10/09/2025
El yoga no nació como ejercicio físico.
Es parte de una tradición espiritual hindú que busca la unión con lo divino (moksha o liberación).
Sus posturas, respiraciones y meditaciones originalmente estaban ligadas a prácticas religiosas que invocaban deidades del hinduismo.
Desde la perspectiva cristiana:
El cuerpo es bueno y la disciplina física también, pero la oración y la espiritualidad deben dirigirse al Dios verdadero.
Cuando el yoga se practica como espiritualidad (mantras, meditaciones en deidades, búsqueda de fusión con lo absoluto), se considera incompatible con la fe cristiana, porque puede abrir la puerta al sincretismo (mezclar creencias) o incluso a prácticas espirituales ajenas a Cristo.
Algunos sacerdotes y pastores lo ven como una forma de “adoración encubierta” a otros dioses.
No todos los cristianos lo prohíben de la misma forma:
Algunos lo rechazan por completo (porque ven el yoga como inseparable de su origen religioso).
Otros lo aceptan solo como ejercicio físico (estiramiento, respiración, relajación), pero advierten que no debe confundirse con oración cristiana.
Otros proponen alternativas cristianas como el “oratio posturas” (ejercicios físicos con salmos y oración) o simplemente fomentar la meditación cristiana (lectio divina, adoración, silencio).
Para un cristiano, lo esencial es:
No confundir técnicas de relajación con oración.
Recordar que la unión con Dios no se logra doblando el cuerpo, sino entregando el corazón.
Como decía San Pablo: “Todo me es lícito, pero no todo me conviene” (1 Cor 6,12).
El problema no es el ejercicio físico del yoga, sino la carga espiritual que puede traer consigo cuando se practica con sus elementos originales. Por eso algunos lo prohíben totalmente, y otros lo permiten solo si se entiende como gimnasia, sin mezclarlo con espiritualidad ajena a la fe cristiana.