22/06/2025
“Norma y el arma invisible”
En un país donde todo debía estar regulado, Norma era la encargada de decidir quién podía portar qué. No era policía, ni juez, ni soldado. Pero tenía poder, porque se sentaba en una silla rodeada de reglas. Reglas que, por cierto, ella misma podía reinterpretar.
Un día llegó Julián, un joven que llevaba años entrenando para defender a su comunidad. Traía consigo un cuchillo de precisión, pequeño, útil, controlado. No era para atacar, sino para curar, para cortar vendas, para ayudar en emergencias. Norma lo miró, revisó su solicitud y dijo:
—“No. Aquí solo pueden portar cuchillos los que lleven uniforme azul marino. Tú no lo tienes.”
—“Pero he estudiado, tengo licencia, y lo uso con conocimiento. Otros lo llevan sin preparación y no se los quitan” —respondió Julián.
Norma le sonrió con arrogancia.
—“Ellos tienen más historia aquí. Tienen amigos sentados en esta mesa. Tú no.”
Otro día llegó Martín. Portaba una pi***la. Pesada. Oficial. Registrada. La mostraba con orgullo. Nunca había entrenado en primeros auxilios, pero sabía imponer miedo. Norma le extendió un papel con un sello dorado:
—“Autorizado. Puedes entrar.”
—”¿Y si la uso mal?” —preguntó, por curiosidad.
—“Eso no es mi problema. Eso se verá después.”
Finalmente llegó Clara. No llevaba arma, ni cuchillo, ni herramientas. Solo traía conocimiento, libros, manos limpias y años de experiencia clínica. Quería ayudar. Norma la paró en seco.
—“Tú no puedes.”
—”¿Por qué?”
—“Porque no traes nada. Y aquí, sin algo que cause miedo, no inspiras respeto.”
Clara se fue confundida. Pero desde afuera, ayudó a más personas que los que entraron armados. Con el tiempo, la gente comenzó a cuestionar la silla de Norma. No por las reglas. Sino porque la norma ya no era justa.
Y descubrieron que el arma más peligrosa no era la pi***la, ni el cuchillo…
Era el poder sin verdad, sin ciencia, sin ética.
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