Margohod Corrales

Margohod Corrales Luchadora social, defensora de los derechos de los campesinos y SSC. "SOMOS FEUNASSCISTAS Y LUCHAMOS POR UN CAMBIO SOCIAL"

04/11/2025

AWANA FEST - Por la verdad, la memoria y la justicia!
Concierto, feria y concursos en Peguche!!
📅 Domingo 9 de noviembre
🕜 8:00 - 19:00
📍Peguche, Otavalo

Artistas invitados: MUGRE SUR, Ananki, Jordi Perugschi, Wayna y su rondín y Taki Amaru

Feria gastronómica y artesanal, el Certamen del chancho más original, y más actividades para toda la familia.

02/11/2025

La cuestión de la mujer en perspectiva marxista-leninista
A.Torrecilla


«En el capitalismo, la mitad femenina del género humano está doblemente oprimida. La obrera y la campesina son oprimidas por el capital y, además, incluso en las repúblicas burguesas más democráticas, no gozan de plenos derechos, pues la ley les niega la igualdad con el hombre. Esto, en primer lugar; y en segundo lugar — lo que es principal—, permanecen en “la esclavitud casera”, son “esclavas del hogar”, viven agobiadas por la labor más mezquina, más ingrata, más dura y más embrutecedora: la de la cocina y, en general, la de la economía doméstica familiar individual.» (Lenin, 8 de marzo de 1921)

El análisis materialista de la cuestión femenina ha sido sustituido hace mucho tiempo bajo el capitalismo por la hegemonía del feminismo burgués que plantea enfoques parciales, limitados a determinaciones concretas de un fenómeno amplio y complejo que, como tal, es irresoluble sin una respuesta científica del asunto que abarque la generalidad del fenómeno.
La interpretación individualista del mundo que impone el capitalismo — resumida en la pobre visión neodarwinista del «yo» enfrentado a un mundo competitivo, donde solo sobrevive el más apto acaparando la mayor cantidad posible de los limitados recursos—, ha resucitado una forma de gremialismo social que fragmenta los problemas de la sociedad, centrándolos alrededor de grupos cada vez más pequeños y de características más concretas, unidos por su ansia de acaparar recursos materiales o políticos. Igual que los gremios medievales, aislados unos de otros, cerrados sobre sí mismos, y enfrentados entre sí por conseguir privilegios del amo. Los nuevos
«gremios sociales» se apartan de la visión unitaria de la lucha de clases sustituyéndola por una «marea» de mil corrientes que, en la práctica, compiten entre ellas bajo la idea —consciente o inconscientemente— de que la solución a «su» problema concreto es más accesible o urgente que una solución general para la totalidad.
Uno de los sectores más contaminados por esta influencia capitalista —burguesa— es precisamente el de la lucha de la mujer por su equiparación en derechos, obligaciones y libertades con los hombres. Pero esta idea abstracta oculta una cuestión fundamental: la de que tampoco entre los hombres existe una igualdad general, pues la sociedad entera se encuentra dividida en dos grandes campos enfrentados e irreconciliables; el de la clase trabajadora, que produce la riqueza material y económica, y el de la burguesía, que se apropia de ella. Así pues, proclamar la igualdad entre hombres y mujeres, en abstracto, es una reivindicación limitada por las infranqueables fronteras de la lucha de clases. Mientras la mujer burguesa lucha por su «derecho» a compartir el poder y los privilegios del hombre burgués, a lo máximo que puede aspirar la mujer proletaria bajo esta premisa es a alcanzar la igualdad en el grado de explotación que sufre el hombre proletario en la dictadura burguesa.
Ahora bien, lo cierto es que ese grado de explotación es menor en el caso del hombre proletario que en el de la mujer, pues es evidente que mientras el hombre sufre la explotación laboral —ámbito productivo—, tradicionalmente se ve liberado en cambio del trabajo doméstico— ámbito reproductivo—, no remunerado, que recae históricamente sobre la mujer a través de la división sexual del trabajo, arrastrada a lo largo de los siglos y trasplantada en menor o mayor grado a todos los modos de producción hasta ahora conocidos.
Las implicaciones de esta desigualdad de partida para las mujeres proletarias son evidentes a la hora de integrarse en un ámbito laboral en el que deben competir, no solo entre ellas, sino también contra los hombres de su clase, sin desligarse a la vez de «sus» responsabilidades en el ámbito doméstico. Esta competición dentro del proletariado es algo propio y determinante del modo de producción capitalista. El capitalismo impone la disociación del ámbito doméstico y el ámbito productivo reforzando y ampliando una división sexual del trabajo que alcanza su máximo con el modelo ideal de familia burguesa, donde el «padre de familia» se dedica en exclusiva a obtener recursos económicos y el «ama de la casa» se consagra a la crianza y educación de los hijos, así como a la administración de la logística doméstica, siempre bajo la tutela del hombre.
Esta disociación aparente entre trabajo doméstico y asalariado —aparente, pues ambos son imprescindibles para la vida social— es la clave de bóveda de la liberación de la mujer trabajadora, pues no es posible superar ninguna de las dos facetas de su explotación sin abordar la raíz de la misma en la cuestión. Por un lado, la hipotética emancipación femenina total del trabajo doméstico, sin otros cambios en la estructura social —económica—, conlleva necesariamente la «subrogación» de ese trabajo hacia terceros —que a su vez tendrán que afrontar el problema de compaginar trabajo doméstico y asalariado— trasladando el problema sin resolverlo; mientras que, por otro lado, la hipotética liberación completa de la mujer respecto al trabajo asalariado, sin cambios sociales estructurales, es, evidentemente, una peor solución todavía, pues las relaciones económicas capitalistas, que mercantilizan todos y cada uno de los aspectos de la vida social, dentro y fuera del ámbito productivo, hacen que quienes no tienen acceso a un salario sean totalmente dependientes de quienes sí disponen de él. Por otra parte, la «solución» intermedia, planteada por la burguesía, de implantar un «salario» —una pensión, en realidad— para quienes se dediquen exclusivamente a las labores domésticas, no es más que una forma de incentivar económicamente esta división sexual del trabajo, atenuando pero no resolviendo la dependencia de quienes históricamente han asumido esas tareas.
Por tanto, es evidente que las relaciones sociales de la mujer trabajadora están determinadas por el «pecado original» de la división sexual del trabajo, que ha favorecido su discriminación en el ámbito laboral productivo —también— bajo el modo de producción capitalista. Sin embargo, el mismo capitalismo ha producido hace mucho tiempo medios económicos y sociales suficientes para superar esa anacrónica división sexual del trabajo, aunque la burguesía —hombres y mujeres— no tienen el mínimo interés por eliminarla, pues, desde su visión de clase, esa rémora favorece la competición laboral entre hombres y mujeres proletarios, facilita la reproducción social de la fuerza de trabajo, y anima el enfrentamiento en el seno de la clase trabajadora. Es, por tanto, una herramienta extremadamente útil y eficaz para facilitar su dictadura de clase.
Únicamente la revolución social dirigida por el proletariado está en condiciones de superar la división sexual del trabajo liberando las inmensas fuerzas productivas que lo hacen posible. Si esas fuerzas productivas no han rebasado todavía los estrechos márgenes heredados de siglos anteriores es únicamente porque la burguesía se esfuerza por combatir cualquier avance en esa dirección pues, como clase dominante, se sostiene sobre la miseria, la desigualdad y la competencia entre trabajadores.
En otras palabras, la liberación de la mujer es inseparable del derrocamiento de la dictadura burguesa y viceversa, pues solo el libre desarrollo de las fuerzas productivas y, en consecuencia, la superación definitiva de la división sexual del trabajo puede sentar las bases de una sociedad nueva en la que se dejen atrás las irracionales diferencias de clase heredadas hasta hoy, y celosamente protegidas por la burguesía. Cualquier otro «atajo» hacia una liberación o avance parcial de cualquier capa o sector social dentro del proletariado está condenado al fracaso o la tergiversación.

Tomado del periódico Octubre, órgano de expresión del Partido Comunista de España (marxista-leninista)

02/11/2025

Derrota la mentira, el autoritarismo y el racismo

01/11/2025
31/10/2025

Quien quiere a su país defiende su soberanía y no entrega su territorio para los planes guerreristas de potencias extranjeras.

30/10/2025

¡ARRIBA LOS POBRES DEL MUNDO!


La canción más emblemática del movimiento obrero internacional es La Internacional, escrita por el obrero francés Eugène Pottier en 1871 y musicalizada por otro obrero, Pierre Degeyter, en 1888. Hoy, La Internacional es el himno de los comunistas de todo el mundo.
Pottier participó en el levantamiento de la Comuna de Paris (1871), el primer intento realizado por la clase obrera para implantar su poder —que únicamente duró 72 días— del cual las experiencias extraídas por el movimiento comunista son de enorme trascendencia histórico- estratégica. Marx dijo de ella que en esa ocasión los obreros de Paris «tomaron el cielo por asalto», y en el prólogo al Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Marx y Engels en junio de 1872, toman la frase de Marx que corresponde a La guerra civil en Francia, que dice que «La Comuna ha demostrado, sobre todo, que la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines…» sino que debe romper esa máquina estatal.
Pottier nació el 4 de octubre de 1816 y desde temprana edad demostró su inclinación por la poesía. A los 14 años escribió su primer poema titulado ¡Viva la libertad!, y a lo largo de muchos años de su puño y letra salieron versos y escritos que registraban los acontecimientos políticos de Francia y de donde él se hallaba. La Internacional la escribió a los pocos días de la caída de la Comuna. Diversos compositores musicalizaron sus versos, que siempre fueron escritos con el propósito de despertar la conciencia de clase de los trabajadores y fustigar a quienes los oprimían y explotaban. Lenin dijo que él fue uno de los «más grandes propagandistas por medio de la canción».
Revolucionario cabal, participó en la revolución de 1848 en Francia, organizó a los trabajadores y se incorporó a la Asociación Internacional de los Trabajadores, conocida como la I Internacional. Derrotada la Comuna se vio obligado al exilio en Inglaterra y Estados Unidos; retornó a su país en 1880. Allí formó parte del Partido Obrero Francés, partido socialista de entonces; colaboró en su periódico hasta su fallecimiento el 6 de noviembre de 1887. «Pottier murió en la miseria. Pero deja un monumento más perdurable que el que realiza la mano del hombre» dijo Lenin, en un escrito con motivo del 25 aniversario de su muerte.
Pierre Degeyter fue un obrero, músico y compositor belga. Nació el 8 de octubre de 1848 y murió en 1934. En 1927, ya con 79 años, es invitado a Moscú en la celebración de la Revolución de Octubre y cuando vio y oyó desfilar al Ejército Rojo bajo la tribuna al son de La Internacional no pudo retener las lágrimas.
Cuando Pierre tenía 7 años su padre encontró trabajo en Lille (norte de Francia), donde él también trabajó en una fábrica de mecánica. Asistía a la escuela nocturna para trabajadores donde aprendió a leer y escribir. Con 16 años comenzó a estudiar música por las tardes, en el «Conservatorio de Música» de Rijsel. En 1886 ingresa en la Lira de los Trabajadores (La Lyre des Travailleurs) y participa en la asociación musical del POF, Partido Obrero Francés.
En junio de 1888, uno de los organizadores de la Lira de los Trabajadores pide a Degeyter que ponga música a La Internacional, recomendando encuentre una música vibrante. Con un simple armonio cumplió el pedido en pocos días.
Desde que La Internacional poco a poco fue conocida entre los obreros, fue perseguida por las clases dominantes. Cuando un maestro de escuela, Armand Goselin, editó la letra y música en un folleto de divulgación popular fue perseguido y encarcelado durante un año, a fines del siglo XIX.

Himno de los proletarios del mundo
En 1896, en ocasión de un congreso que se celebraba en la ciudad de Lille, el Partido Obrero Francés convocó a los trabajadores a recibir a las delegaciones extranjeras. Sectores nacionalistas quisieron impedir el acto, e irrumpieron cantando La Marsellesa; los socialistas los enfrentaron, unificándose cantando La Internacional. En las calles, combatiendo, los trabajadores franceses la hicieron suya.
En 1892 la Segunda Internacional la populariza y el 3 de noviembre de 1910 se convierte en el himno de todos los trabajadores del mundo en el Congreso Internacional de Copenhague. En 1919 Lenin la oficializa en la Tercera Internacional y se convierte en el Himno Nacional de la Unión Soviética hasta el año 1944.
La Internacional expresa el carácter de la revolución proletaria en su contenido y forma, es un llamado a la unidad y al combate de los trabajadores y los pueblos para poner fin a la explotación y opresión, es un himno a la esperanza y al futuro, a la solidaridad internacional.

La Internacional

Arriba los pobres del mundo
de pie los esclavos sin pan
y gritemos todos unidos:
¡Viva la Internacional!

Removamos todas las trabas
que oprimen al proletario,
cambiemos al mundo de base
hundiendo al imperio burgués.

Agrupémonos todos,
en la lucha final,
y se alcen los pueblos,
por la Internacional.

El día que el triunfo alcancemos
ni esclavos ni dueños habrá,
los odios que al mundo envenenan
al punto se extinguirán.

El hombre del hombre es hermano
derechos iguales tendrán
la Tierra será el paraíso,
de toda la Humanidad.

Agrupémonos todos
en la lucha final.
Y se alzan los pueblos
por la Internacional.

Agrupémonos todos
en la lucha final.
Y se alzan los pueblos ¡con valor!
por la Internacional.

Visita nuestra web: https://www.pcmle.org/EM/

30/10/2025

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