
20/08/2025
Pequeña historia de resiliencia y empatía
Hola, soy Jeudy, un joven de 23 años, soñador y con un montón de metas por cumplir.
Hoy me encuentro sentado en la sala de espera, acompañando a uno de mis grandes mentores: mi abuelito, un hombre fuerte y valiente que espera ser llamado para su sesión de radioterapia.
Hasta ahora no conocía de cerca este mundo. No imaginaba cuántas personas enfrentan el cáncer, ni la magnitud de su lucha. Ver tantos rostros demacrados, sin cabello, llenos de miedo e incertidumbre, me ha conmovido profundamente. Mi corazón se entristece al descubrir esta realidad que hasta hoy me era desconocida.
Miro a mi abuelito sentado a mi lado… ¿qué pensará en este momento? ¿Tendrá miedo? Siempre lo he visto como un roble, pero sé que en lo profundo de su ser también siente temor. De pronto lo llaman. Se levanta tranquilo, camina hacia la puerta y, justo antes de entrar, se detiene por un instante, como si sus pensamientos pesaran más que sus pasos. Luego desaparece detrás de la puerta.
Mientras lo espero, mi mente se llena de dudas. Pienso en su fortaleza, en lo mucho que admiro su valentía. Inspira, aunque sé que el miedo también lo acompaña. Al poco rato vuelve a salir. Me levanto, lo topo y le pregunto:
—¿Cómo te sientes?
—Bien —responde, con esa serenidad que siempre lo caracteriza.
La ambulancia nos espera. Volvemos a ese lugar de descanso y cariño que se ha convertido en un refugio: el Hogar Gary. Ahí nos reciben con ternura Doña Rosibel, Don Miguel, Seidy, Yamilet y, por supuesto, nuestra cocinera estrella, Doña María.
Gracias a todos ellos, este camino se hace más llevadero. Y yo, con la mirada puesta en el futuro, sé que debo seguir adelante. Mis estudios continúan, mis sueños me esperan, y estoy convencido de que pronto lograré convertirme en contador.
Porque la resiliencia se aprende, la empatía se cultiva, y la inspiración, muchas veces, se encuentra en quienes más amamos.