
24/04/2025
Antes de que existieran hospitales, ya nacíamos.
Y lo hacíamos en casa, en el campo, en el bosque, en el agua.
Acompañadas por otras mujeres. Guiadas por sabias. Sostenidas por amor.
Parir era un acto sagrado. Y las parteras, las guardianas de ese portal.
Las parteras no sólo atienden partos.
Sostienen una memoria antigua.
Guardan en sus manos el saber de nuestras abuelas, bisabuelas, y de todas las mujeres que han traído vida al mundo desde el principio de los tiempos.
Antes de que existieran hospitales, ya existían ellas.
Mujeres sabias, tejedoras de nacimientos, guardianas del umbral entre mundos.
Ellas saben cuándo hablar y cuándo callar. Saben leer el cuerpo, escuchar al bebé, contener la emoción.
Y lo aprendieron no en libros, sino de otras mujeres. De la sangre, del canto, del silencio, de la experiencia compartida generación tras generación.
Parir con una partera es más que dar a luz.
Es volver a nuestras raíces, es mirar hacia atrás y sentir que no estamos solas, que un linaje entero nos acompaña.
Es entender que nuestro cuerpo recuerda, aunque nos hayan hecho olvidar.
El hospital puede ofrecer máquinas, pero no contiene el alma del parto.
La partera sí. Ella mira con amor, toca con respeto y confía en la fuerza que vive en ti y tu linaje.
Elegir parir con una partera no es una moda, es un acto de resistencia.
Es honrar a nuestras ancestras.
Es reclamar el nacimiento como un acto sagrado.
Es volver al poder de ser mujer en toda su plenitud.
Grecia Avalos
Imagen con fines ilustrativos