26/03/2024
Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas, donde vivían dos hermanas, Ana y Elena. Ana era una artista talentosa, siempre creando belleza con sus manos y su mente creativa. Elena, por otro lado, anhelaba el reconocimiento y la admiración que su hermana recibía constantemente.
Cada día, Elena veía cómo la gente del pueblo elogiaba las obras de Ana, mientras que a ella apenas le prestaban atención. La envidia comenzó a crecer en su corazón, oscureciendo su alegría y llenándola de resentimiento hacia su propia hermana.
Un día, un misterioso anciano llegó al pueblo y, al ver el tormento en los ojos de Elena, le ofreció un espejo mágico. "Este espejo reflejará no solo tu apariencia física, sino también tus pensamientos más profundos y emociones", dijo el anciano.
Emocionada, Elena tomó el espejo y se miró en él. Para su sorpresa, vio reflejado no solo su rostro, sino también su envidia y amargura. Horrorizada, trató de apartar la mirada, pero el espejo parecía atraparla.
Con el tiempo, cada vez que Elena sentía envidia hacia su hermana, el espejo lo reflejaba de manera aún más intensa, mostrándole la oscuridad que había en su interior. Se dio cuenta de que su envidia no solo la estaba consumiendo, sino que también la estaba alejando de las personas que amaba.
Finalmente, Elena decidió enfrentar su envidia y liberarse de su influencia destructiva. Aprendió a apreciar las cualidades únicas de su hermana y a encontrar su propio camino hacia la felicidad. Con el tiempo, el espejo dejó de reflejar su envidia, y en su lugar mostraba una imagen de paz y aceptación.
Desde entonces, Elena vivió una vida llena de amor y gratitud, sabiendo que la verdadera belleza reside en la aceptación de uno mismo y de los demás, sin dejar que la envidia oscurezca nuestro corazón. Y el espejo mágico se convirtió en un recordatorio constante de esa lección invaluable.