
09/09/2025
En nuestro grupo de lectura, inmersos en el Seminario "De un Otro al otro" de Jacques Lacan, no sólo exploramos textos, sino que nos dedicamos a trabajar la consistencia racional y pertinencia de sus formulaciones.
La consistencia racional no es sólo filosófica o científica. Eso es lo que habitualmente se piensa. Y más con el auge del discurso científico que tiende a confundir el orden causal con el orden racional permanentemente.
Hay racionalidad también en el sentido de que algo muestra su consistencia logica, que tiene una coherencia interna y que no por ello esta necesariamente ligado a lo filosófico o científico. El psicoanálisis tiene su propia racionalidad.
Nuestras recientes discusiones sobre la distinción entre el principio de identidad aristotélico y la no-identidad del significante en Lacan son una forma de situar un marco diferencial para comprender la complejidad del sujeto y el goce.
Al utilizar esta referencia como contrapunto no estamos haciendo una crítica filosófica. La metafísica y la ontologia funcionan muy bien en su respectivo campo. Lo que nos interesa es hacer un contraste que nos permita situar la especificidad del sujeto lacaniano.
Partimos -para poder establecer está pequeña reflexión, que aunque reduccionista con respecto a las ideas de Aristóteles, funciona para el fin propuesto- de que el principio de identidad (A=A) es de suma importancia para el griego, puesto que hay que establecer de forma clara que las entidades son auto-idénticas a sí mismas, ligadas a lo "uno", es decir, constituidas a partir de su propia unidad.
Lo que permite proferir lo que son y establecer razonamientos verdaderos "decir que lo que es es y lo que no es no es" (respetando el principio de no contradicción.)
Aristóteles es la base del pensamiento clásico y la metafísica occidental, muy ligado al sentido común y a la constitución de "mundos".
Sin principio de identidad no hay constitución de un universo discursivo que permita proferir sobre sus elementos.
Al confrontar la concepción del "ser" fijo y auto-idéntico, el sujeto aristotélico es una entidad plena y estable, a diferencia del sujeto lacaniano que se presenta precisamente como lo opuesto: un sujeto no-idéntico a sí mismo, evanescente y estructuralmente dividido.
La división del sujeto es una consecuencia lógica y estructural de la inscripción del sujeto en el campo del Otro, mediado por el significante. La incompletud del Otro deriva de la operatoria significante. El significante no tiene un "sí mismo", no hay principio de identidad (A ≠A). Al establecer S1-S2, no hay identidad del significante arbitrario del S1 con el rasgo unario que es la marca de una ausencia ("no hay uno con uno" no hay identidad del trazo) y al ser un "S1" solo puede entrar en relación con un "S2" ("hay uno con dos"). El Otro se barra , se muestra como conjunto vacío (puesto que no establece un principio de identidad) y por lo tanto se puede decir que carece de un significante, que está incompleto. La incompletud de lo simbólico es otro de los nombres de la castración -como dice Guy Le Gafey- y esto genera una división del sujeto que produce un resto que es "a" minúscula, el objeto "a" y su relación con el plus-de-jouir, este resto es la condición misma del deseo y del goce, que se articula precisamente en torno a lo que falta.
Lacan nos ofrece elementos para pensar a un sujeto que está más allá de las cuestión de la unidad y coherencia, ilusorias.
La riqueza de Lacan radica en su capacidad para ofrecer una serie de nociones que se desprenden de la práctica analítica, y que ofrecen un marco que, aunque complejo, es internamente coherente -así sea sólo localmente- y arroja luz sobre aspectos del campo del psicoanálisis que el pensamiento tradicional no logra aprehender.