17/06/2025
Pensé que era solo una molestia del entrenamiento…
Una más. Una de tantas.
Soy atleta, estoy acostumbrada al dolor.
A veces duele el muslo, a veces la rodilla, a veces la cadera.
Y esta vez… fue la cadera.
Pero el dolor no se iba.
Aumentaba. Se colaba en mis entrenamientos, en mis días, en mis sueños.
Me automediqué. Me puse hielo.
Me obligué a seguir corriendo.
Hasta que una mañana, no pude levantarme sola.
Y entendí que algo iba muy mal.
Fui al hospital. Esperaba escuchar: “una distensión”, “reposo”, “fisioterapia”.
Pero no.
Osteosarcoma de pelvis.
Un tumor maligno.
Silencioso, agresivo.
Y ya bastante avanzado.
No lo podía creer.
¿Cáncer? ¿Yo? ¿A los 24? ¿Si me cuido, si entreno, si estoy fuerte?
Pero el cáncer no pregunta si eres joven.
No pregunta si estás lista.
—
Pasé de planificar mi participación en los Panamericanos a contar cuántas sesiones de quimio llevaba.
De calentar para una carrera… a no poder moverme de la cama.
Y entre todo eso, aprendí la lección más dura:
Ser fuerte no es aguantar el dolor.
Ser fuerte es saber cuándo pedir ayuda.
Cuándo parar. Cuándo escucharte.
—
Si tú, que estás leyendo esto, has sentido un dolor que no se va…
Si te estás convenciendo de que “es normal” o que “ya pasará”…
No lo ignores.
No te calles.
No postergues.
El cáncer óseo existe.
Y a veces parece una lesión común.
Pero no lo es.
—
Hoy, yo ya no corro por medallas.
Corro por mi vida.
Y si mi historia puede llegar a tiempo a la tuya…
Entonces todo este dolor habrá valido la pena.
—
Advertencia: esta información es de carácter académico e informativo. No reemplaza la valoración médica presencial ni debe utilizarse para autodiagnóstico. Ante cualquier síntoma, consulta siempre con un profesional de salud.