
29/01/2025
Todos llevamos dentro la capacidad de inspirar a los demás para que saquen lo mejor de sí mismos, y esta habilidad no depende del dinero ni de los cargos que ocupemos. Lo que nos permite influir verdaderamente en las personas no es el poder, sino la autoridad.
El poder proviene del cargo, de la capacidad para recompensar o castigar. Sin embargo, la autoridad nos la conceden los demás, y es algo mucho más profundo. Mientras que el poder a menudo busca imponer y crear seguidores obedientes, la autoridad tiene un propósito diferente: quiere formar líderes, quiere encender esa chispa en las personas que las impulsa a transformarse y crecer desde su interior.
La clave de la autoridad radica en la credibilidad, y esta no se regala: se gana día a día. Las personas a nuestro alrededor evalúan constantemente la coherencia entre nuestras palabras y nuestras acciones. Cuando nuestros actos reflejan valores como la amistad, el compromiso, la autenticidad, la justicia, la generosidad o la humildad, ganamos su respeto y su admiración.
La autoridad, pues, no es un privilegio, sino una responsabilidad. Implica vivir desde nuestros valores más profundos, siendo un ejemplo de coraje, integridad y madurez. Es así como inspiramos: no desde la imposición, sino desde el ejemplo.