
16/06/2025
"LA MUERTE DE ÁNGEL Y EL NACIMIENTO DE UN HOMBRE QUE QUIERE VIVIR"
📖 Basado en hechos reales. Adaptado con permiso.
⚠️Advertencia: Esta historia es fuerte, real y puede incomodar. Pero también puede abrir los ojos.
📍Los nombres fueron modificados por petición de quien la cuenta. Esta historia fue tomada personalmente en León, Guanajuato.
🔥CAPITULO FINAL 🔥
Esa noche… frente al espejo, con la mirada herida y los ojos llenos de historia… me hablé como nunca antes:
—“¿Y si esta vez sí luchas por ti?” —“¿Y si esta vez sí te salvas?”
No había nadie más. Solo yo, mi reflejo… y los restos de todas las veces que me fallé.
—“Voy a luchar por mí.” —“Voy a recuperar mi historia, aunque nadie crea en mí.”
Ahí empezó la verdadera batalla.
No contra el mundo… Contra mí mismo. Contra mi adicción. Contra ese ma***to impulso de huir cada vez que algo dolía.
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Pasaron los días, las semanas, los meses… Y yo seguía de pie. Pero no era fácil.
Me levantaba temprano, iba a un trabajo que me revolvía el estómago, donde cargaba cajas con el uniforme empapado en sudor y vergüenza, mientras los demás me miraban como si supieran todo lo que fui… y todo lo que no merecía.
Tenía un jefe que no me respetaba, compañeros que no me hablaban. Me sentía invisible… o peor: un estorbo.
Salía del trabajo y caminaba solo, con el corazón reventando en el pecho, las piernas temblando de cansancio y la cabeza llena de voces que decían:
—“¿Para esto dejaste de drogarte?” —“¿Esto es lo que vale tu esfuerzo?”
Pero yo seguía… Porque había hecho una promesa. Y aunque todo doliera, no quería volver a ser un cadáver con vida.
Intenté estudiar. Me metí a una escuela nocturna. Ahí aprendí lo más difícil: sentarme en un aula sin sentirme menos.
Al principio, no entendía nada. Me costaba leer, escribir… concentrarme. Mi mente estaba tan maltratada que hasta el silencio me dolía. Pero no me rendí.
Cada vez que quería dejarlo todo, recordaba a mi madre… Y escuchaba su voz:
“Tú no naciste para morir así, Ángel.”
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Una tarde, cuando ya no esperaba nada… pasó algo que me sacudió el alma.
Iba caminando a casa, con la cabeza gacha, los tenis rotos y el alma peor. Pasé frente a un restaurante y vi a alguien.
Era Juan.
¿Juan?
Ese Juan… Mi compa de la infancia. Con el que fumé mi primer foco, con el que me inyectaba. Con el que me perdí por años en el mismo in****no.
Estaba distinto. Bien vestido. Sonriente. Con una esposa y dos hijos que le corrían entre las piernas mientras reía.
Me le quedé viendo con un n**o en la garganta… —“No puede ser…”
Juan me vio. Y se acercó. Me abrazó como si no hubiera pasado nada… como si yo no apestara a derrota.
Platicamos. Me dijo que llevaba seis años limpio. Que tenía trabajo, casa… que era feliz.
—“Si tú lo lograste… ¿por qué yo no?”
Esa pregunta me acompañó toda la noche. Me taladró el pecho.
No dormí. Me paré frente a la p**a que aún tenía escondida.
La miré. La toqué. La tuve en las manos como tantas veces. Y sentí ese impulso asqueroso… ese deseo cobarde de desaparecer.
Pero no lo hice.
Porque entendí:
Hay muchas formas de morir… Y no todas tienen lápida.
Yo ya había mu**to muchas veces.
Cuando le grité a mi madre que ojalá se muriera. Cuando desperté entre vómito, sangre y soledad. Cuando nadie me visitó en el anexo. Cuando regresé limpio… pero sin nadie.
Pero esta vez fue diferente. Esta vez… yo decidí quién moría.
Tenía que matar al Ángel adicto. Al que mentía, robaba, traicionaba. Al que no sabía amar ni amarse. Al que vivía con la culpa como mochila.
Me senté frente a la p**a… y me despedí de mí mismo.
—“Gracias por aguantar hasta aquí… pero ya no te necesito. Hoy, te dejo ir.”
Y lo dejé morir.
Murió el Ángel que se odiaba. Murió el Ángel que no se creía merecedor de amor. Murió el Ángel que ya no quería vivir.
Y en su lugar… nació algo distinto.
No fue una iluminación mágica. Ni una paz eterna. Fue una decisión con miedo. Una promesa con cicatrices.
Una voz interna que susurró:
—“Hoy empiezo a vivir por mí. No por los demás. No por probar nada. Solo porque sí quiero vivir.”
Ese día… me abracé. Me pedí perdón. Me miré al espejo sin odio. Y por primera vez… me gustó la mirada que vi.
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Meses después…
Conseguí un trabajo nuevo.
Entré temblando, con mi currículum doblado en la bolsa y el miedo hecho n**o en la garganta. Era una cafetería pequeña… pero digna. El dueño me entrevistó. Me preguntó si tenía experiencia. Le dije que no. Me miró. Me estudió. Y solo me dijo:
—“¿Tienes ganas de aprender?”
Le respondí: —“Tengo ganas de cambiar mi vida.”
Me dio la oportunidad. Y yo no la solté.
Aprendí a hacer café. A llegar temprano. A ganarme el respeto con esfuerzo. A lavar trastes con orgullo. A escuchar sin sentirme basura.
Con el tiempo me ascendieron. Me pagaron un curso. Y un día… alguien me dijo: “Gracias por atenderme tan bien.”
Me fui al baño… y lloré como un niño. Porque por fin, alguien me agradecía… por existir.
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Y entonces, quise más. Volví a estudiar. Esta vez de verdad. Entré a la prepa abierta. Luego a la universidad.
Conocí gente que no me conocía por mis errores. Y ahí entendí:
Que sí podía escribir una nueva historia.
Me caí muchas veces. Pero cada vez me levanté más rápido.
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Un día, me armé de valor… y fui a buscar a mi padre.
No sabía cómo me iba a recibir. Si me iba a cerrar la puerta. Solo sabía que necesitaba abrazarlo… aunque fuera una última vez.
Toqué la puerta de su casa. Me abrió. Nos miramos.
No dijo nada. Yo tampoco. Solo lo abracé. Con el alma, con los ojos cerrados, con los años perdidos en los brazos.
—“Sé que a lo mejor nunca me vas a perdonar, pero… solo quiero sentir que todavía tengo una familia.”
Me solté. Me fui. No esperé respuesta. Porque entendía… que me merecía su distancia.
Pero a los días… apareció afuera de mi trabajo. Me esperó. Caminamos. Hablamos poco. Pero en sus ojos… había paz. Y en su abrazo… había perdón.
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Hoy… soy otro.
No un santo. No un héroe. No un ejemplo.
Solo un hombre que enterró a su adicción… y decidió vivir.
Tengo un hijo. Una esposa que me ama sin preguntarme por mi pasado. Un trabajo digno. Y un nombre que ya no me da vergüenza decir.
Me salvé… pero perdí mucho. Perdí a mi madre. Perdí años de vida. Perdí pedazos de mí que nunca volverán.
Pero aprendí. A perdonarme. A quererme. A agradecer hasta mis heridas.
Porque gracias a ellas… entendí que aún estoy aquí.
Y mi historia… aún no termina.
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Muchos no llegaron hasta aquí. Muchos siguen luchando con los mismos demonios. Muchos padres ya no pudieron esperar. Muchas madres murieron con el corazón reventado de dolor.
Y muchos jóvenes… están empezando a vivir lo que yo viví.
Esta historia no es solo mía. Es de todos los que se caen… y se levantan con las manos rotas. Es de los que aún están a tiempo.
Por los que no están. Por los que se fueron. Por los que aún luchan.
Y por mí.
— Ángel.
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Confesión de un drogadicto – Autor original
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