07/11/2025
En yoga muchas veces pensamos que “hacer” una postura es llegar a cierta forma o lograr que el cuerpo se vea de una manera específica. Pero la realidad es que la postura no aparece porque la forcemos, sino porque la construimos paso a paso con acciones claras y conscientes.
Cuando trabajamos desde la acción, no estamos empujando el cuerpo; estamos organizándolo. Activamos lo que hace falta, liberamos lo que sobra, y dejamos que la respiración marque el ritmo. Así, la postura se vuelve algo vivo, no una pose rígida que tratamos de imitar.
Forzar, en cambio, nos desconecta: crea tensión innecesaria, nos saca de la alineación y muchas veces nos lleva a compensar con partes del cuerpo que no deberían estar cargando ese esfuerzo. Cuando actuamos con intención, la energía se reparte mejor, el movimiento fluye y aparece una sensación de estabilidad y espacio, en lugar de lucha.
Por eso, en vez de preguntarte “¿Cómo llego a esta postura?”, prueba preguntarte:
“¿Qué acciones la construyen?”
“¿Qué puedo activar?”
“¿Qué puedo suavizar?”
“¿Dónde puedo crear más espacio?”
Ahí es donde cambia todo. Porque la postura deja de ser un objetivo y se convierte en un proceso. Y en ese proceso es donde realmente aprendemos a escuchar el cuerpo, a sentirnos presentes y a practicar de forma segura y honesta.
En yoga, no se trata de empujar para llegar, se trata de actuar para habitar.