06/12/2025
El maíz no solo fue un cultivo para los pueblos de Mesoamérica: fue el corazón de su identidad, su alimento primero y el eje de su cosmovisión. Según muchos mitos —incluido el de los mexicas, los mayas y varios pueblos del altiplano— los seres humanos fueron creados a partir del maíz, un don sagrado que los dioses entregaron después de grandes sacrificios. Por eso, sembrarlo, cuidarlo y cosecharlo era un acto espiritual, no solo agrícola.
Los mexicas construyeron su poder gracias al maíz. Lo cultivaban en chinampas, terrazas y campos de temporal, aprovechando cada tipo de suelo del valle. El maíz alimentaba a guerreros, sacerdotes, nobles y campesinos; era tributo, moneda y ofrenda. En torno a él giraban ceremonias dirigidas a deidades como Centeotl y Chicomecóatl, guardianes de la vida y la fertilidad.
Los mayas lo elevaron aún más: su héroe mítico, el Hombre de Maíz, renacía cada ciclo agrícola. Ellos desarrollaron técnicas finas de milpa, combinando maíz, frijol y calabaza para nutrir tanto la tierra como a la gente. Este sistema sigue siendo una de las agriculturas más sostenibles del mundo.
Los zapotecos, mixtecos y totonacas también construyeron su prosperidad alrededor del maíz, adaptándolo a montañas, cañadas y selvas. Cada región generó variedades únicas, colores distintos —blanco, amarillo, azul, rojo— y sabores propios que hoy forman parte de la identidad gastronómica de México.
Durante miles de años, el maíz sostuvo a ciudades enormes como Tenochtitlan, Monte Albán y Palenque. Fue el alimento que permitió el crecimiento de imperios, el surgimiento de mercados, el desarrollo de calendarios agrícolas y la continuidad de tradiciones que aún viven.
Más que un cultivo, el maíz fue la columna vertebral de Mesoamérica: el grano que unió a sus pueblos y que todavía hoy cuenta la historia de quienes lo domesticaron y lo convirtieron en la base de una de las civilizaciones más extraordinarias del mundo.