20/04/2025
Era una tarde gris en Ronda, un pequeño pueblo andaluz donde la vida transcurría con la tranquilidad de los días rutinarios. La lluvia había dejado las calles mojadas y el aroma a tierra húmeda flotaba en el aire. Daniel, un hombre de treinta y cinco años, caminaba por el parque central, disfrutando de la brisa fresca tras el aguacero.
Mientras avanzaba, sus ojos se detuvieron en una pequeña figura encogida bajo un árbol. Era una niña de no más de seis años, con un vestido azul empapado y los pies descalzos. Su cabello oscuro y revuelto le tapaba parte del rostro, y sus pequeñas manos temblaban.
Daniel sintió un vuelco en el pecho. ¿Cómo podía estar una niña tan pequeña sola a esa hora? Se acercó con cuidado, temiendo asustarla.
—Hola, pequeña. ¿Estás bien? —preguntó con suavidad.
La niña levantó la vista, y Daniel sintió un escalofrío al ver sus grandes ojos oscuros, llenos de miedo.
—No encuentro a mi mamá —susurró con voz temblorosa.
Daniel se agachó para estar a su altura.
—Tranquila, voy a ayudarte. ¿Cómo te llamas?
Ella dudó un instante antes de responder:
—Alma.
Él sonrió con ternura, intentando calmarla.
—Alma, vamos a buscar a tu mamá. ¿Recuerdas dónde la viste por última vez?
La niña negó con la cabeza, a punto de romper en llanto. Daniel sintió el impulso de protegerla y, sin pensarlo demasiado, tomó su mano.
—Ven conmigo, vamos a buscar ayuda.
Como nadie en los alrededores parecía buscarla, Daniel tomó una decisión espontánea pero sincera: llevaría a la niña a su casa mientras encontraban una solución.
Cuando Daniel entró a casa con Alma de la mano, Laura, su esposa, se quedó inmóvil.
—¿Quién es esa niña? —preguntó con sorpresa.
—La encontré sola en el parque. Está asustada y no sabe dónde está su madre —explicó Daniel.
Laura miró a la pequeña, conmovida. Había algo en esa niña mojada y temblorosa que tocó su alma. Se arrodilló y le sonrió con dulzura.
—Hola, cielo. No tengas miedo, aquí estás segura.
Alma la miró con duda, pero cuando Laura abrió los brazos, corrió hacia ellos y rompió a llorar.
Laura intercambió una mirada con Daniel. Sabían que no podían dejarla sola.
Durante los días siguientes, Daniel y Laura buscaron a la familia de Alma por toda Ronda. Preguntaron en el mercado, en la iglesia, en la comisaría. Nadie la conocía.
Laura notó que Alma tenía pesadillas. Se despertaba llorando, diciendo cosas sobre “el agua” y “la tormenta”.
Una noche, Laura la abrazó con ternura y preguntó:
—Alma, ¿te acuerdas de tu mamá?
La niña, con voz apagada, respondió:
—Se cayó al agua… y ya no volvió.
Laura sintió un n**o en el estómago. Daniel la miró preocupado.
Al día siguiente fueron al río que cruzaba la zona baja de Ronda. Un pescador les contó que, días antes, durante una tormenta fuerte, una mujer había caído al agua y no volvió a salir. No tenía familia. Solo una hija.
Laura no pudo contener las lágrimas.
Los días siguientes estuvieron llenos de silencios tristes y decisiones importantes. Alma no tenía a nadie más.
Una noche, mientras Alma dormía abrazada a un osito que Laura le había dado, Daniel dijo:
—No podemos dejarla sola.
Laura asintió con los ojos húmedos:
—Ya la siento como mi hija.
El proceso de adopción fue largo, pero finalmente Alma fue reconocida legalmente como su hija. Aunque tuvo que aprender a vivir con la pérdida de su madre, encontró en Daniel y Laura un hogar lleno de cariño.
Reflexión:
La vida nos pone a veces en caminos que no esperábamos. Encuentros que parecen casuales pueden tener un propósito mayor. Alma llegó como un susurro de tormenta, pero se convirtió en la luz que iluminó sus vidas.
Porque las familias no siempre se forman por sangre. A veces, se forman por amor elegido y cuidado verdadero.