06/11/2025
🟦🟡🖐🏻 LOS NIÑOS TAMBIÉN SE ANGUSTIAN💥
El cuerpo es su único altavoz cuando faltan las palabras...
La ansiedad de un adulto se puede sentir como un n**o en el estómago o como una cadena de pensamientos que no cesa. Pero, ¿cómo es la ansiedad cuando el cerebro todavía es pequeño, cuando faltan las palabras y la capacidad de nombrar ese terror? Los niños también se angustian, solo que no lo llaman ansiedad. Lo llaman miedo, lo muestran como rabia, o lo traducen en un dolor de estómago que siempre aparece antes de ir al colegio.
A diferencia del adulto, que puede intentar racionalizar la amenaza, el niño se limita a sentirla. El cuerpo es su único altavoz, y por eso, la ansiedad infantil es una experta en disfrazarse de conductas.
Si tu hijo o hija ha empezado a morderse las uñas de repente, si ha vuelto a pedir que lo acompañes a dormir, o si te encuentras constantemente discutiendo por tareas que antes hacía sin problema, quizás no estás viendo un acto de rebeldía o inmadurez. Estás viendo la punta de un iceberg emocional: un niño que está cargando con una emoción mucho más grande que él.
Míralo en el día a día. ¿Duerme mal, tiene terrores nocturnos o se despierta constantemente? La noche, ese momento de quietud, se convierte en el escenario de su mente hipervigilante. ¿Ha regresado la enuresis (mojar la cama) después de meses de control? Es un grito silencioso de su sistema nervioso pidiéndole auxilio. ¿Tiene dolores de cabeza o malestares digestivos frecuentes que el pediatra no logra explicar? El cuerpo se cansa de resistir y somatiza la angustia.
Y aquí es donde debemos mirar al espejo. Gran parte de la carga emocional de un niño proviene del entorno que habita. Un hogar con gritos, con exigencias desmedidas de perfección, o con silencios que asfixian es un terreno fértil para la ansiedad. Cuando el vínculo con el padre o la madre es inestable o la propia figura adulta es una fuente de tensión, el niño pierde su ancla, su refugio. En su pequeño mundo, no hay nada más aterrador que sentir que el lugar donde debería haber calma, está generando la tormenta.
¿Qué necesita ese niño? No necesita más tareas o más distracciones Necesita un adulto que se calme primero para poder ofrecer calma después. Necesita sentir que, aunque su mente se acelere, tiene un puerto seguro donde no será juzgado. La prevención no está en evitarle los problemas, sino en enseñarle que el mundo es un lugar seguro porque yo, su adulto de referencia, soy un lugar seguro.
La ansiedad en la infancia nos exige un ejercicio de humildad: dejar de enfocarnos en la conducta que nos molesta y empezar a mirar el corazón que le duele. Detrás de cada niño que "actúa mal", suele haber uno que sufre en silencio.
Pero la verdad es que la ayuda no termina en el consultorio. Muchos padres se frustran y dicen: "Ya fue a terapia y sigue igual" o "No sé qué más hacer para que se le pase". Y ahí está la clave: nuestra tarea es aprender a ser los co-terapeutas de nuestros hijos, especialmente cuando la ansiedad parece no ceder. Si no logras percibir esa angustia, si tu ayuda no llega, o si las terapias no avanzan, es hora de mirar más allá del diagnóstico del niño. Tienes que preguntarte: ¿Qué parte de la calma de mi hijo depende de que yo aprenda a calmarme? Es nuestro trabajo abrir los ojos para ver lo que duele, cambiar la forma en que nos relacionamos con sus emociones y, si es necesario, ser nosotros quienes busquemos herramientas para aprender a sostener su dolor. El cambio en la ansiedad de un niño, muchas veces, comienza con el despertar y el cambio del adulto que lo acompaña.
Y si la ansiedad en la infancia es compleja, lo es aún más en el mundo de la neurodiversidad, donde las sensaciones se multiplican:
Y en el TDAH ocurre un matiz especial: la ansiedad se dispara no solo por lo externo, sino por la propia dificultad de regular la atención, la impulsividad y la frustración constante que la condición genera. Es un cerebro que se acelera y se autoconsume en un bucle de preocupaciones difíciles de detener.
Y en el autismo, la ansiedad también se vive diferente: los cambios inesperados, los ruidos fuertes, las miradas ajenas o la incomprensión de su mundo pueden ser detonantes devastadores que sobrecargan un sistema nervioso ya de por sí sensible, llevando a colapsos que a men**o son malinterpretados como "rabietas".
Si tú no miras la angustia de tu hijo, estás firmando su contrato con la ansiedad de por vida.
Pablo, un papá de paso✌🏻
Consejería Familiar: +51 952 037 361
Mañana, Jueves, profundizaremos en cómo este estrés y angustia crónica terminan afectando el cuerpo: “Cuando el cuerpo se cansa de resistir”.