
13/08/2025
El juicio más famoso de la historia.
Año 399 a.C.
Atenas.
Sócrates, acusado de corromper a la juventud y de impiedad contra los dioses de la ciudad.
La mayoría de hombres, en su lugar, habría suplicado piedad, apelado a la emoción o buscado salvar la vida a cualquier precio.
Pero Sócrates entendía la justicia de otra manera.
No como conveniencia, no como un disfraz para proteger intereses propios, sino como una verdad que debía aplicarse primero a uno mismo.
Frente a sus jueces, no solo defendió sus actos… se juzgó a sí mismo.
Reconoció que, si había actuado mal, aceptaría las consecuencias sin engaños ni excusas.
Para él, vivir en contradicción con sus principios era peor que la muerte.
El veredicto fue condena.
La sentencia, beber la cicuta.
Sócrates aceptó.
No porque estuviera de acuerdo con la decisión, sino porque sabía que la verdadera justicia empieza por no traicionarte a ti mismo.
💡 Enseñanza:
Es fácil pedir justicia para otros.
Lo difícil —y verdaderamente justo— es aplicar ese mismo estándar a nuestras propias acciones, palabras e intenciones.