28/05/2025
En muchas frases hechas se repite: "dale tiempo, el tiempo cura". Pero en la experiencia analítica, esa promesa no siempre se cumple. El tiempo no garantiza la cura. No borra. No anestesia. No repara por sí solo.
El tiempo no es una línea recta que avanza y arrastra consigo el dolor, sino una construcción subjetiva. A veces se estira y parece eterno, a veces se colapsa sobre sí mismo y nos revuelca en una escena que se repite una y otra vez. Hay pérdidas que duelen más con el tiempo, porque con el tiempo se vuelve más claro todo lo que no se va a recuperar.
El tiempo que opera en la clínica es el de la repetición, el de lo inconsciente. Freud lo intuyó en Más allá del principio del placer: el sujeto repite para recordar, pero lo hace desde una lógica que no se rige por el calendario. En palabras simples: podemos estar años después de un evento, pero seguir marcando el paso en el mismo lugar psíquico.
Y sin embargo, el tiempo no es inútil. Aunque no cure, transforma. Nos hace otros. A veces el dolor se vuelve más nítido, pero también más habitable. Ya no nos paraliza, sino que nos acompaña, como una cicatriz que ya no arde, pero que está. El duelo no se cierra con fecha, pero puede encontrar forma, bordes, palabras.
En la clínica, lo que cura no es el tiempo solo, sino el tiempo habitado en transferencia: el que se atraviesa en compañía, en discurso, en repetición que se vuelve pregunta. No hay atajo. No hay manera de acelerar el reloj. Lo único que se puede hacer es estar.
Porque el tiempo que no cura: enseña.
Y a veces, eso también es una forma de sanar.