07/11/2025
LA ENFERMEDAD NO ES UNA CONDENA.
La mayoría de las personas no están enfermas por mala suerte,
ni por genética.
Están enfermas porque viven atrapadas en un sistema
que las programó para enfermarse.
Desde pequeños nos enseñaron a buscar placer en lo que nos destruye:
a celebrar con azúcar, a calmar el estrés con comida,
a dormir poco, a ignorar el cansancio,
a llenar vacíos emocionales con antojos y distracciones.
Y el cuerpo, esa máquina divina e inteligente, aprendió.
Se adaptó.
Te sostuvo todo lo que pudo.
Pero incluso el sistema más perfecto tiene un límite.
La enfermedad no aparece de la nada.
Se construye.
Ladrillo por ladrillo.
Día tras día.
Con cada desvelo, con cada exceso, con cada pensamiento repetido,
con cada comida vacía, con cada “no pasa nada”.
Hasta que el cuerpo, agotado, enciende su alarma.
Y tú lo llamas enfermedad.
No es traición.
Es aviso.
Es el cuerpo diciéndote:
“ya no puedo seguir sosteniendo tus decisiones.”
El problema es que, en lugar de escuchar esa alarma,
muchos la apagan.
Apagan el dolor con pastillas.
Apagan el cansancio con cafeína.
Apagan la inflamación con fármacos que no curan, solo silencian.
Y así, el cuerpo deja de gritar… pero sigue sufriendo en silencio.
Hoy millones de personas quieren sanar,
pero no logran soltar los mismos hábitos que las enfermaron.
Y no es por falta de deseo.
Es porque viven en un bucle de adicción.
El azúcar, las harinas, los ultraprocesados,
secuestran las hormonas del placer y la saciedad.
Tu cerebro libera dopamina, siente alivio…
y después pide otra dosis.
Así es como la mente se acostumbra a depender
de lo que la está destruyendo.
No es debilidad.
Es bioquímica.
Tu cuerpo no solo obedece lo que quieres,
obedece lo que repites.
Por eso, aunque sepas que te hace daño, vuelves.
Como cualquier adicto.
Porque romper una adicción no es fácil,
es reeducar todo un sistema que fue condicionado para repetir.
La enfermedad es la consecuencia visible
de un desorden que empezó mucho antes.
No se fabrica en un día.
Se fabrica en la rutina.
En lo que haces cuando nadie te ve.
En lo que normalizaste mientras tu cuerpo trataba de adaptarse.
Y aun así, no es una condena.
Es una oportunidad de reconstruirte.
De derrumbar el viejo edificio
y empezar uno nuevo, con cimientos de conciencia.
Sanar no es cuestión de fe ni suerte.
Es cuestión de coherencia.
De crear un terreno donde el cuerpo pueda hacer su trabajo:
limpiar, equilibrar, reparar.
El cuerpo no necesita milagros.
Necesita respeto.
Necesita silencio, descanso, alimento real,
y decisiones que lo liberen del caos que tú mismo creaste.
Tu cuerpo no está roto.
Está saturado.
Y cuando lo liberas del ciclo,
vuelve a su diseño original: energía, equilibrio y vida.
La enfermedad no vino a destruirte.
Vino a reconstruirte.
Porque lo que se construyó ladrillo por ladrillo,
también puede desconstruirse del mismo modo.
🌿 Fuente de Vida – Movimiento Feel Great
Aquí no atacamos la enfermedad.
La interpretamos.
Porque nadie está condenado por estar enfermo…
pero muchos sí se condenan por ignorar la alarma,
y elegir el silencio antes que el cambio.