31/01/2022
Este libro habla de todos los estigmas, prejuicios y tabúes que todavía existen a la hora de hablar sobre el silenciado suicidio que, paradójicamente, es la primera causa de muerte entre los jóvenes de entre 15 y 29 años en nuestro país. Todas las personas que piensan en quitarse la vida —aunque pueda parecer lo contrario— aman la vida, igual que lo hacía yo cuando, hasta en cinco ocasiones, lo intenté entre los 23 y los 28 años. Y todas podrán disfrutarla, igual que hago yo ahora, cuando el sufrimiento acabe. Porque os aseguro que acaba. Pero lo importante de este libro no soy yo, ni siquiera es relevante el cómo ni el por qué de todo lo que me pasó antes de que decidiera que quería desaparecer. Lo realmente valioso de esta historia es que dará visibilidad a esta lacra social que nos acecha.
Los expertos coinciden en que hablar del suicidio previene el suicidio, y yo como superviviente lo reafirmo. Después de veinte años aún me sigo preguntando, ¿Cómo puede atreverse una persona a decirle a otra que le ha pasado por la cabeza quitarse la vida si sabe que es tabú? ¿Cómo verbalizarlo si advierte que a la mayoría le incomoda y que, además, la pueden tachar de loca o, lo que es peor, de egoísta? ¿Cómo contar algo que le avergüenza?
Yo os lo diré, NORMALIZÁNDOLO a nivel social, familiar, escolar y cultural. Y, ¿cómo? Pues reconociendo que la tristeza es inherente a la existencia humana y que, a veces, muchas, hay que pasar por ella, sentirla, abrazarla y darle un espacio para respirarla y sanar. Porque por mucho que nos empeñemos en negar la realidad, esta, no va a desaparecer, es como el que se está ahogando y no pide un salvavidas porque… «No vaya a ser que alguien pueda pensar que soy débil». Vivimos en una sociedad en la que valoramos más al que se ahoga con la sonrisa puesta que al que se muestra vulnerable y pide ayuda, y así nos va: diez personas se suicidan todos los días en España, una cada dos horas y media, la mayoría tienen menos de treinta años. Muchos, el día anterior, estaban en su trabajo o en sus casas haciendo vida normal, disimulando esa tristeza por miedo al juicio, sonriendo por fuera y rotos por dentro.
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