25/07/2025
La historia natural de la gota puede esquematizarse en cuatro etapas: hiperuricemia asintomática, artritis gotosa aguda, gota intercrítica y gota tofácea crónica. En la hiperuricemia asintomática la concentración sérica de uratos está incrementada, pero no se han producido tofos, síntomas articulares ni urolitiasis. Sólo un 5% de los hiperuricémicos llega a padecer gota. En la artritis gotosa aguda hay un proceso inflamatorio articular agudo, incapacitante e intenso, que se instaura en horas, a veces precedidos por una sensación de incomodidad progresiva en la articulación afectada. En ocasiones el comienzo es insidioso. El máximo dolor suele darse de madrugada. En la fase aguda aparecen hinchazón, rubor, calor, dolor, impotencia funcional e hiperestesia. Son frecuentes los factores desencadenantes (ingestión de alcohol, alimentos ricos en purinas, ejercicio físico o fármacos alopurinol y diuréticos). La presentación más común de la gota (75%) es como monoartritis de la primera articulación metatarsofalángica (podagra). Las manos, codos y hombros suelen afectarse en pacientes con episodios recidivantes. Puede cursar con fiebre, leucocitosis y aumento de reactantes de fase aguda, y tiende a resolverse de forma espontánea en una o dos semanas. En la gota intercrítica o quiescente la enfermedad gotosa es asintomática. La mayoría de los pacientes sufre un segundo episodio de artritis gotosa entre los 6 y 24 meses siguientes al primer episodio. En la fase intercrítica y cuando se plantea un tratamiento hipouricemiante de por vida, el diagnóstico debe establecerse con la artrocentesis de articulaciones asintomáticas para demostrar la presencia de cristales. En la gota tofácea crónica hay precipitación tisular de cristales y formación de tofos en pies, manos, codos, rodillas y pabellones auriculares. Los tofos promueven una respuesta inflamatoria persistente que al cabo de los años ocasiona destrucción articular, deformidades y limitación de la motilidad.