14/10/2025
“Cuando el yo se disuelve, el universo comienza a hablar.”
El yo no es tu esencia, sino el ego, esa identidad que construimos con pensamientos, roles, nombres, heridas y defensas.
Es la voz que dice: “yo pienso”, “yo quiero”, “yo temo”.
Cuando ese yo se aquieta o se disuelve —ya sea en meditación, en contemplación o bajo el efecto de medicinas sagradas— se revela algo más grande:
la conciencia universal, la inteligencia del Todo.
En ese instante, no hay separación entre quien observa y lo observado.
La naturaleza, el viento, el fuego, el canto de un ave… todos parecen tener un mensaje, una presencia viva.
El universo “habla”, no con palabras, sino con vibraciones, intuiciones, sincronías.
Y tú, que ya no eres un individuo aislado, escuchas desde el alma.
La mente deja de juzgar.
La percepción se amplía.
Se accede a un flujo creativo y simbólico donde surgen insights, revelaciones o sensaciones de unidad.
Podríamos decir que el sistema se reprograma, abriendo acceso a niveles de sabiduría interna que normalmente están bloqueados por el pensamiento racional.
Desde la mirada ancestral, la frase describe el momento de comunión:
cuando el curandero, el danzante o el meditador profundo deja de ser “persona” y se convierte en canal.
El “yo” se disuelve, y entonces el espíritu de la Tierra, los elementos, los ancestros y las medicinas hablan a través de él.
El universo se convierte en un maestro viviente.
Todo vibra en lenguaje simbólico: una mariposa puede traer un mensaje, un trueno puede ser una respuesta, el fuego puede contar una historia.
Esta frase nos enseña que el ruido del ego es como una interferencia radial:
Mientras la mente repite “yo, yo, yo”, el mensaje del universo no puede pasar.
Pero cuando ese ruido se apaga, el cosmos entra en sintonía con el alma.
Entonces la vida deja de ser un monólogo,
y se convierte en un diálogo sagrado con la existencia.