24/06/2025
Querer ser otro no es admirar. Es envidiar.
El querer ser otro es una pasión envidiosa por definición, también presente en la admiración y, en menor medida, en los celos.
Cabe señalar que nos referimos al querer, no al lograr ser otro.
El problema es contrafáctico, porque no encontramos a la suplantación entre las facultades humanas.
Pero les propongo entregarse a la fantasía por un minuto:
¿Qué pasaría si efectivamente lográramos ser otro?
Los más inteligentes optarían por una transformación parcial, que se consumaría hasta cierto grado y no plenamente, originando un híbrido (como en la película La Mosca).
El pasajero podría mantener en reserva, por ejemplo, su memoria, imprescindible para la complacencia posterior.
Solo teniendo conciencia de dónde se viene, se podría decir: “¡Al fin soy quien siempre quise ser!”
Lo que en definitiva queda en reserva es el propio yo —o una parte de este—, la que no se ha cedido.
En estos casos, uno se agrega o suma al otro como en una operación matemática.
Pero si, en cambio, el eclipse no fuera parcial sino total, y el querer ser otro se consumara en una superposición perfecta, entonces, una vez reemplazada la totalidad de los elementos que componen a una persona con los de otra, ese yo quedaría reducido a cero y nada de él sobreviviría.
El paseante inconformista pagaría con la vida su ambición:
quien busca otra vida más allá de la propia, se queda sin ella.
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No hay que buscar la camisa del hombre feliz, porque como dice Tolstói: “el hombre feliz no tenía camisa.”
📎 Gines del Mar – Psicólogo
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