
25/08/2025
Queremos cambiar a los demás porque no toleramos nuestra propia incomodidad al verlos siendo quienes son.
Nos frustra su ceguera porque en el fondo nos recuerda la que alguna vez tuvimos.
Nos enoja su pasividad porque nos confronta con la nuestra, la que escondemos bajo toneladas de “yo ya entendí”.
Pero la verdad es simple (y fastidiosa): cada quien tiene su propio reloj.
Hay quienes despiertan con la primera alarma, otros necesitan que la vida les dé tres cachetadas y les tire la cama por la ventana.
Y hay quienes jamás abren los ojos. ¿Duele? Sí. ¿Puedes forzarlo? No.
La desesperación por cambiar a alguien es una forma elegante de querer controlarlo.
Y el control es la trampa más cara que pagamos: nos roba paz, tiempo y energía que podríamos invertir en seguir creciendo nosotros.
Porque tu proceso también fue lento, oscuro y torpe antes de ser consciente.
La lección es dura: acompaña si te nace, inspira si puedes, pero deja de querer salvar al que no se quiere salvar.
El verdadero respeto es aceptar que su camino —aunque te parezca absurdo— es el que necesita para aprender… o para quedarse como está.
Feliz inicio de semana ✨🙏🏻