05/02/2025
De mi nuevo libro, Henrytustra y el mapa de las emociones, que será publicado en algunas semanas, he aquí una muestra
La Pereza o la madre de todos los vicios
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Para comprender la esencia del humanoide, no basta con observar sus acciones; también es imprescindible analizar aquello que deja de hacer, los vacíos que va creando en su cotidianidad, en sus aspiraciones y en su falta de movimiento.
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Henrytustra, en su travesía por aquella cueva húmeda y oscura, contemplaba entre sueños a sus jóvenes aprendices, Atenea y Marco Aurelio. A lo lejos, en un rincón polvoriento, divisó unos pergaminos olvidados. Se trataba de textos religiosos, sus letras desgastadas contaban historias de fe y moralidad. Al abrir uno de esos libros, sintió un frío a su lado, y con él apareció una figura sombría.
—Yo soy la Pereza —balbuceó la sombra con una voz lenta—. No abras esos textos, ahí me difaman. Dicen que soy un pecado capital y que el perezoso arderá en el purgatorio. ¿Crees que soy tan mala? Solo soy la falta de actividad, un susurro que invita al descanso infinito. Me instalo en algunos humanoides y los arrullo en la comodidad de su inercia. Les enseño a rechazar empleos, a ignorar el desorden en sus hogares, incluso a descuidar su propio cuerpo. Soy la reina de las excusas, Henrytustra: me escondo detrás de dolores, climas adversos, distancias insalvables. Y, aunque hablo de defectos, no me malinterpretes: no soy un pecado, soy una elección.
Henrytustra, cauteloso, escuchaba a la sombra, reflexionando sobre sus palabras.
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En psicología, no toda falta de actividad puede considerarse pereza. Esta última se define como negligencia o desinterés hacia obligaciones reconocidas como necesarias o importantes. La pereza no es simplemente descansar o tomarse un respiro, sino la persistente falta de motivación y acción incluso cuando las consecuencias negativas de la inacción son evidentes.
La pereza puede ser física, mental o emocional. No obstante, es crucial diferenciarla de condiciones más profundas: algunas veces, la falta de actividad responde a depresiones ocultas, trastornos como la esquizofrenia, el autismo o incluso afecciones físicas debilitantes. Pero estas realidades no justifican del todo un estilo de vida perezoso. Hay quienes eligen conscientemente un camino de inercia, atrapados en una zona de confort perpetua, prefiriendo su cama o el sofá a cualquier forma de acción significativa.
La pereza física se manifiesta como la falta de disposición para realizar actividades corporales, incluso cuando estas son necesarias para el bienestar personal. Por ejemplo, un individuo reconoce que hacer ejercicio mejorará su salud, pero constantemente pospone sus caminatas o visitas al gimnasio porque "hoy no tiene ganas" o "está demasiado cansado". Ciertos humanoides acumulan platos sucios, ropa sin lavar o espacios desordenados debido a la falta de energía para realizar tareas domésticas básicas. Mientras que otros humanoides evitan hacerse chequeos médicos o no siguen un tratamiento porque "implica mucho esfuerzo".
La pereza mental es la falta de motivación para enfrentar retos intelectuales, aprender algo nuevo o resolver problemas en cuanto a la toma de decisiones como enfrentar un dilema complejo y preferir no decidir nada, dejando que el problema se agrave, postergar constantemente el inicio de sus tareas, optando por actividades pasivas como ver series o jugar videojuegos en lugar de estudiar o evitar cuestionar información recibida y aceptar opiniones o decisiones de otros sin reflexionar sobre ellas.
Finalmente, la pereza emocional implica evitar enfrentar o procesar emociones, ya sea las propias o las de los demás. Un humanoide que no se esfuerza por mantener contacto con sus amigos o familiares, dejando que las relaciones se enfríen; aquel que opta por ignorar conflictos emocionales o evitar confrontaciones difíciles en lugar de resolverlos, lo que puede llevar al deterioro de las relaciones o una persona que no reflexiona sobre su bienestar emocional o evita buscar ayuda cuando se siente abrumada por el estrés o la tristeza.
A menudo, estas formas de pereza no actúan de manera aislada, sino que se entrelazan. Una persona que experimenta pereza emocional puede sentir miedo o desgana de enfrentar sus problemas emocionales, lo que a su vez puede llevarla a evitar tareas físicas (como ir a trabajar) o mentales (como planificar soluciones). Alguien atrapado en la pereza física puede justificar su inactividad con argumentos mentales, como “no tengo tiempo para hacer ejercicio”, aunque esto sea una racionalización más que una realidad.
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Henrytustra había conocido incontables humanoides que, atrapados por la pereza, habían dejado escapar las oportunidades de sus vidas. Envejecían con lamentos, recordando todo aquello que podrían haber logrado, pero nunca intentaron. En su memoria quedaron grabados rostros que habían pasado décadas postrados ante pantallas, paralizados por la inercia de un ocio vacío.
El sabio, con su habitual empatía, cerró el pergamino y miró a la sombra:
—En cada humanoide hay una pugna entre el descanso legítimo y la pereza corrosiva. Descansar es un arte, pero cuando el descanso se convierte en huida, comenzamos a ceder ante la pereza. Identificar si es el cuerpo, la mente o el corazón lo que nos frena es el primer paso hacia la acción. Pero recuerda: un pequeño movimiento puede romper grandes cadenas.
—¿Cómo pretendes cambiar la percepción de ti mismo, y la percepción de los demás, si no te movilizas? Cada paso que no das es una puerta que nunca abrirás. Piensa en lo que aún puedes construir, pero recuerda: la pereza no desaparecerá con un deseo, solo con la acción.
La sombra parecía desvanecerse mientras Henrytustra hablaba. En la penumbra de la cueva, el sabio sintió que había sembrado una semilla, pequeña, pero lo suficientemente fuerte como para resistir el viento de la inercia. Así se activaba Henrytustra.
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