11/07/2025
Según la Organización Mundial de la Salud, más del 70 % de la humanidad ha vivido al menos una experiencia traumática significativa. Y cerca del 30 % padece síntomas de trauma persistente, muchas veces sin saberlo. El Instituto Nacional de Salud Mental de EE. UU. afirma que una de cada cinco personas adultas tiene algún tipo de trastorno psicológico diagnosticable. Y entre adolescentes, el número es todavía más alarmante. La depresión, la ansiedad y los estados disociativos están creciendo de forma exponencial.
Y cuando hablamos de trastornos, no hablamos solo de ansiedad y depresión. Hablamos también de trastorno bipolar, trastorno obsesivo compulsivo, trastornos de personalidad —narcisista, límite, antisocial, esquizoide—, trastornos del sueño, de la alimentación, adicciones, trastornos por déficit atencional, disociación, traumas complejos, experiencias de abuso emocional, violencia infantil no resuelta. La lista es larga. Larguísima. Y lo más grave es que, en muchos casos, esos síntomas no se reconocen. Se confunden con espiritualidad, con sensibilidad, con intuición, con “emergencias místicas”.
"Extraído de una pregunta hecha a Prabhuji en una de sus charlas."
Pregunta:
Prabhuji, usted decidió ya en el 2011 no aceptar nuevos discípulos y renunciar a la vida pública. Lo máximo que usted permite es que sus discípulos publiquen sus escritos y graben sus charlas privadas. ¿No cree usted que la humanidad necesita, más que nunca quizás, el trabajo personal con maestros como usted?
Respuesta de Prabhuji:
Mira, sinceramente creo que, en este momento histórico, la sociedad humana no necesita maestros ni gurús. Al menos por ahora, me parece que el trabajo personal con un maestro auténtico no es prioritario ni esencial.
Estamos viviendo tiempos muy particulares. Hoy más que nunca hay un acceso masivo a las enseñanzas espirituales: abundan los libros, los retiros, las prácticas de meditación, los discursos sobre el ego, el despertar, la iluminación... Todo eso está ampliamente disponible, disperso y repetido en múltiples formas por todos los medios posibles.
Y sin embargo —escúchenlo bien— nunca hubo tanto dolor psíquico, tanto sufrimiento emocional, tanto desequilibrio mental como hoy.
Según la Organización Mundial de la Salud, más del 70 % de la humanidad ha vivido al menos una experiencia traumática significativa. Y cerca del 30 % padece síntomas de trauma persistente, muchas veces sin saberlo. El Instituto Nacional de Salud Mental de EE. UU. afirma que una de cada cinco personas adultas tiene algún tipo de trastorno psicológico diagnosticable. Y entre adolescentes, el número es todavía más alarmante. La depresión, la ansiedad y los estados disociativos están creciendo de forma exponencial.
Y cuando hablamos de trastornos, no hablamos solo de ansiedad y depresión. Hablamos también de trastorno bipolar, trastorno obsesivo compulsivo, trastornos de personalidad —narcisista, límite, antisocial, esquizoide—, trastornos del sueño, de la alimentación, adicciones, trastornos por déficit atencional, disociación, traumas complejos, experiencias de abuso emocional, violencia infantil no resuelta. La lista es larga. Larguísima. Y lo más grave es que, en muchos casos, esos síntomas no se reconocen. Se confunden con espiritualidad, con sensibilidad, con intuición, con “emergencias místicas”.
La humanidad padece más de 1.000 síndromes clínicamente reconocidos, que abarcan ámbitos como la psicología, la neurología, la genética y la medicina general.
Esta cifra no es exacta ni definitiva, ya que nuevos síndromes se identifican constantemente, y la clasificación puede variar según la disciplina médica y el enfoque cultural.
La información está respaldada por instituciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), el National Institutes of Health (NIH), Orphanet y OMIM.
Estas fuentes científicas documentan y actualizan de forma continua los síndromes que afectan al ser humano en todo el mundo.
Y aquí quiero ir al punto central de mi respuesta: en este estado actual de la humanidad, el público no necesita más maestros iluminados, ni más gurús, ni más frases sobre el Ser y la iluminación. Se necesita ayuda profesional de psicólogos, psiquiatras, terapeutas, acompañantes formados. Se necesitan espacios seguros donde las personas puedan reconocer que están heridas, que están fragmentadas, que necesitan sostén antes que trascendencia.
¿Por qué digo esto?...
La “normalidad” no se define como un estado fijo, perfecto o ideal, sino como un rango funcional de equilibrio psíquico que permite a una persona adaptarse, vincularse y desarrollarse en su entorno sin un sufrimiento intenso ni una alteración persistente de su realidad. Cuando alguien que aún no ha sanado su estructura psíquica se lanza al terreno de la espiritualidad seria y profunda —cuando alguien con “problemitas”, con heridas abiertas, con autoimagen frágil, con traumas sin elaborar, trata de disolver el ego o despertar la kundalini—, lo que suele pasar no es un despertar, sino un desastre. Disociación, delirio, ansiedad desbordada, dependencia emocional. Pérdida de la realidad.
En cierta etapa de mi vida me percaté de que lo espiritual, cuando se aborda desde una base inestable, descompensa en lugar de liberar.
Y no se trata de estar en contra de los gurús o la espiritualidad… para nada. Lo que estoy diciendo es que hay un orden natural. Un proceso. Un piso desde el cual subir. Y ese piso se llama salud mental… equilibrio emocional básico… se llama una estructura del yo relativamente sana.
Lo espiritual vendrá después, o tal vez emergerá como fruto del proceso terapéutico. Pero no podemos seguir alentando a las personas a buscar la trascendencia sin primero acompañarlas a habitarse, a integrarse, a sanar.
Por eso insisto: este no es el tiempo de más gurús, más sabios, más profesores de métodos espirituales, más coaches del alma. Este es el tiempo de la psicología profunda, de la terapia integradora, de las redes de contención. Este es el momento de reconocer que, como humanidad, estamos heridos. Y que antes de hablar del Ser, tenemos que hablar del dolor… del abandono… del trauma infantil. De la vergüenza. Del miedo. De la tristeza que nunca tuvo un lugar donde ser escuchada.
Entonces sí, más adelante, tal vez… tal vez venga la trascendencia. Pero por ahora, lo sagrado no está en el silencio del ashram, ni en los ojos del maestro. Está en una sala de terapia, donde alguien se anima por fin a decir: “No estoy bien. Necesito ayuda.”
Y eso, en este momento de la historia, me parece que es una preparación preliminar o una antesala imprescindible antes de emprender el sendero hacia lo supranormal… y siquiera pensar en trabajar personalmente junto a un maestro…