
17/09/2025
SOMOS VÍCTIMAS DE VÍCTIMAS
Elena tenía 43 años cuando por fin se atrevió a decirlo en voz alta:
—No me enseñaron a quererme. Me enseñaron a exigirme.
Lo dijo en la cocina de su madre, mientras pelaban juntas unas patatas. Era una frase que había ensayado durante años, pero que solo ahora encontraba el valor de pronunciar. Su madre no respondió al instante. Se limitó a seguir pelando, más lento, con las manos temblorosas.
—¿Y tú crees que a mí sí? —respondió al cabo de unos segundos, sin levantar la vista.
Aquella tarde no hubo discusión, ni reproches, ni silencios llenos de rabia. Solo dos mujeres sentadas en una cocina, abriendo por primera vez las puertas de una herida que siempre estuvo ahí, pero nunca se nombró.
—Recuerdo que cuando me caía de pequeña, tú me decías que no llorara —dijo Elena.
—Porque si llorabas, tu padre se enojaba conmigo —respondió su madre—. Y si él se enojaba, las cosas… se ponían feas.
Elena tragó saliva. Nunca le había contado a nadie lo mucho que temía parecerse a su madre. Y ahora entendía que su madre había crecido con miedo también. Que no era una mujer dura… sino una niña no consolada atrapada en un cuerpo de adulta.
—A mí mi madre me pegaba con la hebilla del cinturón —confesó de pronto—. Nunca me dijo “te quiero”. Nunca me acarició. Yo tampoco supe hacerlo contigo… pero te miraba dormir. Te peinaba despacito para no tirarte el pelo. Eso era lo más parecido al amor que entendía.
Elena sintió un n**o en el pecho. Recordó sus terapias, sus lecturas, sus afirmaciones frente al espejo. “Me amo y me acepto tal como soy.” Pero nunca había dicho eso frente a su madre. Nunca la había incluido en su proceso.
—Yo creía que eras fría —susurró—. Y quizás solo estabas… herida.
Se quedaron en silencio. Las patatas ya estaban peladas, el agua hirviendo, y la conversación flotaba como una verdad que no necesitaba gritos.
—No supe cómo enseñarte a quererte, Elena. Pero… puedo aprender ahora —dijo su madre, con la voz casi infantil.
—Y yo… puedo dejar de buscar culpables. Porque ya entendí que somos víctimas de víctimas. Todos haciendo lo que podemos.
Esa noche no pasó nada extraordinario. Pero al día siguiente, su madre le mandó un mensaje: “Me miré al espejo y me dije: estoy aprendiendo a quererme. Gracias.”
A veces, sanar no es romper con el pasado… sino mirarlo con compasión.
Porque como dijo Louise Hay: “Si los escucha con compasión, aprenderá de dónde provienen sus miedos y sus rigideces.”