04/08/2025
Aunque el camuflaje social puede ayudar a las personas con autismo a “encajar” en diferentes contextos sociales, esta estrategia tiene un costo oculto que a menudo pasa desapercibido: una enorme carga emocional y mental. Camuflar o disimular las dificultades sociales propias del autismo requiere un esfuerzo constante, que implica una sobrecarga cognitiva y emocional significativa. Este esfuerzo prolongado provoca fatiga emocional, estrés crónico y niveles elevados de ansiedad, como lo demuestran diversos estudios recientes (Hull et al., 2017).
Lo alarmante es que el DSM-5-TR, que es la referencia principal para el diagnóstico del trastorno del espectro autista (TEA), no contempla de forma explícita el impacto que tiene el camuflaje ni las graves consecuencias emocionales que genera. Esto representa una limitación importante en la práctica clínica, porque muchas personas, en especial mujeres, pueden pasar desapercibidas o recibir diagnósticos erróneos simplemente porque su sufrimiento interno no es visible para los profesionales. Es conocido que las mujeres con autismo tienden a camuflar más sus dificultades sociales que los hombres (Lai et al., 2015), lo que las expone a una doble invisibilidad: no solo por sus síntomas, sino por el efecto mismo del camuflaje.
Este desgaste emocional y cognitivo no es un problema menor. Puede desencadenar síntomas severos, como disociación emocional, pérdida de identidad y síntomas muy similares a los del trastorno de estrés postraumático complejo (TEPT-C). Esto incluye alteraciones en la regulación emocional, episodios de desconexión interna y una fragmentación del sentido del yo, tal y como describen investigaciones en trauma psicológico (Cage et al., 2018; van der Kolk, 2014; Courtois & Ford, 2013). En términos simples, la necesidad de ocultar quién eres para “sobrevivir” socialmente puede terminar rompiendo la conexión con tu propia identidad.
Sumado a esto, existe un sesgo significativo en la investigación clínica del autismo, que tradicionalmente se ha centrado casi exclusivamente en hombres. Esta tendencia ha dejado fuera la realidad particular y compleja de las mujeres con autismo, especialmente adultas. Como consecuencia, se subestima el impacto real que el camuflaje tiene en ellas, y también se dificulta su diagnóstico correcto y el acceso a tratamientos adecuados que respondan a sus necesidades específicas (Hull et al., 2020).
El futuro de la atención en autismo debe contemplar la neurodiversidad desde una perspectiva sensible, donde se valore la experiencia vivida y se ofrezcan apoyos que ayuden a equilibrar las demandas sociales con el bienestar emocional. Solo así podremos garantizar que las mujeres con autismo reciban el reconocimiento, diagnóstico y tratamiento que merecen, y puedan vivir con una mejor calidad de vida, sin tener que ocultar constantemente quiénes son.