19/09/2025
Cuándo un hermano muere… se rompe un pedazo del alma que ningún tiempo ni consuelo logran soldar.
No importa si era el mayor o el menor, si hablaban todos los días o apenas en fechas especiales. La herida llega cómo un golpe seco: brutal, inesperada, silenciosa.
No solo pierdes a una persona.
Pierdes al cómplice de tú infancia, al que vió a tus padres jóvenes, al que compartió la sopa aguada, los castigos injustos y las carcajadas secretas. Pierdes al único testigo de esa versión tuya que ya nadie más recuerda.
Cuándo un hermano muere, se va una parte de tu historia.
Una voz parecida a la tuya, una risa que era eco de la tuya, un silencio que te entendía sin necesidad de palabras. Y te quedas parado frente a un hueco imposible de llenar.
El mundo sigue igual:
El tráfico, las cuentas, el ruido, las rutinas… pero tú no. Tú te quedas detenido en esa llamada que no hiciste, en esa risa que no sabías que sería la última, en ese abrazo que se quedó pendiente.
Porque sí, puede que haya otros hermanos, primos o amigos que te acompañen. Pero el espacio que ocupa un hermano es único. No se sustituye. No se reemplaza.
El duelo por un hermano es un duelo sin palabras. Solo lo entiende quien lo ha vivido.
Y mientras la vida te empuja a seguir, aprendes a caminar con un hueco en el alma, con un “te extraño” que nunca se calla y con un “ojalá estuvieras aquí” que nunca desaparece.
El amor entre hermanos no muere.
Se transforma en ausencia que pesa y en memoria que arde.
Y aunque el tiempo pase, cada logro, cada alegría, cada momento bonito trae la misma pregunta silenciosa:
“¿Qué no daría porque estuvieras aquí para verlo…?”
Extraño tus largas charlas que teniamos!!
Crédito a su autor