
02/09/2025
El poder de decidir de forma libre.
A esto lo llamamos voluntad. Y la gran pregunta es: ¿cuál es la voluntad de tu ser real, de tu consciencia superior que eres tú?
Esa chispa auténtica que no está contaminada por miedos, programas, traumas, mandatos sociales ni manipulaciones externas. Todos tenemos esta cualidad justamente por ser emanaciones de lo divino. Sea cual sea tu filosofía espiritual: si crees que eres hija de Dios, que estás conectada con la divinidad o incluso que tú misma eres la divinidad viviendo una experiencia humana, lo cierto es que la divinidad es parte de ti, y por lo tanto, te da derecho a ejercer la más alta cualidad: la libertad de elegir.
Este principio del libre albedrío está plenamente activo en planos espirituales elevados, donde los seres ya tienen un grado de madurez mayor y respetan la elección de cada alma. Sin embargo, aquí en la realidad física ocurre algo diferente: la mayoría de los seres que habitan este plano, (humanos, animales, bacterias, hongos), aún operan en niveles básicos de consciencia. Eso significa que, de manera frecuente, se viola el libre albedrío en la dimensión física. Basta ver un ejemplo cotidiano: cuántas veces alguien presiona a otro para hacer algo que en el fondo no desea. A nivel social lo vemos en dinámicas de manipulación, chantaje o incluso en fenómenos clínicos como la codependencia, donde una persona pierde autonomía para agradar a la otra.
Por eso, tanto los seres no físicos como los parásitos energéticos, como las personas más evolucionadas que saben usar el poder de la influencia, lo que buscan no es arrebatarnos la voluntad de golpe, sino que la entreguemos voluntariamente. Como un vendedor de playa que insiste hasta lograr que digamos “sí”, su estrategia es obtener autorización. Una vez que aceptamos, se abre la puerta para que entren en nuestro campo energético y puedan nutrirse de nuestra energía vital, emocional o incluso de nuestra motivación de vida. Y si no tenemos protecciones, los seres más primitivos no dudarán en intentar invadir sin permiso.
La protección, en este caso, no es un escudo físico ni un amuleto de mercado: es la fuerza de la palabra y la intención. Basta decretar con convicción:
“Nada ni nadie tiene autorización de influir sobre mí o de tomar mi energía.”
Así de sencillo y así de poderoso.
Ahora bien, vayamos a lo humano, a lo que todos hemos sentido: el amor de pareja.
Lo que realmente anhelamos no es que alguien esté con nosotros por obligación, miedo a la soledad o conveniencia… sino porque su voluntad lo eligió. Queremos ser seleccionados por encima de cualquier otra opción. Y lo cierto es que siempre habrá alguien más guapo, más joven, con más dinero, más estudios o una familia más sana. Sin embargo, cuando una persona elige estar con nosotros, pese a todas las “mejores opciones” externas, se activa en nuestro interior una sensación de valor profundo: “soy digno de ser amado en exclusividad”.
Por eso cuando alguien nos abandona, muchas veces sentimos que nuestro valor se reduce, que no somos “suficientes”. Y para evitar esa vulnerabilidad, algunas personas optan por relaciones abiertas o vínculos sin compromiso, donde los placeres se disfrutan pero sin la exposición al sufrimiento. Prefieren no apostar para no perder. Porque amar con compromiso desde el enamoramiento nos pone en una posición vulnerable.
Cuando nos enamoramos de verdad, sentimos que encontramos la última Coca-Cola del desierto. Y lo que más deseamos es que la voluntad de esa persona sea elegirnos libremente, sin presiones ni condicionamientos. Queremos que nos elijan.
Ahora, el fenómeno de la parasitación emocional se parece mucho a esto. Y quiero que lo entiendas sin miedo, porque no siempre es feo o grotesco. Al contrario, los parásitos energéticos muchas veces enamoran. Seducen. Hacen que algo se nos antoje, desde un placer físico hasta un estado emocional concreto. ¿El objetivo? Lograr que nuestra energía se oriente hacia un estado donde ellos puedan alimentarse. Un ejemplo claro en psicología es cuando una persona se obsesiona con alguien que no le corresponde. La tristeza, la ansiedad y el vaivén emocional producen descargas energéticas que pueden durar años, convirtiendo a la persona en un generador constante de alimento para algo o alguien externo.
La parasitación puede llegar por la luz o por la oscuridad, por lo aparentemente “bueno” o por lo claramente destructivo: desde una devoción ciega a una figura o filosofía hasta el apego a un imposible, pasando por manías emocionales como ansiedad, depresión o adicciones placenteras.
La clave está en volver a preguntarte:
¿A quién, o a qué, le estás cediendo tu voluntad?
Y quién, en este juego de consciencia, está dispuesto a ceder su voluntad hacia ti?
Sí, tú también puedes alimentarte de la atención y la energía de los demás… así que ojo ahí.
La libertad de elegir es el mayor tesoro de tu ser. Ejércela con dignidad.
Alberto 5D