10/08/2025
Una buena muerte no se mide por la cantidad de aparatos o medicamentos que prolongan la vida, sino por la calidad del último tramo que se recorre.
Una buena muerte es aquella en la que no hay lucha innecesaria contra lo inevitable, sino aceptación serena de que la vida ha cumplido su ciclo. Es partir sin dolor evitable, con los síntomas controlados, rodeado de quienes nos aman o de quienes saben acompañar.
Es tener un espacio íntimo donde la dignidad no se pierde y donde las despedidas, silenciosas o dichas en voz alta, se vuelven bálsamo.
No significa ausencia de tristeza, sino la certeza de que se partió con paz, sin miedo y con la calidez de una presencia amorosa que sostuvo hasta el último instante.
Aceptar la muerte es reconocerla como parte natural de la existencia, y acompañar a quien parte es un acto profundo de amor y humanidad.
En esos momentos, lo más valioso no es el oxígeno o el suero, sino la intimidad, la presencia cálida, las palabras que reconfortan, las manos que sostienen y el respeto por el silencio.
Morir en paz es un derecho tan sagrado como vivir dignamente.
La muerte sin sufrimiento, en paz y de acuerdo con los deseos de la persona que está muriendo, idealmente con el apoyo de familiares y profesionales de la salud.
Implica tener control sobre el proceso final, recibir información y atención adecuada, y poder despedirse con dignidad.
También se relaciona con la posibilidad de evitar el sufrimiento innecesario y con la dignidad del proceso de morir. No se refiere a la eutanasia, aunque a veces se confunde con ella, sino a la búsqueda de una muerte tranquila y con menos dolor.
En el ámbito religioso, especialmente en el catolicismo, se asocia con la preparación espiritual para la muerte, incluyendo la confesión, la comunión y la recepción de los santos óleos.
También se veneran imágenes como el Cristo de la Buena Muerte, que simbolizan el sufrimiento y la esperanza en el momento de la muerte.
Una muerte aceptada, acompañada y con control de síntomas no solo alivia el dolor físico, sino que también sana el alma, dejando una huella de serenidad en quienes se quedan.
Porque al final, lo que verdaderamente importa no es cuánto se alargue la vida, sino cómo se transita el último momento.
La "buena muerte" es un concepto complejo que abarca aspectos físicos, emocionales, sociales y espirituales del proceso de morir, buscando que sea lo menos doloroso y más digno posible para la persona que fallece y sus seres queridos.