20/11/2025
"Tengo 41 años y hace dos semanas me atreví a decirle a mi madre que no quiero volver a verla.
Y no, no fue por un arrebato. Ni por orgullo. Ni por rencor acumulado sin motivo. Fue por salud mental. Por fin entendí que no todas las madres son refugio. Que algunas también pueden ser heridas abiertas, que duelen incluso cuando no dicen nada.
Crecí en una casa donde el amor se daba con condiciones. Tenía que ser buena. Tranquila. Callada. Tenía que sacar buenas notas, no hablar demasiado, no molestar, no contradecirla. Si hacía todo eso, entonces me ganaba una sonrisa, una palabra amable… a veces. Si no, me tocaba el castigo del silencio, la mirada de decepción, o la frase que más daño me hizo durante años: “Así no te va a querer nadie”.
Durante mucho tiempo me esforcé en compensar. En ser mejor hija. En no darle motivos. Incluso de adulta, cuando ya tenía mi trabajo, mi casa, mis logros… seguía llamándola cada semana, visitándola en su cumpleaños, haciéndole regalos, esperando ese gesto de cariño que nunca llegaba. Siempre encontraba algo que criticar. Que yo no tenía hijos, que no vestía como “una mujer normal”, que hablaba muy fuerte o demasiado poco.
La última vez que nos vimos fue en un hospital. Mi tía, su hermana, había tenido un infarto. Fuimos a visitarla. En la sala de espera, mientras hablábamos con otros familiares, soltó delante de todos: “Esta es mi hija, la que se cree escritora pero nunca escribió nada útil”. Se rieron algunos, otros se quedaron en silencio. Yo me fui al baño, con el corazón encogido como una niña de cinco años.
Esa noche, al llegar a casa, lloré mucho. No por lo que dijo. Sino porque entendí que nunca iba a cambiar. Que me seguiría hiriendo, en pequeñas dosis, toda la vida. Que no era mi deber seguir aguantando en nombre de un vínculo que para ella solo significaba control.
Le escribí un mensaje. Largo, sereno. Le dije que necesitaba tomar distancia. Que ya no me hacía bien su forma de tratarme. Que no le guardaba odio, pero sí un cansancio profundo. Que deseaba que estuviera bien, pero que yo ya no podía seguir en ese rol de hija que solo sirve si se adapta.
No contestó. Me bloqueó. Me enteré por una prima que anda diciendo que estoy en una “crisis existencial”. Puede ser. Pero por primera vez, es una crisis que me libera.
No sé si algún día volveré a verla. Tal vez sí. Tal vez no. Pero sé que si lo hago, será desde otro lugar. Porque hoy sé que poner límites no es traicionar a nadie. Es empezar a cuidarme de verdad."
De la página de : Ankor Inclán
(Historia que nos envía una seguidora anónima – Narrada por Ankor Inclán)