Empecemos por el colegio. Hay distintos tipos de niños en el colegio. A los que les gusta el fútbol, aquellos a los que les gusta hacer otros deportes (baloncesto, volleyball…) y luego están los raritos esos que no les gusta ningún deporte.
En mi caso, era un niño regordete al que siempre le ha gustado hacer volteretas, caminar boca abajo, saltar o correr, aunque fuera bastante patoso.
No me gustaba el fútbol y nunca bajaba con mis compañeros a jugar con ellos. Así que siempre me han tachado por el “mariquita” de la clase y fui objeto de lo que hoy en día se llama bullying.
Sufría mucho por este acoso que mis compañeros me hacían, pero es que realmente no me gustaba el fútbol, por mucho que lo intentara. Así que me quedaba con mis compañeras que me parecía que se lo pasaban p**a haciendo otro tipo de actividades.
Como puedes imaginar sufrí mucho por esta situación porque los chicos de mi clase se me burlaran de mí: regordete y mariquita.
No era el chico guay que marcaba los goles, era el chico que le gustaba más pasar tiempo con las chicas hablando y mirando cómo los demás jugaban.
Pero el problema llegó con los 18 años, cuando mi identidad estaba más definida y necesitaba salir de esa situación y ver mi cuerpo mejor. A todos nos llega una etapa en la que queremos gustarnos a nosotros mismos y a los demás.
En el colegio aprendí a asumir mi rol del gordito – mariquita, pero ahora tenía una oportunidad de cambiar, empezaba una etapa universitaria y todo era posible.
A esa edad no hay ningún deporte, así que decidí darle una oportunidad y me apunté a un gimnasio.
Mi primer día en el gimnasio (fracaso).
¿Pero qué me pasó en mi primer día una vez dentro?
Realmente viví ese momento cuando vas tan perdido que no sabes hacia dónde ir.
Por un lado había un montón de máquinas de remo, elípticas, cintas, etc.
Veo que hay gente sudando a mares, parece que lleven horas sin parar y decido irme hacia otro lado del gimnasio porque no aguantaría ni tres minutos sin que me faltase el oxígeno.
Entonces decido irme hacia la zona de las máquinas de musculación. Parecían sencillas de usar hasta que me senté en la primera que vi.
Lo hago de la mejor manera que creo mientras un monitor pasa por mi lado sin decirme que lo estoy haciendo mal.
Me siento fuera de lugar y es entonces cuando me levanto para ir a la zona de pesos libres.
¿Pesos libres? ¿Cómo voy a ir yo ahí si está todo lleno de hombres que son tres veces yo? Es ahí cuando pienso “No voy a meterme ahí para que todo el mundo me mire raro”.
Finalmente y tras dar algunas vueltas sin sentido buscando mi lugar en el gimnasio, subo al vestuario, me ducho y me voy pensando en que será mejor dejarlo para otro momento.
Me pasó lo que suele pasarnos cuando empezamos algún hobby nuevo solos, si llegamos a ese lugar y no hay nadie que nos ayude y motive, nos rendimos antes de tiempo.
¿Te suena esta historia?
Cómo conseguí ponerme en forma.
Pues bien fue a los 20 años y tras dos años “tirados” a la basura de continuos intentos de ir al gimnasio por mi cuenta, me decidí a contactar a un entrenador personal. Julio (así se llamaba el que fue mi entrenador durante los siguientes 3 años) empezó a planificarme los entrenamientos. Me hizo ver que con ejercicios sencillos y una rutina de una hora durante 4 días a la semana junto con una alimentación correcta con alimentos de verdad, podía conseguir el cuerpo que deseaba y con el que me sentía a gusto. Fue más fácil de lo que yo me podía imaginar.
Ahora me gusta verme al espejo.
Ahora, lejos de ser el niño regordete que era en ese entonces, tengo un cuerpo que me gusta, que disfruto. Mi cuerpo no es perfecto (no creo en la perfección) pero es un cuerpo con el que yo me siento muy a gusto y soy feliz mirándome al espejo.
Eso para mí es lo más importante. Es conseguir un cuerpo con el que sentirme y verme bien conmigo mismo y frente a los demás.
Ahora, quiero evitar que otros pasen por lo mismo que yo.
Mi objetivo es ayudar al colectivo LGTBI+ a conseguir un cuerpo con el que se sienta a gusto.
No un cuerpo de revista (ni siquiera yo lo tengo ni lo quiero), sino un cuerpo armonioso en el que te sientas bien y que te dé seguridad a la hora de relacionarte con los demás.
No busco la perfección sino la felicidad. Porque todos nos merecemos ser felices.