
30/03/2025
Lucía organizaba con cuidado su colección de cristales sobre una mesa de madera pulida, mientras la luz natural se filtraba por las ventanas. Cada piedra representaba años de búsqueda y conexión personal: la amatista violeta de su primer viaje en solitario, el cuarzo rosa heredado de su abuela y la turmalina negra que marcó el inicio de un cambio profesional. Detrás de ella, libros sobre mineralogía y misticismo reflejaban su dedicación al estudio de las piedras y sus propiedades metafísicas.
Un suave golpe en la puerta interrumpió su concentración. Al abrir, encontró a Manuel, visiblemente nervioso. Habían pasado tres meses desde aquella discusión en la que él había tachado de absurda su pasión por los cristales. "Traje algo para ti", dijo Manuel, extendiendo la mano. En su palma descansaba un lapislázuli de azul intenso, veteado con dorado. "Lo encontré en la playa donde nos conocimos."
Lucía tomó la piedra, consciente de la imposibilidad geológica de hallar lapislázuli en esa playa, pero entendiendo que el gesto simbolizaba algo más profundo. "He estado leyendo sobre cristales", confesó Manuel. "Quiero entender lo que amas, aunque no comparta del todo esa visión."
Una sonrisa iluminó el rostro de Lucía al colocar el lapislázuli en el centro de su colección. "¿Sabes qué simboliza?" preguntó. "Comunicación sincera y verdad profunda." Manuel asintió, sentándose junto a ella sobre la alfombra, rodeados por la cálida luz dorada del atardecer. Durante horas, Lucía le explicó el significado de cada cristal: la claridad del cuarzo, la protección de la obsidiana, la apertura espiritual de la amatista.
Mientras compartían ese momento de íntima reconexión, ambos comprendieron que el verdadero poder estaba en la voluntad de tender puentes sobre las diferencias, respetando y aceptando las creencias del otro. La auténtica magia residía en la vulnerabilidad de mostrarse tal como uno es y ser acogido con amor y comprensión.