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18/10/2023

A PROPÓSITO DE LA ANEXIÓN…
HISTORIA PARA CIUDADANOS Y, ¿CIUDADANOS PARA LA HISTORIA?

Por: Omar Eduardo MAYORGA GALLARDO

La apropiación ciudadana de la historia es una vía, entre otras, para evitar la manipulación de los hechos históricos. La historia se petrifica cuando la narrativa histórica se construye a modo y pasa al espacio público como verdad absoluta. El resultado es bien conocido: la historia es vista en términos maniqueos: héroes y villanos; pobres y ricos; opresores y explotados, etc. Esta manera de mirar el pasado nos impide ver los matices de cada suceso para evitar caer en los lugares comunes y las generalizaciones baratas.

La primera parte del subtítulo de este texto es una toma de postura frente al discurso oficial de la historia. La segunda parte, planteada en términos interrogatorios es, además de una provocación social, un recordatorio para los ciudadanos que frecuentemente olvidamos que los protagonistas del cambio político no se crean por decreto ni caen del cielo.

La historia para ciudadanos implica, en un primer momento, poner en tela de juicio la trillada historia de bronce sobre determinados hechos históricos. Por su parte, la frase, ¿ciudadanos para la historia?, es la consecuencia del pensamiento crítico que siembra dudas en lugar de certezas. Quise dejar la segunda parte del subtítulo en sentido interrogatorio porque como en todo, hay quienes no se la creen respecto a su capacidad de agencia política. Entre nosotros hay muchas personas que creen que su esfuerzo nada o poco vale para cambiar el estado actual de las cosas o, por lo menos, la manera de interpretar los hechos históricos.

Cada lector sabrá identificar de qué lado del planteamiento se ubica: del lado de los incrédulos de sí mismos y crédulos de la historia de bronce; o del lado de los crédulos de sí mismos e incrédulos del discurso político interesado. ¿Sirve el conocimiento histórico para modificar el presente? Depende. Si el conocimiento se reduce a la repetición acrítica de hechos históricos a conveniencia del gobierno en turno, grupos de interés o poderes fácticos, no. Por el contrario, si el conocimiento histórico es puesto a prueba por los diversos enfoques teóricos y estratégicas metodológicas desvinculadas de los intereses meta académicos, entonces sí sirve.

En el primer caso, la historia es vista como celebración de hechos consumados que no admiten interpretaciones diferentes al discurso oficial y su narrativa pétrea. En el segundo caso, la historia es vista como conmemoración de hechos históricos que, con el paso de los días, puede cambiar su primera interpretación debido a nuevos hallazgos: evidencias documentales, archivos inexplorados, evidencias materiales, nuevas corrientes de pensamiento, etc. Así llegamos a las tres actitudes del ser humano frente a los acontecimientos notables que forman parte de nuestro calendario cívico, 1. La celebración, 2. La conmemoración y 3. La indiferencia histórica, que es lo mismo que la indiferencia de sí mismo: el ser humano flotando en el vacío de su existencia, sin asideros culturales, memoria histórica y perspectiva social.

LOS SALDOS DE UN DECRETO POR MOTIVOS DE EXCEPCIÓN.

Hoy se cumplen 149 años del reencuentro político de dos expresiones culturales prehispánicas: La Acolhua y la Tlaxcalteca. Quiso el caprichoso destino que el último reducto cultural del Acolhuacan Texcocano —por su flanco oriente— se fusionara territorialmente con el espacio Tlaxcalteca para hacer frente a los retos militares y políticos del azaroso siglo XIX, en el contexto de la intervención francesa.

Esta circunstancia es un ejemplo de como la política actúa sobre la cultura. Después de trescientos cincuenta años, la política de alianzas de los tlaxcaltecas y la política de la resistencia de los acolhuas texcocanos, encontraron coincidencias, cediendo este último parte de su territorio (la municipalidad de Calpulalpan), en pos del equilibrio del pacto federal.

Esta singular manera de ver la famosa efeméride de la “anexión” es, sin lugar a duda, una lectura culturalista, lo cual no impide hacer una reflexión pública. Como todos sabemos, el siglo XIX fue un periodo difícil para la historia de México como país independiente. En el caso local, nos preguntamos por los resultados de lo que significó el acuerdo político de la “anexión” a casi ciento cincuenta años de su gesta.

La efeméride que nos convoca se comprende mejor si levantamos la mirada y observamos que el último tercio del siglo XIX fue justamente el periodo de afianzar el Estado nación moderno y, para ello, era indispensable instaurar una idea de nación homogénea, dotada de símbolos de identidad patria: el idioma, la bandera, el territorio, el himno nacional, entre otros. Esto con la voluntad de construir una narrativa histórica nacional que superara los escollos de la chocante diversidad cultural y su dilatada ramificación a través del inmenso territorio del país.

En este contexto, el bando liberal había derrotado a quienes albergaban una idea diferente del moderno Estado nación; es decir, a los conservadores que pensaban que el remedio a la crisis política de México era instaurar una monarquía bajo la égida de una dinastía imperial importada del viejo continente. El proyecto liberal de nación no sólo logró vencer militarmente las pretensiones imperialistas de Napoleón; sino que parcialmente logró atenuar las diferencias culturales entre las diversas regiones de México, bajo el argumento de que en esa hora del país lo verdaderamente importante era afianzar las nacientes instituciones Republicanas y, con ello, asegurar la integridad del territorio, sobre todo después del descalabro sufrido en la última presidencia de Antonio López de Santa Anna.

En este contexto, el 3 de enero de 1863, el presidente de la República, Benito Juárez García, emitió el decreto 5798, que a letra dice:

“El ciudadano presidente de la República ha tenido a bien acordar por vía de providencia provisional, y mientras dura la actual guerra contra los invasores, que se anexe la municipalidad de Calpulalpam, perteneciente actualmente al partido de Texcoco en el Distrito federal, al distrito de Tlaxcala, en el Estado del mismo nombre…”

Con esta decisión presidencial, Calpulalpan quedó bajo las órdenes de Antonio Carvajal, jefe militar del Ejercito Republicano de Oriente, cuyas operaciones militares se circunscribieron a Puebla y Tlaxcala.
En esta coyuntura es importante destacar la variable territorial y las formas de gestión política que impulsó el recién constituido Estado de Tlaxcala, para comprender de mejor manera el hecho de la “anexión”. Ni en la primera constitución local del Estado de Tlaxcala del 3 de octubre de 1857, ni en la segunda del 5 de mayo de 1869, había quedado resuelto un aspecto determinante para cualquier Estado: la definición de sus límites territoriales. No obstante, de manera unilateral, Calpulalpan quedó incluido como parte del territorio Tlaxcalteca en la segunda Constitución. Fue hasta el año de 1882, a través del decreto 125 del 22 de octubre, que el Congreso local definió sus límites territoriales y división política en 5 prefecturas, tres subprefecturas y 35 municipios.

Lo verdaderamente importante de este hecho, es que la municipalidad de Calpulalpan vino a resolver el añejo y espinoso problema de los límites territoriales de Tlaxcala, los cuales venía arrastrando desde la constitución política de 1824. Sin proponérselo, la municipalidad de Calpulalpan proscribió la pesadilla de que Tlaxcala quedara integrada al Estado de Puebla o al Estado de México, como ya había sucedido antes.

Vencido el segundo imperio de Maximiliano (1864-1867) e instalados ya en lo que se ha conocido como “la República restaurada”, se abrió un interregno para la municipalidad de Calpulalpan; pues en teoría, el decreto del presidente Juárez feneció al otro día del fusilamiento de Maximiliano; es decir, “la providencia provisional”, había concluido.

En este periodo (1867-1876), los gobernadores de los Estados de México, Mariano Riva Palacio, y de Tlaxcala, Miguel Lira y Ortega, se disputaron el territorio de la municipalidad de Calpulalpan, hasta que el 29 de julio de 1871 quedó formalmente convenido el acuerdo entre ambos Estados en el entendido de que dicha municipalidad se incorporaría definitivamente al Estado de Tlaxcala, aprobando este convenio el Congreso de la Unión, el 16 de octubre de 1874. De esta manera Tlaxcala resolvía el viejo principio de la anhelada República federal: “ni muchos ni pocos Estados”.

MÁS ALLÁ DE LOS LUGARES COMUNES.

Calpulalpan vivió en carne propia las disputas territoriales entre los Estados que caracterizaron a la joven nación independiente. Por eso el siglo XIX puede ser visto (estudiado) desde el punto de vista de los conflictos territoriales y sus diversas tensiones respecto a los imperativos del Estado nación.

En las cuentas de la historia, el saldo de la “anexión de Calpulalpan” fue meramente territorial. Las consecuencias políticas, económicas y culturales que trajo consigo son materia de otras reflexiones que rebasan los límites de este texto. Por ahora, basta saber que el interés ciudadano por los hechos históricos ayuda a proscribir la actitud de indiferencia por la historia y la cultura del lugar dónde vivimos.

A cada uno nos toca juzgar, en clave contemporánea, cual es el balance de nuestra relación cultural y política con el conjunto de municipios que conformamos el Estado de Tlaxcala. Véase pues este texto como una invitación ciudadana a revisitar la historiografía mexicana, particularmente la relacionada con las efemérides de nuestro querido municipio, el Distrito de Melchor Ocampo y el Estado en su conjunto.
Si así lo hiciéremos, contribuiríamos a dotar de sentido a la frase: ciudadanos para la historia.

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