19/04/2025
Desde el análisis funcional de la conducta, el concepto de “heridas de la infancia” no tiene evidencia como una entidad fija o un trauma que determina de manera inmutable la vida adulta. En lugar de asumir que existen “heridas” que afectan de forma inalterable la personalidad, el análisis funcional observa cómo ciertos eventos en la infancia establecen patrones de comportamiento mediante el condicionamiento operante y respondiente.
En términos prácticos:
Las experiencias tempranas no son determinantes, sino antecedentes:
- Un evento en la infancia no causa directamente un problema en la adultez. Más bien, configura una historia de aprendizaje donde ciertas respuestas emocionales y conductuales se refuerzan o castigan.
El comportamiento es moldeado por sus consecuencias, no por el pasado en sí mismo:
- Un niño que recibió poco afecto no desarrolla baja autoestima porque “fue herido”, sino porque aprendió patrones de interacción en los que la evitación o la sumisión le resultaron funcionales en su entorno. Si en la adultez estos patrones se refuerzan (por ejemplo, evitando conflictos para reducir la ansiedad), se mantienen.
La conducta es modificable:
- Si las “heridas” fueran entidades fijas, el cambio sería imposible. Pero, desde un análisis funcional, el comportamiento puede cambiar modificando las contingencias actuales. No se trata de “sanar” algo del pasado, sino de identificar cómo ciertos patrones aprendidos siguen siendo funcionales o disfuncionales hoy.
El concepto de “heridas emocionales” es más metafórico que científico:
- Decir que alguien tiene una “herida de la infancia” puede implicar la idea de un daño estructural permanente, pero en realidad, lo que existe es una historia de reforzamiento y castigo que ha moldeado respuestas actuales.
Desde nuestra perspectiva, más que buscar “sanar heridas”, el trabajo psicológico se centra en reconfigurar patrones de conducta mediante nuevas experiencias de aprendizaje y modificación de contingencias.