatismo como la de André Ariew (1996), quien aplica la idea de canalización para definir el innatismo. Contrario a aquellos que argumentan que ni el concepto biológico de “alta heredabilidad” (high heredability), ni el concepto de norma de reacción estable (flat norm of reaction) definen el innatismo y que por ello tal concepto debe ser desechado no sólo de la biología, sino de las ciencias cognitivas, Ariew sostiene que el innatismo es un concepto legítimo en biología. Propone, a partir de la biología del desarrollo, que el innatismo se debe definir en términos del concepto de canalización de C. H. Waddington. La idea general es que la medida en que un rasgo es innato depende del grado en el que su desarrollo esté canalizado. Es decir, si el rasgo está presente en el estado final del individuo de cierta especie en un amplio rango de condiciones medioambientales iniciales, y que persiste a pesar de las fluctuaciones medioambientales en el curso del desarrollo de la especie. Para Ariew (1996, S20), el innatismo no debe definirse en términos de una rígida dicotomía gen/medio ambiente.

Si bien hay propuestas más elaboradas de la noción de innato como son la de García (2005) y Ariew (1996), los modularistas masivos —o los defensores de la modularidad que consideran que los módulos tienen un origen innato— no toman en cuenta una concepción como las que mencioné. Para la mm lo innato equivale a rasgos heredados genéticamente, lo cual, como acabamos de ver, es erróneo. En cualquier caso, parece más apropiada la propuesta de los modularistas masivos como Carruthers, quien considera que es más certero no comprometerse con ningún tipo de innatismo y que, en su lugar, deberíamos concentrarnos en el estudio de cómo se va especializando la cognición.»

18/11/2020

Extraigo las cuatro formas de evaluar las hipótesis de la psicología evolucionista del libro de Wallen. Kim Wallen, ‘Mate Selection, Economics and Selection’, Behavioral and Brain Sciences, 12 (1989), pp. 37–8.

1. ¿Hay un buen ajuste entre la hipótesis y los datos?
2. ¿La explicación evolutiva es tan buena o mejor que alguna alternativa propuesta?
3. En tercer lugar, cuando se utilizan cuestionarios para obtener datos que apoyen hipótesis sobre la reproducción, los comportamientos observados o documentados de forma independiente se correlacionan con las respuestas del cuestionario.
4. ¿los personajes postulados se relacionan realmente con la aptitud reproductiva (por ejemplo, casarse con un hombre más rico realmente aumenta las posibilidades de una mujer de producir más hijos y en mejor forma?

Como señala Anne Fausto-Sterling en su Beyond Difference: Feminism and Evolutionary Psychology

“En el caso de la hipótesis de Buss de que, durante la evolución humana, la selección natural favoreció a las mujeres que prefieren a los hombres más ricos, sólo se ha cumplido razonablemente con el primero de los cuatro criterios.

Los argumentos evolutivos que cumplen con los más altos estándares de la ciencia evolutiva siempre deben mantener clara la diferencia entre obtener datos para demostrar el funcionamiento de eventos selectivos contemporáneos y utilizar datos contemporáneos para idear hipótesis sobre el pasado. En sus escritos populares, Buss a menudo desdibuja esta distinción. Por ejemplo, (en su ‘Psychological S*x Differences: Origins Through S*xual Selection´) comienza su análisis de la preferencia de las mujeres humanas por los machos con recursos económicos haciendo referencia a un estudio de campo de un ave llamada alcaudón gris. Cita un elegante experimento en el que un biólogo de campo demostró que las hembras de los alcaudones preferían a los machos con depósitos más grandes de comida. El estudio muestra la selección sexual en acción en una población de aves contemporánea. Buss luego pasa de su relato del comportamiento de los alcaudones para imaginar un escenario que podría haber tenido lugar durante la evolución humana temprana. Para que la preferencia de las mujeres por parejas más ricas haya evolucionado, estipula que los hombres prehistóricos tendrían que ser capaces de acumular y controlar recursos, que diferentes hombres habrían tenido diferentes niveles de recursos y que la monogamia habría tenido una ventaja para la mujer. (Como se señaló anteriormente, él nunca especifica exactamente cuándo durante la evolución humana esto pudo haber estado sucediendo, por lo que no podemos usar el registro arqueológico para evaluar sus suposiciones). Estas condiciones, cree Buss, se cumplen fácilmente entre los humanos, y se remontan al mundo contemporáneo para tomar como ejemplo a Donald Trump o algún Rockefeller u otro. Luego regresa a "las mujeres sobre la historia evolutiva" y luego vuelve a los estudios contemporáneos sobre la preferencia femenina. Lo que tenemos, al final, es una mezcolanza de argumentos en los que a menudo estudios contemporáneos muy bien hechos sobre los comportamientos de apareamiento en animales se combinan con estudios mucho menos elegantes del comportamiento humano contemporáneo. Estos últimos se combinan luego con postulados infundados pero plausibles sobre algún período anterior no especificado de la evolución humana en el que la conducta contemporánea podría haber tenido su origen. No sostengo que sea incorrecto pensar en la evolución del comportamiento humano. Más bien, hay que hacerlo utilizando los altos estándares de los mejores estudios de evolución del comportamiento en animales. Y si uno va a construir hipótesis sobre la evolución prehistórica, entonces también debe usar los estándares del campo y la rica, aunque imperfecta, información ya obtenida del registro fósil.

Aceptemos que es probable que los machos y las hembras hayan desarrollado enfoques diferentes para el cortejo, el apareamiento y el cuidado infantil. Además, esos enfoques pueden entrar en conflicto directo. No obstante, hasta hace poco, la gran mayoría de las investigaciones sobre la selección sexual ha registrado y teorizado los comportamientos masculinos mientras ignora, subestima y presenta caricaturas de cartón de las actividades femeninas. Por ejemplo, alguna vez se pensó que la dominación masculina estructuraba las sociedades de primates como los babuinos africanos. Se creía que las hembras seguían dócilmente a los machos, que luchaban entre sí por el liderazgo y las parejas. Del mismo modo, la evolución de las armas de impacto como astas o enormes caninos se atribuyó a la competencia masculina, y la hembra aceptaba pasivamente al ganador del torneo como su pareja. Con base en estos ejemplos, un modelo de comportamiento humano impulsado por la competencia masculina, los juegos de poder masculinos y, a menudo, la violencia masculina parecía una conclusión natural (en muchos sentidos de la palabra). Sin embargo, durante las dos últimas décadas, las ideas sobre el comportamiento sexual animal y la evolución de las diferencias sexuales han experimentado una revolución. Durante la década de 1970, las mujeres incursionaron en el campo del comportamiento animal, especialmente el estudio de los primates (...) De manera más espectacular, comenzaron a observar cuidadosamente el comportamiento de las hembras en el campo, con resultados asombrosos. Por ejemplo, encontraron que los grupos de parientes femeninos son responsables de determinar gran parte de la vida social de los babuinos. ¿Por qué los observadores anteriores "no pudieron" ver lo que hoy parece obvio? Es posible que sus nociones a priori sobre los roles sexuales obstaculizaran su capacidad de observación (...) Una vez que se llegó a la conclusión de que las mujeres creaban activamente su propio entorno social y que limitaban y controlaban el comportamiento masculino tanto como viceversa, las cortinas se abrieron de par en par. Los biólogos de campo respondieron a las críticas de que pasaban demasiado tiempo observando el comportamiento masculino mientras hacían demasiadas suposiciones a priori sobre la naturaleza del comportamiento femenino. Los resultados fueron asombrosos. Tomemos la paternidad, por ejemplo. Durante muchos años, el dogma - y el lenguaje con que se describía - sostuvo que los machos "engendraban" descendencia. Las hembras, ya sean humanas, mirlos o mariposas, creían los científicos, simplemente se recostaban y pensaban en Inglaterra. Una hembra de mirlo de alas rojas, por ejemplo, seleccionó un territorio controlado y defendido por un macho apropiado. De acuerdo con la teoría, él la protegió a ella y al nido de los depredadores mientras ella obedientemente ponía los huevos, recolectaba deliciosos insectos para su descendencia y se ocupaba de la casa. Fin de la historia, o eso habría aprendido cualquiera que tomara una clase de comportamiento animal desde la década de 1950 hasta la de 1980. Sin embargo, incluso para los mirlos, la vida no es tan simple. Usando tecnología de ADN, los científicos hicieron un descubrimiento intrigante: mientras que las crías en un nido de mirlos tenían la misma madre, varios machos diferentes se habían involucrado en el acto de paternidad. Tener una mujer en "su" territorio, incluso copulando con ella, resultó no ofrecer ninguna garantía de que un hombre alcanzaría la paternidad. Las hembras parecen estar dirigiendo este espectáculo. Los resultados del mirlo también se mantienen en muchas otras especies. Aunque las tasas reales de descendencia engendradas por machos intrusos difieren, el mensaje es claro: el comportamiento femenino puede determinar el camino de la evolución y sus actividades son tan variadas, dinámicas y complicadas como las de los machos. El enfoque, al igual que con el propio trabajo de Darwin, está en la variación. Una característica clave de la evolución humana fue la expansión del rasgo de flexibilidad del desarrollo, lo que llevó a la capacidad de adaptar el comportamiento al contexto. Las observaciones cuidadosas de las poblaciones de primates silvestres o semisalvajes han arrojado algunos descubrimientos fascinantes sobre la sexualidad masculina y femenina. Las observaciones de los organismos durante muchos años y varias generaciones, señalando qué individuos se aparearon y con quién, qué individuos iniciaron encuentros sexuales y las consecuencias de cada elección refutaron las afirmaciones dogmáticas de que las mujeres realmente no quieren s**o, que las mujeres no se benefician de la exuberancia sexual., y que a las mujeres les va mejor eligiendo a sus parejas con prudencia y discriminación. En Female Choices: The S*xual Behavior of Female Primates Meredith Small encontró evidencia de primates sexualmente activas cuyo comportamiento está lejos de ser tímido. En muchas, si no en la mayoría, de las especies de monos y simios, las hembras tienen mucho más s**o de lo que parece necesario para producir sus habituales una o dos crías por año. Algunas hembras solicitan s**o acercándose a un macho y empujando sus patas traseras en su cara, un comportamiento difícilmente "tímido". Otros inician un juego de etiqueta sexual, corren hacia un hombre, lo abofetean y se retiran a una corta distancia. La visión tradicional sostiene que los hombres siempre deben estar listos, dispuestos y capaces, mientras que las mujeres deben ser dóciles y esperar al macho fuerte."

25/10/2020

Adapting minds — David Buller

Anotación: si usted tiene simpatías por la psicología evolucionista, recomiendo que consiga algún calmante o placebo después de leer las siguientes críticas tan arrolladoras sobre la mala metodología que utiliza la PE para inferir la existencia de mecanismos psicológicos supuestamente presionados para que evolucionaran en la arquitectura supuestamente modular del sistema nervioso.

“Reverse engineering is a process of figuring out thedesign of a mechanism on the basis of an analysis of the tasks it performs. Evolutionary functional analysis is a form of reverse engineering in that it attempts to reconstruct the mind’s design from an analysis of the problems the mind must have evolved to solve.

However, because our psychological mechanisms were designed to solve the adaptive problems faced by our Pleistocene ancestors, according to Evolutionary Psychologists, and because the environments we now inhabit often differ considerably from those inhabited by our Pleistocene ancestors, our psychological adaptations often fail to function as designed. As a result, Evolutionary Psychologists argue, our psychological adaptationsconsistently produce maladaptive thought, emotion, and behavior in our
modern environments. So we can’t reverse engineer the evolved design of the mind by studying contemporary human behavior and cognition, by studying the tasks that the mind performs in our modern environments. Instead, Evolutionary Psychologists claim, we must reverse engineer the mind from the vantage of our evolutionary past. Thus, evolutionary functional analysis begins with a specification of an adaptive problem that prevailed in our EEA [the environment of evolutionary adaptedness, EEA, is the ancestral environment to which a species is adapted. It is the set of selection pressures that shaped an adaptation] and proceeds to the description of a domain-specific psychological mechanism that specializes in solving it. It is a method of
inferring the existence of a psychological adaptation from a claim about a history of selection pressures.

Evolutionary Psychologists are confident that evolutionary functional analysis can lead to the discovery of unknown psychological adaptations, because, as Tooby and Cosmides say, a “selection pressure defines an information-processing problem that organisms will be selected to evolve mechanisms to solve...Using this description of an adaptive problem as astarting point, one can immediately begin to define the cognitive subtasks that would have to be addressed.” “Because an adaptive problem and its cognitive solution—a mechanism—need to fit together like a lock and a key, understanding adaptive problems tells one a great deal about the associated cognitive mechanisms. Natural selection shapes domain-specific mechanisms so that their structure meshes with the evolutionarily stable features of their particular problem-domains.” Because of this alleged
tight correspondence between adaptive problems and their psychological solutions, “evolutionary functional analysis guides the researcher step by step from a definition of an adaptive problem to the discovery and
mapping of the mechanisms that solve it.”

I will argue that there are intractable obstacles to discovering our psychological adaptations via evolutionary functional analysis. For the
method requires that we identify the adaptive problems faced by our ancestors and that we then infer the design of the psychological mechanisms that evolved to solve them. I will argue, first, that we can’t specify the adaptive problems faced by our ancestors precisely enough to know what kinds of psychological mechanism would have had to evolve to solve them. I will argue, second, that no reliable chain of inference leads from ancestral adaptive problems to our psychological adaptations anyway.

With respect to the first problem, we simply don’t know what adaptive problems our ancestors faced in our EEA. We don’t even know the number of species in the genus Homo, which species were our direct ancestors, or in general how Homo species were related to one another, let alone details
about the lifestyles led by those species. This was one of Gould’s complaints against Evolutionary Psychology. But Gould oversimplified by ignoring the fact that Evolutionary Psychologists propose three sources of evidencefrom which we can obtain information about the adaptive problems facedby our ancestors. So how, according to Evolutionary Psychologists, can we obtain information about the adaptive problems faced by our Pleistocene ancestors?

One source of evidence is the design of adaptations. As the evolutionary biologist Randy Thornhill puts it: “The functional design of an adaptation is the record of the salient, long-term environmental problem involved in the creation of the functional design. Thus, we can actually scientifically go back in time and discover the creative selection pressures that were effective in human evolutionary history.” Following Thornhill’slead, David Buss argues that, although “we lack a videotape of the selective pressures” that affected human psychology, nonetheless “some selection pressures can be inferred from the...analysis of the current designof our mechanisms.”

The problem with this suggestion is that we are supposed to discover the “current design of our mechanisms” via evolutionary functional analysis, which is supposed to begin with a specification of the adaptive problemsthat have shaped human psychology. This suggestion instead requires antecedent knowledge of our adaptations, which is used as a source of information about the adaptive problems that have shaped them. But, while the mind may not be a wholly black box any longer, it still remains a dark shade of charcoal heather. So this suggestion is a nonstarter if, as in fact is the case, we haven’t independently identified the psychological characteristics that are candidate adaptations.

A second potential source of evidence about the adaptive problems faced by our hunter-gatherer ancestors is the lifestyles of extant hunter-gatherer populations. Evolutionary psychologists argue that hunter-gatherer populations that have been unaffected by agriculturalization and industrialization live much as Pleistocene hunter-gatherers did. In effect, they argue,
there has been a continuity of lifestyle from our ancestral hunter-gatherer populations to extant hunter-gatherer populations. Consequently, they conclude, the adaptive problems faced by extant hunter-gatherers shouldbe the same as those faced by our Pleistocene ancestors.

There are, however, two problems with this proposal. First, it is naive to think that the social lives of extant hunter-gatherer populations have not changed significantly in the last 10,000 years. As the anthropologist Robert Kelly argues, “long before anthropologists arrived on the scene, hunter-
gatherers had already been contacted, given diseases, shot at, traded with, employed and exploited by colonial powers, agriculturalists, and/or pastoralists. The result has been dramatic alterations in hunter-gatherers’
livelihoods...There can be little doubt that all ethnographically knownhunter-gatherers are tied into the world economic system in one way or another; in some cases they have been so connected for hundreds of years.They are in no way evolutionary relics.”

Second, as the anthropologist Laura Betzig points out, there is considerable variation in the lifestyles of extant hunter-gatherer populations. Among these populations, the average daily caloric intake from foods gathered by women ranges from 2 percent to 67 percent, average paternal careranges from ten minutes a day to 88 percent of the day, and mating systemsvary. This variation is not restricted to differences between sub-Saharan hunter-gatherers and, for example, South American hunter-gatherers.There is considerable such variation among African hunter-gatherers in and around the region Evolutionary Psychologists believe was inhabited by our ancestors. Which of these populations should we take as our model of our Pleistocene ancestors? It makes a difference. If we choose a monogamous population, we will get a different picture of the adaptive problemsthat shaped human sexual psychology than if we choose a polygynous population. Similarly, a population that gets most of its calories from foods provided by women will give us a different picture of adaptive problems than a population that gets most of its calories from foods provided by men. Since it isn’t at all clear which extant hunter-gatherer population we should take as our model, we can’t reliably reconstruct the adaptive problems faced by our Pleistocene ancestors through a study of extant hunter-gatherers.

The third source of potential evidence about the adaptive problems faced by our Pleistocene ancestors is comparative analysis, the study of speciesrelated to ours. Evolutionary psychologists claim that we may come tounderstand the adaptive problems faced by Pleistocene humans by studying the adaptive problems faced by related nonhuman primates, since they share with us a common ancestor.But there are problems with this suggestion too. First, the most recent ancestor common to us and our closest relative, the chimpanzee, lived 5to 7 million years ago, a good 3 to 5 million years before the Pleistocene.

Second, nonhuman primate species differ considerably with respect to foraging, parental care, and mating system. So we face the problem ofwhich nonhuman primate to take as our model of Pleistocene humans.The lifestyle of our closest relatives won’t necessarily provide the best clues to the adaptive problems that drove human psychological evolution. Studies of 178 mammal and 151 bird species have shown that closelyrelated species are more similar with respect to morphological and life-history traits than are distantly related species, but that degree of relatedness isn’t correlated with similarity in behavioral traits. Rather, similarity of ecological conditions is a more important determinant of similarity of
behavioral traits than is degree of relatedness.
Since human psychology would have evolved in response to selection’s acting on behavior, the ecological conditions of our ancestors would have been a primary determinant of the evolution of human psychological traits. Consequently, rather than simply studying our closest primate relatives, we need to study the primate species whose ecological conditions
most closely resemble those of our Pleistocene ancestors, for that species
will provide the best guide to the adaptive problems faced by our ancestors. But, without knowledge of the ecological conditions of our Pleistocene ancestors, which is what we’re trying to obtain, we can’t determine which nonhuman primates live in ecological conditions similar to those of Pleistocene humans. Thus, the study of nonhuman primates is unlikely to shed light on the adaptive problems that helped shape human
psychology.

These are all serious obstacles to the specification of adaptive problems that constitutes the first step of evolutionary functional analysis. Any specification of those problems will indeed rank as pure guesswork on the part of Evolutionary Psychologists, much in the way that Gould complains.”

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