
11/02/2025
Apreciados compañeros de camino,
He recorrido senderos donde las aguas del entendimiento parecían dividirse irremediablemente, y, sin embargo, he descubierto que todo río anhela el mar.
He sido constructor de puentes, no de los que se alzan con piedra y hierro, sino de los que unen almas y destinos, de los que disipan la niebla entre mundos que se creían irreconciliables.
A lo largo de los años, he visto que el espíritu humano sólo florece allí donde se le permite respirar en libertad y encuentro, donde el diálogo es más fuerte que el miedo y la apertura más luminosa que la sospecha.
Mi vocación es la de quien acompaña al viajero en la noche incierta, no para ofrecer certezas, sino para iluminar la senda con el reflejo de su propia verdad.
En cada individuo late una historia aún no dicha, un destino que busca su forma, una nota singular en la vasta sinfonía de la existencia. Ayudar a otros a despojarse del peso de lo no dicho, a transmutar su dolor en amor, es mi oficio y mi llamado.
Las estaciones de mi vida me han enseñado a ver más allá de la superficie: la resiliencia nacida en las tormentas, la percepción aguda como una brisa que presiente la tempestad antes de su llegada, la palabra medida, tejida con el hilo de la prudencia.
Estos dones no han sido gratuitos, sino conquistados en el fragor de la experiencia: en la abogacía, donde aprendí a escuchar lo que se oculta tras las palabras; en la diplomacia, donde fui testigo de los abismos y puentes entre naciones y corazones; en la terapia familiar sistémica, donde entendí que ningún hombre es una isla y que los hilos invisibles del amor y la memoria nos sostienen o nos aprisionan y en la visión holística de la sexualidad que demuestra que la fuerza de vida se agota en los bloqueos de la fuerza vital cuyo propósito es la Gran Conexión del ser con el Ser.
He tenido la fortuna de que mi camino se cruzara con el de almas que llevaban consigo mundos enteros.
Desde aquellos primeros pasos guiados por las manos de mis padres, hasta el diálogo perpetuo con la familia que sembré y la compañera que hoy camina a mi lado, cada encuentro ha sido un hilo en el tapiz de mi existir.
A través de los años, he sostenido coloquios que trascendían el tiempo: con sabios de distintas sendas - guardianes de almas que escudriñaban el abismo tras las pupilas, custodios de lo sagrado que trazaban mapas del éter, tejedores de paz entre naciones en conflicto, sanadores del cuerpo que leían el lenguaje secreto de la sangre.
Hasta los maestros de melodías, silencios y letras, aquellos que descifran el ritmo oculto entre las palabras, me revelaron que toda enseñanza verdadera nace cuando dos miradas se reconocen como "fragmentos" del Todo.
Pero no sólo la luz me habita. También conozco las sombras, esas que se alargan cuando el cuerpo se torna frágil y la vida nos enfrenta con su propia finitud.
La culpa, ese espectro que acecha en los umbrales del alma, ha sido mi huésped frecuente. Los miedos, compañeros silenciosos, han caminado junto a mí. Y aunque la franqueza y la emotividad son dones cuando nacen del corazón claro, también pueden volverse filo y tormenta cuando la sombra las guía. Pero lejos de doblegarme, estos desafíos han sido mis maestros, devolviéndome a lo esencial: aprender, crecer, amar buscado reducir las torpezas.
Así, me ofrezco como guía en este viaje que cada ser emprende hacia sí mismo. No para imponer caminos, ni para llevarte a las alturas a punta e bombonas de oxígeno sino para mostrar que cada encrucijada es una elección y que, aun en la más oscura de las noches, el horizonte aguarda con promesas de aurora.
Mi propósito es ayudar a otros a reconciliarse consigo mismos, a descubrir que la vida no es una prisión de destinos escritos, sino una danza en la que, con cada paso, podemos reescribir nuestra música interior.
Creo en la familia no como un lazo impuesto, sino como un río al que siempre se puede regresar o como el viento de nuestras velas.
La reconciliación, cuando es sincera, no necesita testigos ni pactos; sólo la certeza de que hemos hecho lo posible para que el amor vuelva a encontrar su cauce. Que nunca sea por nosotros que un abrazo se quede en la sombra de lo no dicho.
He aprendido que la vida es el arte de tender puentes, de abrir puertas, de encontrar en el otro un espejo y no un muro.
Y así, con la humildad de quien ha recorrido mucho y aún busca, me pongo al servicio de aquellos que anhelan cruzar sus propios umbrales, que desean habitar su corazón sin miedo y amar sin límites.
Oscar Andrés Aguilar Pardo Coach personal y familiar sistémico.
WhatsApp: +34 642 928 403
"Este texto fue creado con el apoyo de inteligencia artificial, pero la voz que lo sostiene y la verdad que lo impulsa son profundamente mías, solo que en este caso la Ai, ha petición mia, ha reescrito el texto con el estilo de otro autor."