02/02/2022
Inicia febrero y las redes sociales están invadidas por una serie de memes, artículos, ofertas y productos relacionados al mes del amor. Es el mes en el que más se habla de amor en público; aunque, en la intimidad, probablemente, siempre lo estemos demandando.
Es patente, también, que los discursos que hablan de amor están atravesados por términos como individualismo, autoestima, responsabilidad afectiva, poder, éxito… en fin. Estos términos parecen apuntar a preservar la afectación de los otros. Son términos que, por un lado, funcionan perfectamente para distanciarse, pero a la vez exaltan el Yo o el Uno mismo e imposibilitan lazo alguno. Por otro lado, esta idea de preservarse a uno mismo puede ser culpabilizante, porque es el reverso de la meritocracia. “Si no te preservaste, fue culpa tuya”, negando una cantidad de condicionantes que existen.
Estos discursos enaltecen al sujeto de la voluntad, que sería aquel que puede programar su vida acorde a lo que quiere. Bueno, la única manera de preservar una vida así es sin el otro. Si uno deja de tener vínculos, podría hacer lo que quiere.
Me parece, entonces, importante recordar el descubrimiento de Freud: el inconsciente, que descoloca al Yo del medio y nos viene a decir que es imposible ser amo de uno mismo. Los vínculos están tocados por esto, por el modo en que cada uno está afectado por el inconsciente y como esto viene a producir un mal entendido en los encuentros humanos. El deseo inconsciente tal y como se piensa en psicoanálisis es opaco e infernal. El deseo se padece; pero, a la vez, es lo más vital que tenemos, que no necesariamente tiene que ver con el bien o con la necesidad.
Si uno está completo, si querer es poder, si uno puede solo ¿Qué lugar tiene el otro? ¿Qué lugar para el amor, si el amor requiere de otro?
*Ilustración de Chiara Bautista.