Angie Parra: Psicoterapeuta y Coach Certificada

Angie Parra: Psicoterapeuta y Coach Certificada Y en el caso inevitabe de una ruptura amorosa, es ayudar a las mujeres a superar la ruptura y a transformarmar su divorcio en una historia de éxito personal.

Ayudo a las mujeres que están saliendo de una ruptura amorosa o una situación difícil, no sólo a sanar emocionalmente y a recuperar su poder personal, sino a crear una vida más plena y consciente, a través de un enfoque holístico y Coaching Espiritual. Mi misión es contribuir al fortalecimiento de las relaciones sanas entre las parejas y ayudarles a evitar una ruptura por falta de educación en sus habilidades interpersonales de comunicación, negociación y conexión emocional. Les ayudo a recuperarse de la ruptura mediante el trabajo con su amor propio, su autonomía y el cambio de mentalidad hacia una postura que fortalezca su poder personal y su reinvención como una mujer libre, independiente y dueña de su vida.

Cuando su Adiós se convirtió en un respiro de Libertad…
31/08/2025

Cuando su Adiós se convirtió en un respiro de Libertad…

Tenía cincuenta años cuando descubrí que mi marido —sí, Marco, el mismo que montaba una escena si la pasta no estaba al dente— había decidido marcharse con su psicóloga, con la que “estaba reencontrándose a sí mismo”.
Una mujer siempre sonriente, con tacones imposibles y voz de presentadora de reality. Incluso hablaba con el repartidor como si estuviera en directo.
— Necesito vivir para mí, —dijo con solemnidad, como si abdicara de un trono—. Quiero descubrir quién soy.
¿Quién eres, Marco? ¿El que pierde las llaves tres veces al mes en el mismo bolsillo? ¿El que me pregunta cada semana el PIN de su propia tarjeta?
Me quedé en silencio. No por sorpresa, sino por esa calma que llega después del cansancio. A lo largo de los años escuché tantas veces:
“lo olvidé”,
“cambié de idea”,
“no lo entendí bien”…
que sus palabras ya eran solo ruido de fondo.
Y mientras él hablaba, yo recordaba.
Cómo lavaba a mano su jersey favorito aunque apenas podía con mi cuerpo.
Cómo soportaba cenas eternas con sus amigos hablando de inversiones y deportes que ni me interesaban.
Cómo tragaba sus silencios, sus encierros y sus constantes “necesito pensar”.
Y ahora se va a “reiniciarse” con una chica que cree que Picasso es una marca de zapatillas.
— No tiene nada que ver contigo, —dijo, sin mirarme a los ojos.
Claro. Es solo que ya no soy “novedad”. Ahora lo que se lleva es lo “orgánico”, lo “positivo” y sin compromisos.
— ¿Y tú? ¿Qué harás ahora? —preguntó, como si yo fuera la que se quedaba sin rumbo.
— Haré lo que tú nunca supiste: vivir, —le dije mientras me abrochaba la bata como si fuera una armadura.
Y se fue.
Con su mochila de explorador y su chaqueta arrugada, que olía más a rutina que a libertad.
Y yo me quedé.
Sola. Pero no vacía.
Saqué esa botella de vino que guardábamos “para una ocasión especial”.
La abrí. Me la bebí.
Porque salir de la vida con Marco ya era suficiente motivo para brindar.
Al día siguiente fui:
a la peluquería,
al banco,
a la panadería donde siempre quise probar la tarta de cereza, pero “no era el momento”.
Y por la noche, me creé un perfil en una app de citas.
No para buscar a alguien.
Solo para ver si alguien más veía a la mujer que durante años fue fondo de una relación marchita.
Esa noche me dormí con un libro en las manos y mi gato a los pies. Sin peinado. Sin plan.
Pero con el corazón ligero.
Porque a veces no se trata de empezar con otro.
Sino, por fin, de empezar contigo misma.
¿Y saben qué más entendí?
Una mujer debe ser su mejor aliada.
Me amo no porque sea perfecta, sino porque al fin me permití vivir sin miedo.
Mujeres, ámense. Valórense cada día. Porque no merecen migajas, merecen el pastel entero.

Desconozco autoría

12/08/2025
Si alguna vez sientes devastada porque tu pareja te dejó, te traicionó y te fue infiel. Si sientes que tu vida se ha der...
09/08/2025

Si alguna vez sientes devastada porque tu pareja te dejó, te traicionó y te fue infiel. Si sientes que tu vida se ha derrumbado en un solo instante, mírate al espejo, tócate, escucha el latir de tu corazón…. ¡Estás viva! y el sentido de tu vida no te lo daba tu pareja, te lo das tú cuando eliges la forma como vas a transformar tus heridas para renovarte y empezar un nuevo camino.

Dicen por ahí que más se ha perdido en la guerra y más se ha perdido en muchas catástrofes y aún ahí se puede encontrar un nuevo sentido de vida.

No quiero decir que no duela. Siempre duele, pero el dolor de las pérdidas es la oportunidad que nos da la vida para reinventarnos o convertirnos en la persona que estamos destinada a ser, cumpliendo un propósito de vida.

Conocer otras historias de resiliencia nos ayuda a poner en perspectiva el tamaño de nuestra pérdida. No se trata de minimizarla, sólo de ubicarla en su justa dimensión.

Hola. Me llamo Alan, tengo 27 años y soy de Ciudad de México. Si estás leyendo esto, quizá buscas inspiración o consuelo. Yo no tengo respuestas mágicas, pero tengo algo que puede servirte: una historia de dolor y que no terminó en derrota.

Mi vida antes del 2020 era sencilla, feliz, normal. Vivíamos en un pequeño departamento en Iztapalapa, mi mamá, mi papá, mi hermana y yo. Mi mamá era maestra de primaria. Mi papá, electricista. Mi hermana menor, Sofía, era la alegría de la casa.

Yo trabajaba medio tiempo en una papelería mientras estudiaba Administración en la UNAM. No teníamos lujos, pero nos teníamos a nosotros como familia unida. Y eso era suficiente.

Cuando el COVID llegó a México, nadie en mi casa lo tomó muy en serio al principio. Hasta que mi papá empezó con fiebre y tos. Mi papá no creía en el virus, ni la vacuna y eso es porque había mucha desinformación en las redes sociales. Lo llevamos al hospital y ya no regresó.

Luego dos semanas después mi mamá se puso enferma. Ella tenía hipertensión y eso empeoró su salud. No aguantó. No me dejaron verla ni despedirme, solo me quedé llorando en la reja del hospital. Me puse a rezar mucho, pedirle a Dios que por favor no me abandone.

Pero lo peor vino después. Mi hermanita Sofia, la pequeña, la princesa de mis padres también se contagió. Dios mío, solo tenía 9 años, no le hacía daño a nadie, era una niña muy buena. No entiendo por qué pasa todo esto. Fue la única vez que pude entrar al hospital y ni siquiera podía tocar su mano y solo me arrodillé en el suelo a llorar desde la puerta mientras las enfermeras me trataban de levantar.

En menos de dos meses, perdí a toda mi familia.

Me quedé solo. Solo en el mundo.

No podía comer y solo lloraba. No podía dormir, ¿cómo se puede dormir en esa situación? Muchas veces pensé en quitarme la vida porque ya no le encontré sentido a estar solo en esa casa, extrañando a mi familia, los zapatos de mi papá, el lugar donde se sienta mi mamá, los juguetes de mi hermana.

¿Para qué vivir?

¿Por quién vivir?

Me levantaba, miraba sus fotos, y volvía a la cama. Un día me llamaron del hospital diciéndome que tenía que recoger las cosas de mi mamá. Sinceramente no quería ir, ya estaba cansado de llorar, pero fui y me dieron una bolsa con sus cosas. Volví a mi casa y dejé las cosas en la mesa. Me fui a mi cuarto y me eché en la cama.

No recuerdo a qué hora desperté, pero era de madrugada. Me senté en la cabeza de la mesa donde se sentaba mi papá, abrí la bolsa y encontré el celular de mi mamá, medicinas y también había un papelito doblado que era la receta de mi mamá y a la vuelta había algo escrito y era un mensaje de mi mamá.

“Mi hijito lindo, la enfermera habló conmigo y me dijo que sería bueno que deje un mensaje: tienes que ser fuerte por tu papá y por mí. Yo siempre te voy a cuidar y voy a estar con tu papá y te vamos a proteger. Cuida mucho a Sofia, mi princesa. Te amo, hijo.”

Ya había amanecido para cuando terminé de llorar. Me fui a bañar y salí a caminar. A comer. A ordenar la casa. A abrir las cortinas. Me inscribí a terapia gratuita por Zoom con una organización de duelo.

Me ofrecí como voluntario en un albergue donde apoyaban a huérfanos por COVID. Ahí conocí a Leo, un niño de 10 años que también había perdido a sus padres. Y entendí que ayudar también me sanaba.

Este año (2025) me gradué. Entregué mi tesis con una dedicatoria especial: “A mis tres estrellas, que me miran desde arriba.”

Trabajo en una fundación que ofrece apoyo emocional a jóvenes en duelo. Doy charlas. Escribo. Acompaño. Y sí, sigo extrañando. Todos los días. Pero ya no me paraliza, ahora lo hago por ellos.

Mi historia es dura, sí. Pero también es prueba de que se puede reconstruir lo que se rompe. No queda igual, hay cicatrices, pero me ayuda a seguir vivo.

Si tú estás pasando por algo parecido.
Permítete llorar. Permítete caer. Pero también permítete levantarte.
Y créeme: tu historia aún no termina.

17/05/2025

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Dedicado a la mujeres de 60 años y mas. Ya no esperes elogios de afuera ni permisos de nadie para disfrutar y celebrar l...
16/05/2025

Dedicado a la mujeres de 60 años y mas.

Ya no esperes elogios de afuera ni permisos de nadie para disfrutar y celebrar la dicha y el privilegio de llegar a la edad dorada.

Te has convertido en una mujer sabia por todo lo que has vivido, aprendido y enfrentado en 6 décadas.

Tu momento es ahora. La deuda de amor y de tiempo de calidad la tienes contigo misma…

El día de mi 60 cumpleaños me puse un vestido rojo esperando cumplidos — pero las duras palabras de mi esposo me hicieron llorar.

Me preparé para este día como una niña para su baile de graduación. Un mes antes elegí un hermoso vestido — de color rojo, con un suave drapeado, un poco por debajo de la rodilla.

No vulgar, pero llamativo. No había usado colores brillantes durante muchos años. Pero esta vez quería sentirme viva. Como una mujer. No solo como abuela y ama de casa.

Me hice un peinado, contraté a un estilista a domicilio. Compré mi perfume favorito, el que él solía regalarme. La mesa estaba casi lista: ensaladas, pastel, los nietos con globos — todo como debía ser. En la habitación sonaba jazz y había rosas rojas en el florero.

Él entró al vestíbulo, se quitó los zapatos con esfuerzo y echó una mirada en mi dirección.

— ¿Y adónde vas vestida así? — dijo fríamente. — No vas a subir a un escenario. No es apropiado para tu edad.

Yo estaba en medio de la habitación, con una sonrisa congelada en mi rostro.

— Pensé que... me veía bonita, — susurré.
Él resopló y pasó a mi lado. Ni siquiera me besó.

Me encerré en el baño. Lloré. El rímel se corrió. Sesenta años. Esperaba amor, calidez... aunque sea un par de palabras amables. No quería regalos caros — solo una mirada que dijera:

"Eres mi amada para siempre".

Pero su mirada era indiferente. Como si a su lado no estuviera yo, sino alguien a quien se había acostumbrado.

Hemos vivido juntos cuarenta años. Hemos pasado de todo: hijos, deudas, préstamos, enfermedades. Yo lo soporté. Rara vez me hablaba con cariño, pero lo atribuía al cansancio. Esperaba el momento en que cambiaría.

Pero los años pasaron, y cada vez más me convertí en un mueble para él.

Ese día entendí que ya no había nada más que esperar.

Me limpié la cara, me cambié. Me puse un suéter gris y vaqueros. Salí con mis invitados — encendí las velas. Los nietos reían, sin saber que el corazón de su abuela estaba roto, los hijos actuaban como si no entendieran nada...

Tarde por la noche, cuando todos se fueron, recogí los platos y me fui a dormir. Él estaba tumbado en el sofá, mirando fútbol.

— Ni siquiera me felicitaste por mi cumpleaños, — noté en voz baja.

— Te regalé una batidora, ¿qué más quieres? — respondió sin apartar la vista de la pantalla.

— Tal vez no eso, — sonreí solo con los ojos y me fui.

Por la mañana, me desperté más temprano. En la cocina había una nota: «Fui a casa de mamá, volveré por la tarde.»

Me levanté. Me puse el vestido rojo. Me miré en el espejo. Y en ese momento comprendí: todavía puedo ser hermosa. Aún puedo vivir no para alguien más.

Me serví un café, tomé la computadora portátil y comencé a buscar un viaje a Italia.

¿Por qué no? No soy vieja. Soy libre. Y merezco más que una batidora rota y reproches.💕

Copiado del muro de SardinaCocina.

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