28/01/2025
Año 1583, Aldea de Veldora.
Catalina siempre había sido una mujer sabia, conocida en su comunidad por su capacidad para sanar con hierbas y aliviar a las demás mujeres durante sus ciclos. Pero un invierno, su cuerpo empezó a cambiar.
El sudor nocturno, los sofocos repentinos y la sensación de estar fuera de sí misma la asolaban. Nadie sabía cómo entender aquello, hasta que comenzaron los murmullos.
Las mujeres que compartían con ella secretos sobre sus dolores, sus cambios, sus luchas, comenzaron a temerle.
Un día, mientras un grupo de mujeres se reunía para hablar en el claro del bosque, las palabras de Catalina se tornaron más profundas, más sabias, y su mirada más aguda.
El conocimiento que pasaba de una mujer a otra, la forma en que las apoyaba, cómo les ayudaba a navegar sus propios cambios, pronto fue visto como algo "extraño". "Ella las está convirtiendo en algo que no somos", decían. "Es brujería."
La acusaron de hacer pactos con fuerzas oscuras, simplemente por ser mujer, por comprender lo que ellas mismas no entendían. La sororidad, ese lazo invisible pero fuerte entre las mujeres, era temido, porque unía sus voces, sus dolores, y, sobre todo, su poder.
En una época donde las mujeres no podían hablar sin ser juzgadas, las que se unían para compartir su sabiduría eran vistas como una amenaza.
Catalina fue condenada, pero su legado no desapareció.
Las mujeres de Veldora, aunque calladas por miedo, siguieron pasando sus conocimientos, siempre en susurros, en secretos compartidos. Porque sabían que, aunque los hombres temieran la sabiduría femenina, la sororidad no podía ser detenida.
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