11/09/2020
Comentábamos que narraremos una breve crónica de uno de los más destacados médicos que vivió en Yucatán y que utilizó las plantas de manera eficiente para curar hasta las enfermedades más temidas. De tal forma, reproducimos un escrito basado en el trabajo de JOSE, HERNANDEZ FAJARDO quien escribió está crónica hace alrededor de 80 años. A principios del siglo XVIII, Mérida, capital de la Provincia de Yucatán, no contaba con ningún facultativo que impartiera los auxilios médicos a los habitantes de la ciudad; y aquéllos, sólo eran proporcionados por legos curanderos, por médicos prácticos, generalmente religiosos, boticarios, barberos y flebotomianos. Estos últimos practicaban sangrías y los barberos extraían muelas, así como aplicaban ventosas y sanguijuelas.
Los servicios médicos de la ciudad, prestábanse en las dos únicas boticas que existían entonces, abiertas gratuitamente para los pobres: una fundada en los bajos del Palacio Episcopal por el caritativo obispo Don Juan Cano Sandoval; y la otra, abierta en el ángulo suroeste del Hospital de San Francisco, situado en el Convento de la Tercera Orden y atendida por los frailes. En el Hospital de San Juan de Dios, anexo a la Iglesia del mismo nombre, (donde está hoy el Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán,) había siempre un religioso médico que impartía gratuitamente sus servicios a os habitantes menesterosos de la ciudad. Por lo demás, como hemos consignado antes, ningún médico titulado ejercía en la capital de la Provincia.
Cuando esto ocurría en Mérida y en Campeche, ya la entonces villa de Valladolid, fundada por Montejo el oriente de la Península, albergaba en su seno, no digamos al competente médico graduado en Europa, sino a todo un sabio, a todo un apóstol, a un eminente facultativo que ha pasado a la posteridad con el nombre de “El Judío”.
Nos referimos al signor Giovanni Francesco Mayoli, médico italiano que por uno de esos azares de la fortuna, tocó suerte a Valladolid. Tocóle en suerte, decimos, dar acogida a este misterioso personaje, cuyas maravillosas curaciones, pasaban entonces por sobrenaturales, al decir de sus biógrafos; y todo, para el bien de la humanidad doliente, que no veía en él al médico que curaba por lucro, sino al ministro que aliviaba los males por humanidad.
Arribó a la Península como uno de tantos emigrantes políticos que por la fuerza de las circunstancias abandonan el patrio suelo par avenir a América, como país en formación , donde podrían encontrar asilo y garantías para la vida, ya que en la patria de origen peligraban, víctimas de intransigencias de sus gobiernos.
Asi fué como encontróse entre nosotros, -queremos decir de nuestros antepasados,- el ínclito doctor italiano, cuando, a la sazón, gobernaba la Provincia Don Fernando Meneses Bravo de Sarabia, y era Obispo Diocesano el Muy Ilustre Fraile de San Benito, Don Pedro de los Reyes Ríos de Lamadrid. Nuestro héroe frisaba en los treinta años y estaba en la plenitud de sus actividades
Desembarcó en Campeche por el año de gracia de 1710, donde ejerció su profesión de médico con beneplácito de todos; y fue tanto lo que demostró con sus conocimientos médicos y acertados pronósticos, que asombró a todo el mundo. Pasó luego a Mérida, llamado para atender a una persona principal de aquella ciudad, donde aumentó su fama, con nuevos milagros en la medicina. Como supiese que existía en el oriente de la villa de Valladolid, de un clima acogedor, con la ventaja de ser sus aguas cristalinas y delgadas, deseó visitarla; y fue tanta su complacencia, que se quedó definitivamente ahí, pasando su vida entera, -que fue bien larga,- en el apostolado de su noble y altruista profesión; y aun cuando él escogió la citada villa oriental debido,-según decía.- a la bondad de su clima, en realidad fue Valladolid quien lo conquistó con el cariño de sus habitantes.
Ahí se casó con una honorable dama de las principales, fundando familia; ahí tuvo a su único hijo Gabriel, a quien amaba entrañablemente y ahí vivió toda su vida y falleció querido de todos y de todos admirado, a la avanzada edad de noventa años.