19/04/2025
Fisioterapia sin músculo. La apatía que nos paraliza
Por Guillermo Ramírez-Rentería
Cuando me preguntan por mi formación original, respondo sin dudar: soy fisioterapeuta. Pero no lo digo con el pecho inflado, como debería decirlo cualquier profesional orgulloso de su disciplina. Lo digo con una mezcla de nostalgia, frustración y una punzada de vergüenza. No por lo que es la fisioterapia, sino por lo que ha dejado de ser, o más bien, por lo que nunca se ha atrevido a ser en México. Redacto este ensayo desde un punto de vista muy personal que me interpela y considero, refleja algunas de las problemáticas más apremiantes de la fisioterapia.
Me gradué en 2012, en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, en una carrera que apenas gateaba. Éramos la segunda generación. Sin laboratorios, sin equipo, sin campo clínico propio. Aprendimos en la práctica, entre parches improvisados del IMSS, ISSSTE, CRIT y DIF. Era emocionante, pero también precario. En aquel entonces, solo unas pocas universidades ofrecían la licenciatura. Aún se hablaba más de técnicos que de fisioterapeutas como profesionistas.
Parecía que el horizonte se abría. Las universidades públicas y privadas comenzaron a abrir programas de fisioterapia. La Universidad Cuauhtémoc se posicionaba fuerte, sobre todo por su conexión con el Club Necaxa y nos hacía emocionarnos con congresos donde venían figuras del deporte. Yo mismo me tomé una foto con el fisio de la selección mayor de argentina: Luis García. Muchos compañeros soñaban con ser parte del staff de algún equipo europeo o por lo menos mexicano, eso sí, muchos de nosotros ambicionamos insertarnos en la rehabilitación deportiva profesional. Ingenuamente creíamos que el contexto europeo era similar al mexicano.
Y sin embargo, con el paso de los años, el espejismo se desvaneció y la carrera no evolucionó. La fisioterapia en México se estancó como si alguien la hubiera dejado en pausa.
El espejismo de la profesionalización
No hubo nuevas especializaciones, no surgieron maestrías ni doctorados. La academia se fue por el camino fácil: las certificaciones. Cursos cortos, caros, importados con acento argentino, español o brasileño con temáticas de Bobath, Halliwick o Kinesiotaping. ¿Les suenan? Claro que sí. Se volvieron sinónimo de profesionalización exprés. Y como no había más, muchos fisioterapeutas abrazaron esa idea, que ser profesional era coleccionar papelitos. Pues en el contexto mexicano “Papelito habla”.
Pero, ¿dónde están los artículos científicos? ¿Dónde están los docentes con posgrado? ¿Dónde está la producción de conocimiento propio?. Aún hoy, si uno busca en bases académicas serias, la fisioterapia mexicana apenas aparece. Y no es porque no haya talento. Es porque no hay comunidad académica. Porque no hay músculo institucional. Porque nos quedamos atrapados en la lógica del taller de fin de semana y el diploma enmarcado, que “aunque nunca nos va a redituar económicamente, si podremos ofrecerle un mejor tratamiento a nuestro paciente”. Nunca podría recordar con exactitud, la cantidad de veces que escuché esta frase de diferentes ponentes, conferencistas y colegas.
¿Campo profesional? pero…¿Qué campo profesional?
La realidad es aún más dura afuera del aula. El marco legal sigue tratando igual a un técnico medio superior o superior que a un licenciado. No hay distinción en funciones prácticas, ni atribuciones legales que hagan la más mínima diferencia. El Estado mexicano no ha entendido (ni le interesa entender) qué hace un fisioterapeuta. Y parte de la culpa, hay que decirlo, es nuestra.
El sector público ofrece pocas plazas. Las unidades de medicina familiar, donde debería haber fisioterapia, apenas si conocen el término. En los hospitales, hay seis fisios para toda la consulta de Traumatología, Rehabilitación, Neurología o Cirugía. El resto de colegas, a sobrevivir con consultorios privados, con escasos recursos, sin regulación, compitiendo por pacientes que prefieren ir al curandero o al sobador.
Peor aún, nuestros diagnósticos funcionales tienen poco peso profesional, ni que decir de nuestra falta de competencia para prescribir medicamentos básicos, como sí hacen nuestros colegas en países como Reino Unido o España. Aquí, si no hay un médico rehabilitador detrás (y hay poquísimos), el fisio no tiene respaldo legal. Somos apéndices del sistema de salud, no parte activa y algunos parecen estar conforme con ello.
¿Quién tiene la culpa? Spoiler: todos
Sería fácil culpar a las universidades. Y sí, tienen su parte. Han convertido la carrera en un negocio rentable que es fácil de montar, con equipos baratos, y con estudiantes que pagan por la ilusión de estar cerca del deporte, del cuerpo humano, de la medicina. Pero la mayor responsabilidad recae en nosotros: los egresados.
No hay colegios fuertes, no hay presión política, es más no hay un gremio hecho y derecho. No hay conciencia colectiva profesional. Mientras los médicos, enfermeros y odontólogos, entre otros profesionales, se agrupan en colegios, hacen marchas ante su precariedad laboral, proponen reformas, los fisioterapeutas… callan. Trabajan. Sobreviven. Se adaptan. Pareciera que queremos ser invisibles.
Y mientras tanto, la fisioterapia como disciplina se va diluyendo. Sin voz. Sin rumbo. Sin identidad.
La fisioterapia que merecemos, la que debemos construir
No escribo esto desde el resentimiento. Lo escribo desde el dolor de ver cómo una disciplina tan necesaria se ha dejado vencer por la apatía. Porque sí, México necesita fisioterapeutas. Tenemos una población que envejece, un sistema de salud colapsado, millones de personas con discapacidad sin atención adecuada. Pero no necesitamos más licenciados sin brújula, ni más universidades y clínicas improvisadas y aprovechadas. Necesitamos una fisioterapia con columna vertebral. Eso implica organización. Incidencia política. Formación académica de verdad, rigurosa y con la potencialidad de cambio. Investigación seria que nos permita aportar al campo de estudio propio. Diagnóstico crítico basado en evidencia. Pero, sobre todo, orgullo profesional.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad nos da la razón: la discapacidad no es sólo médica, es social. Y para entenderla y atenderla, necesitamos equipos inter y transdisciplinarios donde el fisioterapeuta tenga voz y voto. Pero para eso, necesitamos dejar de comportarnos como técnicos y asumirnos como lo que deberíamos ser: verdaderos profesionales de la salud.
No podemos seguir esperando que alguien más lo haga por nosotros. Si no nos organizamos, si no conformamos colegios o asociaciones profesionales, si no construimos nuestros propios espacios de poder donde la profesión importe, si seguimos anteponiendo la envidia, las ansias de poder y los complejos de inferioridad, la fisioterapia seguirá siendo una promesa incumplida.
Yo elegí otro camino, pero no he olvidado de dónde vengo. Y me duele ver a la fisioterapia convertida en sombra de sí misma. Por eso, esta es una interpelación directa a mis colegas: ¿Seguiremos en la apatía o vamos a levantar la voz algún día?