mordida a la ciruela pelo azul

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«¿Alguna vez pensaste de qué color es el amor?», escuché a una voz decir y, al devolverme, me di cuenta que era un ancia...
06/01/2025

«¿Alguna vez pensaste de qué color es el amor?», escuché a una voz decir y, al devolverme, me di cuenta que era un anciano que no me miraba, sino que observaba la ventana que estaba a su costado. Decidí no responder, puesto que aún no sabía si la pregunta era para mí, o simplemente el señor hablaba consigo mismo. Con un poco de vergüenza, aparté la mirada.

—Joven, le hice una pregunta —repuso a mi lado. Volví a mirarlo incrédulo, «¿por qué alguien me haría una pregunta de ese tipo?», me pregunté, mas no dije nada; en cambio, le sonreí apenado y él solo me dedicó una mirada inquisitiva, como esperando realmente mi respuesta. Y miré a mi alrededor, entonces, como esperando que mi lado introvertido tuviese la razón y las personas estaban mirándome, atentas a mi respuesta; pero nadie me veía, nadie, entre tantas personas, tenía particular atención en mí. Solo él, aquel hombre lleno de canas que aguardaba por una respuesta.

Sin embargo, yo seguí sin responder. Me miraba las manos como si ellas tuviesen la respuesta. Y me tocaba el pelo como si mi idea del amor fuese a nacer de allí. Y me mordía la mejilla como si aquello aliviase mi angustia por no saber. «¿Qué es el amor?», me pregunté entonces, «¿cómo voy a saber de qué color es, si no sé qué es», me reproché. Miré de reojo al anciano y él ya no me miraba, sino que continuaba viendo hacia la ventana. Quisiera pensar que se cansó de esperar, pero aún si él ya no quería una respuesta, para mí había crecido una imperiosa necesidad por tenerla.

La gente comenzaba a bajarse del bus, despreocupada y ansiosa por llegar a sus casas, ya el sol comenzaba a esconderse. Y yo seguía pensando. Pensé en mi abuelo, cuando le dibuja corazones en los billetes a mi abuela cada mañana antes de irse. Y recordé en cómo la toma de las manos y reparte besos en ellas como si los años no se atravesaran en el camino. Y pensé que, cuando están molestos, mi abuelo nunca deja de mirarla a ella como si se le desmenuzara el alma. Me deshace pensar en que el amor tiene un color cuando los veo, pero no sé cuál es.
Y el bus está cada vez más vacío.

—¿Amas a alguien ahora mismo? —Es él. Por un momento olvidé que aún se hallaba a mi lado, pero le negué con la cabeza, y él no estaba mirándome—. Tengo la sensación de que sí —hizo una pausa—, pero aún no sabes que es amor.

Pensé nuevamente. Pero ahora en Sonia y los besos que le dio el sol al nacer. Pensé en ella y la motivación que me da cada vez que la veo, siendo ella la mayor razón por la que me levanto de ánimos cada vez que voy a la universidad. Anhelé sus ojitos arrugados cuando me sonríe. Y pienso en el beso que compartimos por accidente. Pienso que, si no fuese por ella, no habría conseguido jamás ser consciente de que todavía soy capaz de sentir.
Pienso que Sonia ha sacrificado tantas cosas de sí, que aún si lo intentase, no podría describir cada una. Y con todo ello, no sé de qué color es el amor que siento por ella, como tampoco sé si ella me ama devuelta.
Y eso está bien, o de eso había querido convencerme.

—¿Cómo se llama? —inquirió el anciano nuevamente, pero esta vez sí me miraba, y yo lo miré a él devuelta mientras le sonreía.

—Sonia. —Respondí sin titubear. Un suspiro se me escapó al momento y el viejillo reía en voz baja—. ¿Qué es tan gracioso?—quise preguntarme a mí, mas lo hice en voz alta. Un aire tajante se fue junto a mi pregunta y él lo notó. Se encogió de hombros y, sin dejar de mirarme, respondió amable:

—Por la manera en que respondiste puedo suponer que se trata de alguien a quien sabes que amas, pero no sabes qué es el amor en sí, ¿tenemos una explicación siquiera? —sopesó el anciano—. Cuando se es joven, es realmente difícil tener una definición de lo que sentimos, y está bien, a veces querer describir o definir es ponernos una limitación sobre algo en lo que simplemente debemos disfrutar de sentir. Si me hubiesen hecho la misma pregunta cuando joven, no habría sabido responder como tú, pero sí habría tenido en quien pensar cuando escuche la palabra «amor».

Asentí. La voz del anciano era, a falta de una palabra mejor, diligente. Sentí que aún con sus palabras, aquellas no eran un punto sin retorno o perentorio, sentí que tenía razón; tenía un montón de razones por las cuales podía deducir qué es el amor, y tal vez podría ponerle un color a cada una de ellas.
Y si tuviese que elegir uno para Sonia, elegiría el amarillo. ¿Pero entonces sé qué es el amor? ¿Cómo sé que eso es lo que siento al verle?

No creo que Sonia sepa lo que mi corazón siente al verle, aunque ella siempre lo sabe todo. Yo tampoco lo sé, por lo que...
13/12/2024

No creo que Sonia sepa lo que mi corazón siente al verle, aunque ella siempre lo sabe todo. Yo tampoco lo sé, por lo que he estado huyendo de sus ojos marrones cada vez que puedo. El otro día me pareció ver su silueta detrás del ventanal de mi habitación, me la imaginé con esa tela —que ella en realidad llama «blusa»— rodeando su cintura por encima de su camiseta blanca. Mi imaginación usó todo el potencial que nunca uso con mis dibujos, y la ví con su cabello suelto pegándose en su frente por el sudor, con la boca abierta y el pecho subiéndole y bajando lentamente. Aunque quise obligarme a parar allí, no pude dejar de verla, de imaginarla, de pensar cómo se sentiría su piel entre mis manos o los mechones de su cabello rodeando mis dedos.

Anhelo besar sus labios tanto como anhelo disolverme en la nada de su amor. Sonia me confesó un día que yo podría acariciar su cabello mientras miramos su película favorita, y si ella supiera hasta dónde viajaron esas posibilidades tras su confesión, probablemente estaría enojada conmigo por tergiversar la inocencia de sus palabras. No quisiera que ella se enterara de lo que pienso al verla, ni que malinterpretara mis deseos por sostenerla entre mis brazos.
Quiero pensar que ella siente lo mismo que yo, pero sería muy avaricioso creer con tanta fe que lo platónico que ella siente por mí podría convertirse en romanticismo.

Como todo y como nada: en mi cabeza sí es posible, pero la realidad nunca sería lo mismo. Quisiera confesarle lo que siento al verle, ¿pero qué he de decirle, entonces, si ni yo mismo lo sé?
«Me gusta encontrarte, aunque sea un rato», me decía Sonia y yo me reía, acabando con las reservas en la caja de mis risas —¡y con lo mucho que me había costado llenarla!—, con mi cordura, y lo que me quedaba del habla para responderle. Para Sonia era fácil dejarme sin palabras, nunca se lo dije, pero asumo que ella se daba cuenta.

—Sonia… —la llamé como necesitando algo. Me sentí como cuando era niño y trataba de hablar con mis padres. Ella me miró un rato sin decir nada, esperando que continuara, así que tras un carraspeo, le dije: —Creo que no podré ir a tu casa hoy.

Ella me miró extrañada, no quise darle ningún motivo, aunque sabía que preguntaría, pero simplemente no podía decirle que estaba recordando lo que sentí la noche anterior sin estar ella presente. Me sentía avergonzado de la sola idea de tener que mirarla a los ojos o tenerla cerca.

—¿Ni siquiera vas a decirme por qué?
—Tengo algo que hacer. —Me apresuré a decir sin reparar en el tono que empleaba, para cuando me di cuenta, la boca de Sonia se abría y cerraba como en un bucle, sorprendida. Rápido coloqué mi mano sobre su brazo y continué—. Es que tengo que dar clase en lugar de mi abuelo, él no puede hoy.
—¿Y no puedo ir contigo? —preguntó mientras me miraba atenta y me quise negar, pero por inercia y como en todo a lo que Sonia concierne, asentí, sonriéndole.

Recordé que mis dedos apenas y sostenían un roce con la piel de su brazo, y me aparté como si fuese algo que quemara. En mi corazón lo hacía. Y no le devolví la mirada en ningún momento, pero ella no insistió más y tampoco dijo nada, lo que yo agradecí mentalmente porque no podía continuar pensando cosas, ni deseándolas tanto como a ella.

Yo sé que Sonia me mira cuando hago el ridículo si me quedo observándola por mucho tiempo. Sé que ella sabe la forma en ...
09/12/2024

Yo sé que Sonia me mira cuando hago el ridículo si me quedo observándola por mucho tiempo. Sé que ella sabe la forma en que le he escrito cartas a Nadie por más de un mes. Sé que Sonia puede darse cuenta de todo, incluso de mi manera de jugar con sus manos y las mías cuando estamos juntos; no estoy seguro de si ella sabe que esa es la razón por la que ya no la invito a salir, si es que a las otras veces se les puede llamar así, pero me imagino que ella también lo ha de saber.

Me gustaría decirle que he estado observando sus fotos un buen rato, por no decir que desde hace tres días, que su confesión se me quedó incrustada en el pecho y arde. No quiero que ella sepa que guardo una foto suya, ni que sus cartas las he estado leyendo como si fueran el diario. Hubiese querido recibir más, pero ella me dio el motivo de porqué no continuó junto al motivo por el que empezó.

—¿Qué tanto me miras? —inquirió. «¿Cuánto tiempo la he estado mirando?», me pregunté ahora yo, con pena. Ni siquiera me di cuenta de la saliva acumulada en mi boca, mas logré tragar a tiempo con afán de ahorrarme la vergüenza, pero como es costumbre, Sonia se dio cuenta.

Ella estaba a una prudente distancia, logrando apenas una expresión de absoluta desaprobación. Se negó a reírse incluso con esa sonrisa atontada dibujándole el rostro. Yo me giré sin decirle nada, como el día en que la conocí.

La primera vez que nos vimos fue en una ceremonia de primer ingreso, su cabello estaba recogido y la luz detrás de ella enaltecía sus facciones. Le sonreí, pero ella me dirigió una mirada desdeñosa y solo me quedó asar el aire, esperando que nadie se haya dado cuenta. Ese mismo día nos sentaron en el mismo lugar para cada clase, lo que se volvió una convivencia difícil y llena de silencios incómodos entre nosotros. Una vez nos tocó limpiar los pasillos porque olvidé llevar mi parte de un trabajo, por lo que la condición para no perder aquel punto, fue realizar una actividad por el bien de la escuela, lo que Sonia no dejó de reprocharme todo el día y los días siguientes. Creo que nunca la había escuchado hablar tanto como ese día.

Nuestros acercamientos se debieron a mis faltas, a mi insomnio, a las sorpresivas ganas de ella porque yo le hablara y a sus quejas porque no lo hacía tan seguido como ella quería. Nunca fui alguien conversador cuando alguien me intimida. Sonia me intimidaba. Pero ni ella puede culparme, porque muchas veces me persiguió por cada rincón de la escuela sosteniendo una escoba en la mano, también porque golpeaba mi cabeza cada vez que tenía la oportunidad de hacerlo.
Aunque tampoco puedo yo culparla a ella, muchas veces la dejé sola en proyectos que no eran individuales, tanto como ella manchaba mis dibujos con el café que solía traer por las mañanas. Ninguna de las dos cosas era intencional, pero de alguna forma siempre encontrábamos un motivo por el cual discutir. Sonia siempre me preguntaba porqué soy “tan peleón”, con esas palabras extrañas que solo ella entiende y solo en ella me gusta escucharlas, pero creo que nunca le diría eso, ni tampoco que solo me gusta pelear con ella porque me gusta la manera en que arruga su nariz cuando está molesta.

Siempre he querido dibujarla, pero nunca puedo. Ni aquellos días, ni hoy, ni mañana. No quiero. Creo que las personas cambian, como todo, y no quiero dejar plasmada solo una versión de ella. Pero mentiría si dijera que no me gustaría ver su rostro plasmado en estas letras. Mentiría si dijera que no quiero dibujarla y sorprenderla con ello. Mentiría si dijera que no la quiero.
Creo que Sonia es igual de linda que una luna llena, una luna rosa y hasta las medias lunas.

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